17 noviembre, 2008

No Importa

NO IMPORTA

Caminaba sólo. Siempre solo. Algunos decían que sólo sabía hablar con las serpientes y los coyotes. Era amigo del desierto y de las nubes lejanas. Solía ir al pueblo a comprar sus suministros y asistir al servicio religioso de la iglesia presbiteriana. Luego se iba. Sólo con su mochila cargada o su biblia de pastas negras cogida con la mano. Siempre vestía una chaqueta negra y sus pantalones eran de lona vieja y gastada. En su cabaña, a las afueras del pueblo, no muy lejos del antiguo rancho de la Viuda; allí fabricaba sus esculturas y figuras de piedra o barro cocido tan demandadas en los mercadillos de Walnut Cross y Cherry Town. Eran figuras extrañas inspiradas en las noches estrelladas del desierto cuando la mirada sabe descifrar los misterios de lo insondable. Era necesaria una soledad radical y absoluta para poder esculpir o moldear aquellos símbolos y rostros mitad humanos y mitad de vida irreconocible; vida con forma pero demencialmente retorcida: un aborto de otras latitudes estelares, quizás.

Nadie sabía cómo se llamaba nuestro hombre.

Había aparecido un día por el pueblo vendiendo sus figurines y otro día desapareció a una edad que nadie sabía desentrañar. Desapareció por las montañas secas de Monte Pelado, no muy lejos del Valle del Pecos. Dicen los más viejos que todavía se acuerdan de él, que un chico; el hijo del pastor Urdí de la iglesia presbiteriana, vio a nuestro hombre rodeado de coyotes cerca del pozo del Indio. Él, en medio de la jauría, aullando como una alimaña más. Luego las nubes cubrieron la luna llena y el chico ya no pudo ver más.

No importa. Qué más da. Ya nadie lo recuerda.

Vitalek

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