El otro día Carlos Fuentes en una entrevista que le hacía este mismo periódico, decía cosas como que Irán era una democracia y había ganado la oposición. O, que el terrorismo se podría erradicar no sólo con medidas policiales, sino también erradicando las injusticias sociales, la pobreza, etc. También parecía entender que la llamada “resistencia” iraquí sería capaz de aglutinar en el futuro un Irak democrático con la participación de todos en una especia de armonía musulmana. Carlos Fuentes, que enseña en prestigiosas universidades americanas, y, además, es un escritor de fama reconocida; no por eso puede abandonar sus postulados ideológicos, que entre otras cosas le exigen mirar para el otro lado cuando su dogma se pueda cuestionar. Y su dogma es el antiamericanismo: la ideología que eleva a Estados Unidos a una especie de demiurgo capaz de provocar o solucionar todos los problemas más acuciantes del mundo. De ahí que todo el terrorismo actual, para esta manera de pensar, ha de imputarse, por necesidad ideológica, a los americanos (y, por extensión a todos sus aliados: Israel, Aznar, Blair, etc.): ellos lo fabricaron, ellos lo crearon y ahora se vuelve contra el mismo imperio, etc.. Si hubo muchos muertos en Manhattan o en Atocha fue porque los servicios de seguridad no funcionaron y, por tanto, el culpable es el gobierno que no supo impedir la masacre, etc..Todos estos argumentos siguen una misma lógica que más o menos va así: Occidente y el capitalismo tienen la culpa del hambre y la miseria del mundo, la miseria y el hambre genera frustración y resentimiento; por tanto, Occidente y el capitalismo han de pagar a cualquier precio su culpabilidad y maldad. El corolario es que Occidente debería de sentirse avergonzado por su nivel de vida y bienestar, por su consumismo, por sus libertades; ya que todo ello se debe a la expoliación que está haciendo del mundo. No nos debe extrañar entonces que se nos castigue a bombazos y que se nos odie por lo que somos. Nos lo merecemos. El problema, entonces, no son los terroristas que nos masacran con bombas humanas o lo que sea. El problema somos nosotros, y, es a nosotros, por nuestro afán explotador, por nuestra arrogancia, por nuestra falta de vigilancia y seguridad; a quienes hay que imputar el crimen, que de antemano, nos merecemos.
Carlos Fuentes reproduce este esquema con fidelidad envidiable. Irán es un país manifiestamente antiamericano y antisionista, por tanto, no podemos descalificarlo como fascismo teocrático, porque así haríamos el juego a USA y eso es impensable para un hombre de izquierdas de toda la vida. Hemos de mirar a otro sitio y llamarlo, si es necesario, “democrático”. La “resistencia” iraquí tiene tanto de democracia como Bin Laden de libertario, pero hemos de asumir que los grupos más fanáticos y asesinos del islamismo nos reservan una sorpresa ejemplar de democracia parlamentaria. El terrorismo islámista, que no islámico o musulmán, cuenta con una ideología y un proyecto imperialista que pasa por la destrucción del Occidente infiel y decadente. Sabemos que es un terrorismo compuesto de gente con mucho dinero y medios, gente preparada y con ambiciones políticas propias: la restauración y universalización de la umma musulmana. Para Carlos Fuentes, sin embargo, si la violencia es antiamericana, no se la puede nombrar como fascismo: así que Bin Laden en realidad no existe y puede que sea una metáfora o símbolo inventado por grupos terroristas que en el fondo puede que representen la frustración del pobre y oprimido, sin más. Incluso podría ser una invención americana como creen muchos, de la misma manera que hasta los atentados de las Torres Gemelas pudo haber sido un atentado sionista o de la misma CIA, como todavía se sigue especulando por algunos círculos progres o de extrema derecha. El esquema ideológico ya mencionado ha de funcionar a costa de lo que sea, incluso de nuestra misma honradez crítica. En el fondo la culpa es del extremista Bush que en lugar de quedarse quieto y pedir perdón al mundo por ser imperio, o repartir la riqueza de Occidente a manos llenas, no se le ocurre más que hacer la guerra a los pobres para explotarlos más y mejor, y, así, generar más terrorismo. Sea como sea, el antiamericanismo, parte de un esquema donde las complejas relaciones de fuerza y poder se simplifican de un modo simplista y maniqueo.
Toda crítica ha de ser imparcial en la medida de lo posible. Todo análisis, para ser realista y con sentido común, ha de partir de los hechos en su contexto concreto. Las generalizaciones tienden a excluir aquello que no entra en sus esquemas. El pensamiento totalitario gusta de las simplificaciones o los reduccionismos. Cuando decimos que el terrorismo es causa y consecuencia del hambre y la frustración de las masas oprimidas, estamos obviando que si esto fuera verdad todas las masas oprimidas de los cinco continentes estarían intentando volar autobuses y metros en Nueva York o en París matando a civiles inocentes y desarmados. Esto no es verdad. Los pobres de Chiapas, por ejemplo, no optan por matar a placer gente civil en la Ciudad de México. Los parámetros éticos de muchos pobres africanos o asiáticos no pasan por la aceptación del crimen indiscriminado contra gente civil de cualquier población, como medio de lucha contra su explotación. Por tanto, este razonamiento es falaz. Es un razonamiento ideológicamente interesado. Generalizar que la pobreza y hambre del mundo es debido al capitalismo o a la globalización impuesta por Occidente, es obviar que muchos países pobres, han desarrollado relaciones de fuerza y poder pensar de un modo exagerado y desproporcionado.
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