11 marzo, 2010

TREN A ZASWERTYOURTWEQ

Había cogido el tren en un barrio maloliente de la ciudad y ahora me encaminaba hacía un sitio de nombre muy raro pero no tan extraño como parece. En el tren iba un cura, un viajante de ropa usada, un profesor de instituto medio loco; una mujer ciega que veía con una máquina, un filósofo con la cabeza vendada y yo. Siempre había oído hablar de aquel tren y tenía ya gana de cogerlo. Cruzaba la ciudad siguiendo una vía que estaba medio oculta por matojos y hierbas salvajes. Luego cruzaba basureros llenos de residuos de hospitales y seguía por los túneles de alcantarillado hasta llegar a las afueras. Cruzamos los campamentos de tártaros semisalvajes y más tarde ya estábamos en la estepa más fría y hostil que uno se pueda imaginar. El cura entonces empezó a rezar un rezo muy extraño y a un dios que no nos era familiar. El viajante comenzó a sacar bragas y calzoncillos usados para vendérnoslos, pero nosotros rehusamos. Él entonces se puso de rodillas y nos imploraba que por favor se los comprásemos porque tenía que mantener a su cuñada y a su suegra con diez hijos cada una. Pero yo no tenía ganas de comprar nada y menos aquella miseria maloliente y ahora el vendedor se ponía a llorar como un niño y daba mucha pena y el cura seguía rezando a su dios maldito. El profesor de instituto medio loco nos empezó a gritar y a bailar al son de un ritmo de heavy-metal. Yo no sabía qué hacer pero el profesor parecía querer enseñar algo magistral con un encerado portátil que se había sacado del bolsillo. Eran ecuaciones muy raras: una mezcla de ideogramas chinos con números romanos vertiginosos. Y la mujer ciega nos ponía la máquina en la cara para vernos mejor y la máquina nos cogía la piel con ventosas y era insoportable y mientras el tren cruzaba aquella inhóspita estepa casi helada y la mujer comenzó a decir que nunca en la vida había visto paisaje tan maravilloso lleno de árboles frutales y animalitos risueños. Nos decía que su máquina era programable y se reía de nosotros dejando ver unos dientes putrefactos y llenos de gusanos. Tuve que tapar la nariz pues aquello no era apropiado en un tren de viajeros. Y ahora el filósofo nos decía que las ideas se le habían atascado y que si por favor podíamos recordarle quién era porque sino le daba el ataque. ¿Qué ataque? Un ataque de filosofía barroca en forma de silogismos asimétricos. Y aquello decía que podía ser serio, muy serio. La verdad tenía gana de llegar a donde se suponía era mi destino.

Fue cuando el maquinista gritó: “¡Zaswertyourtweq! ¡Hemos llegado a Zaswertyourtweq!” Y entonces frenó en seco y yo quedé con la máquina de ver de la señora incrustada en la entrepierna y de frente tenía al cura rezando a su escalofriante dios tirado en el suelo y echando espumarajos. Pronto salí del tren a gatas y arrojándome por la portezuela para caer en el andén. Había llegado al sitio no tan extraño de nombre muy raro. ¿A qué había venido?

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