07 septiembre, 2010
LA SOCIOLOGÍA UTÓPICA
Cierta sociología y psicología no asume la individualidad como factor determinante de muchas conductas. Tampoco los aspectos culturales de ciertas naciones, etnias o pueblos son factores a considerar como razón sine quanum de sus éxitos o fracasos en su adaptación y situación en el mundo. Esta sociología parte de la idea de que todos somos iguales y potencialmente buenos, si una persona vive en la pobreza o delinque; hay que analizar primero su contexto familiar, social, salud física y mental, etc. Esa persona es siempre producto de su entorno el cual puede ser favorable o desfavorable. Los casos de “fracaso social” de las personas se entienden siempre desde esta perspectiva de desequilibrio social o familiar que en última instancia obedece a injusticias soco-económicas de raíz política, etc. Este análisis se extiende también a los grupos sociales, etnias, naciones o pueblos minoritarios, tercermundistas, pobres, inmigrantes, etc. La pobreza o atraso es siempre producto de unas relaciones de fuerza que les obliga a vivir mal, en desventaja, en la ignorancia. Si acabamos con esas condiciones de opresión o injusticia (o sea, la raíz del mal), entonces acabamos con el problema y así la humanidad va más y más caminando hacia una mayor igualdad y progreso. De acuerdo a esta manera de hacer sociología y psicología los factores individuales o culturales no se pueden considerar como determinantes. El atraso de muchos pueblos africanos o musulmanes, por ejemplo, no se puede atribuir a sus costumbres o religión ya que estos son siempre expresión de unas condiciones sociales. Una vez erradicada la pobreza y su raíz socioeconómica, estos pueblos entonces cambian o actualizan sus culturas o religión hacia una mayor tolerancia y flexibilizada, etc.
Este tipo de sociología es abrumadoramente influyente en la Europa moderna y en Occidente en general. Es una sociología que rehuye hablar de responsabilidad individual conducente a logros morales y sociales, de culturas más laboriosas y eficaces que otras y por lo tanto obtienen un mayor éxito social y progreso económico; de religiones más adaptadas a la realidad moderna que otras. Rehuye en general todo aquello que pueda comparar culturas, pueblos, razas, religiones, donde una de ellas pueda ser considerada moralmente mejor, socialmente más exitosa. No hablemos ya de comparaciones entre individuos donde uno puede ser más inteligente que otro o moralmente mejor o más trabajador o más o menos eficaz que otro. El delincuente no es un ser moral que actúa con libre albedrío y que dentro de este libre albedrío escoge robar o matar como la vía más válida; sino que es una persona con desequilibrios psicológicos fuera de su control, desajustes sociales que le han condicionado, etc. Entonces los códigos penales contemplan no el castigo, sino la rehabilitación del “enfermo”, terapias sociales de grupo, educación ciudadana y en valores solidarios, etc. Es todo cuestión de ingeniería social, de pedagogías adaptativas, etc. El meollo de esta sociología es la idea matriz de que todos somos buenos en el fondo pero que la sociedad nos deforma con sus injusticias. Si acabamos con las injusticias que actúan como algo externo a nosotros, entonces todos podríamos ser buenos. Los fundamentalistas islámicos dejarían de matar en el momento que se les saca de su alienación social o se liberan de sus opresores (Israel, Occidente, sus clases altas), los gitanos se integrarían a una sociedad paya si esta sabe comprender su marginación histórica contribuyendo con fondos, educación y diálogo a su integración.
Esta sociología es producto de un pensamiento idealista muy antiguo: la idea de que el hombre puede construir el paraíso aquí en la tierra. De darse las condiciones y posibilidades de libre desarrollo, llegaríamos a construir el reino mesiánico o la Utopía feliz. La Historia, para esta sociología, es una superestructura irracional impuesta por relaciones de poder injustos, sistemas económicos vampirescos que viven de la explotación y opresión, culturas que encubren astutamente mitificaciones que favorecen las estructuras de poder, etc. La lucha contra esta Historia, contra esta superestructura irracional y demoníaca, es fundamental para la liberación de los seres humanos, de las personas, de los pueblos. Todos podríamos vivir una espontaneidad libre, una creatividad sin fin; pero para ello hay que acabar con el mal, con esa alienación que nos es externa, impuesta, pero que invade nuestra subjetividad o la produce sin darnos cuenta. Liberarla a una realidad diferente es la labor de esta sociología fuertemente reforzada por los movimientos contraculturales de los años sesenta bien asentados posteriormente en las universidades de Occidente. Es así que Occidente representa ese mal en grado extremo con su colonialismo, imperialismo, falso progreso o progreso alienante. Y, los pueblos minoritarios o tercer mundistas o “los otros”: los sujetos oprimidos, la mujer, los inmigrantes, las culturas diferentes, pasan a ser “los otros” a quienes hay que reconocer, dialogar, comprender en sus propios términos, darles voz propia, no interferirnos en su desarrollo cultural aunque si hay que darles todo el apoyo solidario posible con buena voluntad.
El error de esta sociología es que no considera al ser humano concreto encarnado en hombres y mujeres que viven millones de situaciones concretas donde se mezclan situaciones de clara opresión con elecciones morales o culturales, donde a veces la elección moral ha sido determinante, pero otras no. No tiene en cuenta que hay muchos rasgos culturales en los pueblos del mundo que son nefastos y negativos porque obstruyen la posibilidad de salir de la miseria o se bloquean económicamente sin salida por razones de fanatismo religioso. Hay países musulmanes ricos que no por ello salen de la opresión y por lo tanto el factor religiosos sí puede ser determinante. Hay minorías que encarnan valores más positivos y eficaces que otras que se obstinan en conservar lo que sólo les lleva a un círculo vicioso de pobreza y atraso. Hay personas que poseen inteligencia innata y hay otros que son más torpes o unas son más buenas y equilibradas mientras que otras son malas o violentas o malignas sin redención posible. En resumen: el mundo es muy complejo, muy complicado, los factores condicionantes son muy variados y hay multitud de modalidades concretas de estar en el mundo, de posicionarse, de vivir, de organizarse, de creer, de trabajar, etc. Los cambios en el mundo suceden de forma inesperada, son una conjunción de muchos factores imposible de ser reducidos a fórmulas mágicas, a esquemas ideológicos bieneintencionados. Es hora de sacudirse de esa sociología que invade la pedagogía oficial, las políticas demagógicas de turno, que favorece a veces lo indeseable y obstruye lo deseable en nombre de una igualdad dulce y abstracta que busca enternecernos y consigue muchos votos. Es hora de ver la realidad en su complicada multiplicidad, y renunciar a buscar las raíces últimas de nada. Algo más de pragmatismo y eclecticismo.
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