12 septiembre, 2010
RAZÓN Y MORAL
Todo se mueve dentro de una racionalidad. Todo movimiento y acción sucede por una razón inexorable. Nada ocurre porque sí. Mi reacción a una injusticia acontece porque está grabado en mi mente lo que está bien y lo que está mal. Si alguien me roba soy capaz de percibir ese acto como delito. Como error moral. Como conducta maligna. En un mundo de puro relativismo ese acto no tendría sentido. Me robarían pero no sería un robo y yo por mi lado también robaría sin ser robo, tan solo una acción entre tantas otras. Si te roban un saco de patatas con las que han de comer tus hijos que tienen hambre, en un mundo de puro relativismo; no te importaría y dejarías que te robasen porque ese acto no tendría sentido ni como robo ni como nada. Tampoco el hambre de tus hijos tendría sentido. Simplemente se morirían de hambre ante tu mayor indiferencia y luego a otra cosa. Si hay otro saco de patatas disponible para ti pues comerías de ellas y sino pues te debilitarías y poco a poco morirías sin sentir nada, sin comprender tu dolor y debilidad. Indiferencia total en un mundo donde nada tiene sentido o los sentidos son tan infinitamente relativos que daría igual. Daría lo mismo vivir que morir. Seríamos como una masa carnosa y viscosa que se mueve por inercia. Un impulso por aquí y otro por allá, si ese impulso me hace comer pues como, si no pues no como y me muero. Si seguimos esta lógica podríamos llegar a un mundo imposible. Que haya un impulso o un instinto ya es una fuerza con un sentido concreto: comer, reproducirse, defensa de las crías. En las mismas nebulosas donde nacen las estrellas hay impulsos gravitatorios lógicos y necesarios.
Todo está regido por una razón, por un sentido. Todo se mueve y todo cambia por alguna razón. Nos parece caótico a veces, pero no hay nada que se mueva porque sí, por pura inercia. Imaginémonos que Pepín va a trabajar por la mañana por inercia, podría parase por el camino y quedarse mirando al río sin sentido de tiempo ni de responsabilidad. Simplemente mirar. Luego se pone a cagar en medio del puente. Simplemente cagar porque sí. Otros pasan a su lado sin inmutarse. Ellos también cagan, respiran y da lo mismo. Pero aun así hay actos. Hay reflejos. Es imposible pensar en un mundo sin actos, sin reflejos, sin impulsos. Desde el momento que hay movimiento hacia algo hay un sentido, y si hay un sentido hay una razón. La vida de Pepín podría ser la de un insecto. Impulsos simples y amorales. Pura supervivencia y perpetuación, pero con una razón de trasfondo. El hombre no puede vivir así. No sería hombre, sería insecto.
Si me roban el saco de patatas con el que han de comer mis hijos sería capaz de matar. Todo mi ser estaría concentrado al 100% en la defensa de ese saco de patatas por amor a mis hijos pequeños e indefensos. Ellos han de vivir, crecer, desarrollarse; perpetuarse. Es una ley natural absoluta. Es una ley moral absoluta. Actuar de otra manera sería la locura, la aberración, el mal. Somos conscientes de lo que está bien y lo que está mal. Está escrito en nuestros genes. La moral está en consonancia con la ley natural. La adaptación del hombre tiene como función buscar un equilibrio de mínimo sufrimiento. Conseguir el saco de patatas con el mínimo sufrimiento posible. De ahí la ley como necesidad y la justicia como compensación y retribución. Todo aspira a una razón de equilibrio y compensación. Cuando hay desproporción y desajustes surgen las crisis, la violencia; hasta que vuelva un equilibrio y se genere más inestabilidad. Pero no es algo ciego y sin sentido. Es imposible que sea así. Hay una razón universal que dirige todos estos procesos naturales y (en el hombre) morales.
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