Habían venido a la puerta de mi casa dos figuras humanas tapadas con una especie de hábito monjil con capucha. Eran las nueve de la mañana y no tenía sentido ver gente así visitando pisos. Cuando abrí me dijeron que venían de parte de el Emperador Cushan de las tierras de Mercul, y que estaban reclutando gente para formar una organización secreta. Lo decían con voz trémula y sin mostrar sus rostros. Yo les dije que ese no era momento de visitar gente con tales propuestas, ya que hasta me habían levantado de la cama y yo era un pobre trabajador divorciado y solo, sin derecho a ver mis hijos, muy necesitado de descanso; y que por favor me dejaran en paz.
Pero en ese momento uno de ellos me entregó una medalla con una grabación que me recordaba algo, ¡ALGO! Sí, aquel símbolo se había aparecido en mi sueño de esa misma noche! Ellos estaban aquí, ELLOS! Y eran reales.
No dude un segundo en coger mis cosas y abandonar el planeta tierra para siempre. El Reino de Mercul existía. Y así abandoné mi puñetera soledad y miseria.
22 marzo, 2010
2 comentarios:
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El problema es para qué quería esa gente el emperador de Mercul. ¿Y si era, por ejemplo, para hacer chorizos merculianos con su carne? Yo, la verdad, me hubiera fiado muy poco.
ResponderEliminarLos cuentos son así.
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