Cuando la imaginación toma control de la persona sin los contrapesos de la razón, estamos ante un desequilibrio de la voluntad. Lo mismo cuando la razón toma control de la persona sin los contrapesos de la imaginación. En el primer caso la persona se deja llevar por las poderosas fuerzas de los arquetipos, de los mitos, de los delirios, de las abstracciones y la voluntad no es capaz de encontrar el punto de apoyo desde donde compensar las exigencias y presiones externas que sin defensa de la razón pueden abrumarle. La energía imaginativa sin control de la razón crea fantasías en lugar de conocimiento objetivo y puede descarriarse con facilidad. Surgen las contrariedades inesperadas que frustran sin compasión las esperanzas poco o nada fundadas. La realidad entonces comienza a teñirse de hostilidad y oscuridad al mismo tiempo que la mente se refugia más y más en sus propios paraísos; en sus propias utopías. Hay un repliegue hacia el mundo subjetivo y mayor necesidad de pasear solo y de recrear el mundo a nuestra imagen y semejanza. No quisiéramos enfrentarnos a esa realidad cotidiana de rutinas ásperas, inexorables y frías. Hay una peligrosa escisión o dicotomía entre la realidad y la imaginación particular. Las fricciones pueden ser terribles y han de generar un malestar existencial crónico.
Cuando la razón toma poder de la persona y desprecia la imaginación o la relega al desván del olvido, la razón entonces corre peligro de convertirse en una razón manipuladora o instrumental. Pero esa misma obsesión por ver las cosas desde el lado lógico y calculador es paradójicamente producto de una pasión irreconocible por disecar, por eliminar, por vaciar, por limitar o reducir la compleja realidad a algo manejable, manipulable, controlable; y en consecuencia poder excluir, poder ignorar, o incluso despreciar lo que no encaje en nuestros esquemas. La voluntad que se mueve en estos parámetros de unilateralidad lógica y racional es incapaz de detectar la irracional pasión que le mueve; y, es por ello, que ha de padecer de este desequilibrio de varias maneras. Su imaginación reprimida, desvalorizada o relegada al rincón de lo inservible, produce un empobrecimiento de la vida, negándonos la posibilidad del libre juego de las afectividades, de cierta liberalidad con las emociones; incluso se nos puede negar el disfrute o el libre juego del arte y los diferentes modos o aspectos en que se puede interpretar esa realidad reducida ahora a un neutro discurso racional. Las personas que compulsivamente se rigen por la razón en detrimento de la imaginación pueden ser muy vulnerables a cualquier desbordamiento emocional o afectivo que no saben encajar o encauzar ya que la función imaginativa ha quedado descuidada, abandonada, inmadura. Simplemente no saben cómo enfrentarse a sus propias emociones, afectividades, fobias, y miedos y eso les puede producir serios desajustes y desequilibrios de la voluntad.
Normalmente las personas navegamos entre diversos puntos del espectro entre razón e imaginación. Todo depende de las circunstancias y factores de muchos tipos: genéticos, culturales, ambiente familiar, etc. Una voluntad que haya encontrado un justo punto de equilibrio es algo raro, aunque no imposible. Por lo general y en ocasiones, observamos en la gente que nos rodea y en nosotros mismos, si somos perspicaces, como algunas personas han desarrollado ciertas facultades mentales en detrimento de otras; o, como otros son refractarias a ciertos temas o sensibilidades que pueden ser el centro de interés propio de éste o aquel. Estos desajustes no tendrían importancia si no fuere por el efecto espejo que se produce en las conciencias al intercambiar intereses, enfoques o simplemente conversación, ya que si cada uno de nosotros somos un espejo para los demás el reflejo que podemos producir inconscientemente en el otro puede generar malestar, incomodidad e incluso resentimiento y odio. Así de delicada y cruelmente paradójica es nuestra existencia. Por suerte grandes amistades surgen cuando los reflejos abren campos de coincidencias y nexos comunes de valoración de la vida.
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