Había ido a llevar la baja al instituto y como no había ningún Jefe de Estudios disponible pasé a entregar el papel en Secretaría. Llevaba dos meses de baja por operación de menisco y tenía otros quince días más de baja, quizás los últimos, para acabar de restablecerme a la normalidad. Había tres secretarias y ante la pregunta de cómo iba y todas esas cosas, yo respondí que cuando uno está de baja se da cuenta de lo estresante que es nuestra profesión de profesor: uno duerme mejor, se siente relajado y recupera las ganas de hacer muchas cosas. Una de las secretarias respondía diciendo que qué cosa, pues no era eso lo que aparentemente se veía en los profesores. Yo entonces recalqué que sí que esa era la sensación debido a la diaria pelea con los chavales y que además nuestro trabajo se prolonga indefinidamente durante todo el día con preparaciones, correcciones y preocupaciones que alcanzan la noche y puede crear insomnio. Ellas, las secretarias, se quedaban como sorprendidas. Y yo ya empezaba a verme en esa situación de tener que dar más explicaciones de lo debidas cuando creía que lo que había dicho era algo de sentido común y además me servía para poder dar pie a una conversación circunstancial sin trascendencia alguna. La misma secretaria volvió a repetir casi lo mismo, es decir; que no era eso lo que se percibía normalmente y de nuevo mostró una cara como de sorpresa por oír aquello. Me di cuenta entonces de que el ensamblaje de conversación circunstancial que esperaba no se había producido. Es más, daba la sensación de que yo estaba mostrando una cara indebidamente negativa de algo que todo el mundo de la enseñanza, a ojos de las secretarias, no parecía sufrir en absoluto. Más bien lo contrario. Carajo, pensé yo para mis adentros, esto circula mal y hay que salir de ello con dignidad. Parecía que el momento de conversación se había vuelto algo grave y eso me obligaba a decir algo más. Dije entonces que el trabajo nuestro tenía mucho de creativo y había mucho de lo que disfrutar también, pero que claro, los chavales exigen tiempo y son inquietos, etcétera; pero sentía como si la voz se me ahogara; como si las palabras me salieran de forma forzada y artificial. No me acababa de creer que aquellas mujeres con las que siempre había buena tonalidad en el trato y que además me caían y me siguen cayendo bien, porque siempre tratan de ayudar a uno y están de buen humor; pues que no entendieran que nuestra profesión fuera problemática. Volví a repetir lo de la creatividad del asunto pero solo quería irme de una vez cuanto antes y que aquella conversación no se estirase más. No acababa de comprender porqué aquel ensamblaje de conversación no había salido bien. Además el instituto en el que estoy enseñando es un sitio que me gusta y los chavales son en su mayoría bastante majos pero eso no quita que la profesión en sí sea estresante y de mucha dedicación y preocupación y eso es lo que viven casi todos los profesores que he conocido.
Salí un tanto frío y desconcertado. ¿Cómo era posible que aquellas secretarias no percibieran lo que todos los profesores vivimos a diario? ¿Cómo era posible que unas administrativas que viven tan cerca de los profesores no se percataran de este sentir? No me parecía que estuvieran fingiendo. O quizás había sido que mi manera de comenzar la conversación había sido un poco seria o artificial y el ensamblaje no había cuajado de la forma esperada. Salí de allí sintiéndome un profesor negativo, pesimista; uno de esos fracasadetes malhumorados y frustrados que aprovechan cualquier momento para ventilar sus miserias. ¡Carajo! Cómo podía sentirme así si en el fondo me encontraba bien en aquel instituto y hasta recordaba a mis chavales con cierta alegría durante la baja, cosa que no me había ocurrido en otros institutos donde sí había tenido que sufrir lo indecible y más. ¿Por qué las circunstancias nos juegan estas pasadas? Hay razones por qué ocurren cosas así de sorprendentes aunque tampoco tienen importancia. Yo iba a presentar mi cuarta baja y no me sentía bien conmigo mismo ya que estaba bastante mejor y podía caminar sin muletas y ¿por qué no dar clase ya y dejarse de tonterías? Pero la baja seguía siendo justificada porque subir y bajar escaleras lo hacía con cierta dificultad o después de caminar durante un cacho me sentía cojeando. Quince días más era justo y apropiado, pero inconscientemente piensas que los demás te están juzgando como un vago que estiras las bajas para no dar clases. Es el juicio que los demás piensas pueden hacer de ti lo que hace que tu ego se desestabilice o se desplacé hacia cierta inseguridad que luego los demás notan. Además yo había presentado la situación a las secretarias como de descanso y disfrute. “Disfrutando la baja ahora que no siento dolor y puedo caminar”, dije en un principio por decir algo, pero que cualquier algo que se diga tiene reacciones inesperadas e incontrolables. Y esa es la vida. Nada importante. Un motivo para hacer una reflexión sobre los imprevistos de la vida diaria.
16 marzo, 2010
1 comentario:
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Pues sí. Las relaciones humanas, ya se sabe. Son siempre así.
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