Recientemente se han descubierto los supuestos restos de Santiago, el supuesto apóstol cristiano y hermano de Jesús o Yeshua. Lo que sigue es un pequeño esbozo de lo que, según varios historiadores (Robert Eisenman, A.N Wilson, Sanders y otros), se ha venido descubriendo sobre este personaje tan desconocido como enigmático. Y es que la historia de Santiago, el hermano de Jesús, es también la historia de los comienzos del movimiento mesiánico inspirado en este supuesto carpintero de Galilea. Santiago era el hermano mayor de una família de cinco hermanos entre los que estaba Jesús. No sabemos casi nada de la família de Jesús al margen de lo que nos dicen los evangelios de una forma ya mitificada y adaptada a las teologías de las congregaciones cristianas para las que estaban escritos. Es a través de alguna epístola de Pablo, de Hechos de los Apóstoles y de escritos paralelos tales como los de Josefo y tradiciones patrísticas, como llegamos a conocer más en profundidad esta figura tan paradójicamente relegada a un segundo y tercer plano en el Nuevo Testamento.
Lo que descubrimos es la figura de un líder religioso carismático que heredó la presidencia del movimiento mesiánico judío seguidores de Yeshua o Jesús. Como hermano y heredero del movimiento Santiago nos sorprende entonces su práctica religiosa judía: su escrupulosidad en el cumplimiento de la Torá, su rechazo al establishment del Templo en función de una práctica ritual acompañada de sencillez y compromiso ético con los pobres; y, sobretodo, su rechazo a la ocupación y opresión del imperio gentil romano. Parece ser, que el movimiento milenarista mesiánico de Yeshua, formaba parte de un amplio abanico de grupos conspiradores contra la ocupación gentil-pagana de Israel y su gobierno impuesto de forma directa o indirecta a través de la dinastía herodiana, incluyendo las autoridades religiosas nombradas a dedo. Era todavía la época en que, lo que más tarde llegó a ser la iglesia cristiana, no se reconocía como tal en el movimiento inspirado por Yeshua. Ellos eran judíos que recogían el testigo del judaismo profético para reafirmar los principios éticos que habrían de sustentar la identidad de Israel como pueblo escogido de Yaveh. Y tal elección implicaba, no solamente el enfrentamiento directo con los romanos, sino también el abierto de enfrentamiento con el judaísmo oficial bien avenido con el poder imperial. En realidad eran otra secta judía más.
Santiago es también la figura que en la sombra del Nuevo Testamento se enfrenta a Pablo, el innovador más avanzado del movimiento. A través del texto neotestamentario canonizado en siglos posteriores, contemplamos este enfrentamiento siguiendo la óptica de Pablo y sus seguidores. El Nuevo Testamento es ya claramente cristiano, y como tal, tratará de ocultar todo aquello que vaya en contra de sus principios crístico-paulinos. ¿Qué pasó, entonces? Pues parece ser que Pablo, personaje que conocía bastante bien los entresijos teológicos del judaísmo de la época, además de las tramas políticas que configuraban el territorio palestino; vio en la figura del Jesús crucificado y posiblemente resucitado (al menos en el sentir de sus seguidores) un potencial teológico y mistérico con miras universales. El tarsiota era un hombre de miras cosmopolitas, conocía mucho mejor el Imperio que aquellos y no en vano era ciudadano romano. Era un hombre dispuesto a negociar y claudicar con las leyes y el gobierno romano según se ve en la Epístola a los Romanos. Para Pablo Jesús había de ser elevado a la figura del Cristo; pero el Ungido paulino sufriría cambios adaptados más a una cosmovisión mítica y mistérica con posibilidades de circulación a través del Imperio Romano, ya invadido por un fermento de religiones y sectas sincretistas en competencia unas con otras para acaparar mayor aceptación y reconocimiento. Pero, para poner en circulación la teología crística, o sea, universalizarla, había que desmarcar al Jesús histórico de aquellos condicionantes judíos más difíciles de aceptar por el mundo gentil o mísmamente el sector de los temerosos de Dios o “meketos”, es decir: aquellos gentiles próximos a la sinagoga y a la larga dispuestos a convertirse y formar parte del pueblo de Israel. Pablo, entonces, comienza su asalto no sólo contra el doloroso rito de la circuncisión, sino también contra todas aquellas prácticas ritualistas derivadas de la Torá que pudiesen espantar por su complejidad y sin sentido para el mundo pagano. No es difícil hacer entender que su teología sigue siendo básicamente judía a pesar de tan atrevidas innovaciones: en realidad se trata de otra vuelta más radical a la tuerca del profetismo: se trata de anteponer la esencia espiritual a la apariencia ritual y litúrgica que la contiene y la deforma al mismo tiempo. La circuncisión y las dietas del kosher pierden significado religioso si logramos captar el significado espiritual superior que conllevan. Ya no es la Ley (ley exclusivista que separa en lugar de universalizar) la que salva, sino el sacrificio supremo del Cristo en la Cruz que destila gracia y gracia universal. Todos somos iguales ante Cristo, ante la Gracia Universal: ni judío ni griego sino hijos de Dios en Cristo.
Toda esta teología chocaba frontalmente con la visión radicalmente judía de Santiago y la sinagoga que presidía en Jerusalén. Si el movimiento de Jesús logra extenderse entre la diáspora lo hace no sin ciertos peligros de contaminación pagana o veleidades gnósticas y Pablo parece ser muy consciente del potencial mítico de la figura de Yeshua. El enfrentamiento queda reflejado con cierta contundencia en la epístola a los Gálatas y en los Hechos de los Apóstoles. Es un enfrentamiento (entre la Ley y la Gracia), que parece ganar Santiago, según se desprende en el capítulo 21 de Hechos. Pero otro suceso de mayor y trágica trascendencia cambia las tornas de la secta judía seguidora de Jesús o Yeshua: se trata del aplastamiento romano de la sublevación judía de los años 66-73 e.c. La sinagoga protocristiana de Jerusalén y todo el movimiento que preside Santiago se disuelve, se exilia, o perece a consecuencia de la implacable represión romana que acontece. Quedan, así, las manos libres para todas las sinagogas de influencia paulina convertidas posteriormente en iglesias cristianas en claro proceso de separación del judaísmo. Santiago queda, entonces, relegado a una figura de segundo plano en el canon neotestamentario y el paulismo, ya sin Pablo, se convierte en el cristianismo que en poco tiempo se logra extender por todo el Imperio. El tema, desde luego, queda abierto a la discusión y a una mayor investigación.
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