Hubo intentos de descubrir la Marca, de jugar a poseer la Marca a través de teosofías, ficciones, iluminaciones; libros-revelación, películas, drogas; espiritismos, visiones, descubrimientos asombrosos, arte de todo tipo. La humanidad jugaba a poseer esa Marca y a veces, algunos de sus iluminados, contagiaban a los demás con sus delirios. Se habían abandonado los dioses pero el vacío se hacía insoportable. Se rompían lazos y tradiciones ancestrales a cambio de un individualismo tan insípido como desarraigado. El universo no era más que una ciega energía formando estructuras caprichosas. Y la humanidad no era más que una manifestación de esa energía. Nada más. Eso sí, persistía el sueño de que esa energía se podría encauzar a favor del Bien. Los políticos y los líderes y los pensadores del momento siempre vendían una quimera. Hasta el mismo nihilismo se vendía como un saber-estar apropiado en el Planeta. Los Derechos Humanos eran el referente supremo aun sin tener muy claro qué era el ser humano y cuales eran sus potenciales.
Los seguidores del Bien tenían que inventar motivos para imponer ese Bien a los demás, fuera el que fuese ese bien y al margen de todo realismo. Había que liberar todo, sobretodo el sexo, el sexo había que desacralizarlo al máximo; había que exponerlo hasta la saciedad, romper supuestos tabúes que supuestamente harían a las criaturas humanas más felices o alegres. Pero el sexo, como cualquier otro deseo, no tenía fin: era un pozo sin fondo que exigía cada más esclavitud y sumisión. La liberación del sexo pasó a ser algo agobiante, desquiciante y persistentemente perturbador.
Pero los Buenos habían de liberar toda opresión. Había que liberar a los niños, a los jóvenes, a los fetos, a los animales, a las células, a las rocas. Había que liberar conocimientos, mentes, cosas. Todo había de quedar en una infinita transparencia de libertad que que se iba haciendo tan fatigosa como insoportable. A base de derechos y más derechos la vida se hacía imposible. Cualquier movimiento en falso, cualquier palabra, cualquier mirada podía infligir el derecho del otro, del vecino, de la mujer o el hombre; del gay o la lesbiana, del niño o el menor; de la hierba del jardín, del diosecillo del bosquimano de la esquina. Cualquier rabanero o rabanera, pícaro sin escrúpulos, político corrupto o picapleitos sinvergüenza sabía sacar gran tajada de todo aquello y el sufrimiento en lugar de disminuir aumentaba. Llegó la época de la Nueva Barbarie y la humanidad volvió a probar otro ciclo de masacres, guerras de exterminio, religiones crueles y despotismos políticos. Nuevo ciclo. Pero eso sería entrar en la profecía. Visualizar lo inevitable.
Los Jah’dim sabían que todo podría ocurrir de esa manera y por eso había que guardar la Marca, seguir escuchando las palabras; seguir viviendo con sentido eterno y absoluto.
18 marzo, 2010
1 comentario:
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