13 septiembre, 2010

EL MAL Y LA ILUSIÓN


Porque todos vivimos en la fisura, en la grieta de separación y dislocación entre la vida real y la razón universal, entonces todos sufrimos de inseguridad, de inestabilidad, de desasosiego y desajuste; y, por tanto todos reaccionamos con miedos, con fobias de algún tipo, con alguna modalidad de obsesión; con proclividad a rasgos neuróticos, apegos enfermizos, vicios públicos o privados, o locuras efímeras o persistentes. Esa es la condición humana y nadie escapa a ello. Es ineludible. No hay santos perfectos. Los momentos de alegría o felicidad decaen siempre en la rutina de los aciagos días.

Cuando hay miedo se reacciona de modo irracional, sin control; y, cuando actuamos sin control podemos destruir más que crear. Cuando se apodera de nosotros una fobia, neurosis u obsesión, esta, paraliza e inutiliza parcialmente nuestras actuaciones y nos tendemos a distorsionar, exagerar o frenar aquello que debería desarrollarse con libertad, y con voz propia. Los apegos enfermizos nos sumen en una cobardía crónica y, las locuras nos hacen colocarnos fuera de órbita y así perder la marcha del sentido común cuando más se necesita. Todo esto se mueve en un espectro diferente dependiendo de cada persona, pero no hay persona que no sufra estas disfunciones en momentos de su vida. Todo ello se nos escapa al control consciente. Factores genéticos o sociales contribuyen a reforzar o debilitar tales condicionantes psicológicos.
La raíz del mal está en la misma existencia humana. Es la separación de la razón universal la que nos incita a la destrucción, a los engaños, las perversiones sadomasoquistas, a las fantasías desmesuradas; al control y dominios obsesivos, a la rígida disciplina o a la propensión informal o anárquica. La mayor desviación de la razón universal es la conciencia que se cree soberana de sí misma. La búsqueda de sí mismo acaba en confusiones y extravíos, ya que no hay final en el camino hacía las profundidades del alma. La ausencia de principios universales nos hace resbalar y dudar en cualesquier camino que tomemos. Por lo contrario, la afirmación existencial de tales principios nos podría permitir actuar con determinación y equilibrio. El mal invade con plena libertad y derecho aquellas conciencias que más se alejan de la razón universal.

¿Pero hay algún puente de unión entre la razón universal y la mente humana, o de lo contrario nuestra dislocación es total y absoluta? Es decir, ¿estamos condenados a vivir en permanente extravío, o de lo contrario existe una posibilidad de vislumbrar la razón universal? Los gnósticos decían que los hombres poseíamos una chispa divina adormecida que a través del conocimiento podría despertar y hacernos ver que somos parte de Dios. Los cristianos creen que la redención de Cristo en la cruz abre el camino entre Dios y el hombre a través de la fe. El psicoanálisis creía que la solución estaba en hacer consciente y racional lo irracional inconsciente. El marxismo nos hacía pensar que las contradicciones de la Historia podrían ser superadas a través de una planificación económica racional que permitiera la realización de las personas. Nietzsche y los existencialismos nos dejan desnudos ante un mundo desprovisto de toda trascendencia posible. Cada uno ha de forjar sus propios valores y afrontar la existencia del mejor modo posible. El liberalismo nos habla del mercado como regulador invisible y equilibrador de las necesidades humanas en libertad, sin la interferencia de la política o el Estado. Otros creen que sin intervención de la misma trascendencia o razón universal es imposible que un ser humano despierte a dicha razón. Todo lo demás son ilusiones producto de una mente extraviada que sueña con ser redimida. Cabe la posibilidad de que la misma razón universal que aquí hemos expuesto sea todo parte de esta misma ilusión.

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