HACIENDO LA CAMA

Estaba haciendo la cama y me di cuenta que hacía un día estupendo de sol y parecía que la alegría inundaba la calle. Pero hacer la cama se había convertido en un ritual o quizás mejor una liturgia sagrada y por lo tanto tenía que acabar de hacerla siguiendo los pasos precisos y sabiendo que el presente es lo que cuenta. Cuando estaba colocando las almohadas me fijé en las paredes de la habitación y descubrí que el color azul era muy apropiado y me producía buenas vibraciones. Luego miré las fotos de personas que ya pertenecían a otra época y que quedaron congeladas en ese instante de la foto y me desperté a la sensación del tiempo. El pasado existe en el recuerdo pero con cierta tonalidad mítica, como si ya formare parte de otra realidad que aunque aparentemente perdida; sin embargo persiste por alguna razón que se nos escapa. Miré por la ventana y la gente parecía contenta. Los chiquillos jugaban con alegría y las señoras conversaban con entusiasmo. Cuántas cosas nos podemos decir cuando sentimos alegría y ganas de compartir, pero la vida hay que vivirla como viene y yo tenía que acabar de hacer la cama y me resultaba agradable la tarea. Cuando acabé me fijé en la luz y en sus tonalidades. Los objetos que hasta el momento me resultaban indiferentes ahora parecían formas inéditas y únicas de una sustancia oculta pero presente, siempre presente. Nunca estamos solos.

Había acabado la cama. Lugar de sueños y pesadillas. Lugar de muerte y nacimiento, de fiebres y placeres, de escalofríos sin control que hacen replegarse el alma hacia un pavor de soledad casi absoluta. De ensoñaciones y dicha que desbordan las cuatro paredes para diseminarse como las ondas a través de un mundo que se nos escapa; que siempre se nos escapa.