A los humanos se nos ha dado el conocimiento que emana de los sentidos. Somos en primer lugar seres de carne y hueso, de materia. Confiamos en aquello que vemos, que palpamos, que se cumple de forma visible. Desconfiamos de todo aquello que no vemos, que no palpamos, que no cumple de forma visible. Sabemos que un león es un animal peligroso. Sabemos que una máquina tiene una lógica y una estructura que puede fallar o funcionar. Sabemos que una persona cumple porque es honesta y coherente en su conducta; y, sabemos que otra no lo es: es voluble, es informal, etc. Todo ello es comprobable. Es por ello que la gente medianamente inteligente (hay gente que no lo es o no lo somos), valora la razón como una herramienta del cerebro de valor incalculable. La razón nos ayuda a desvelar engaños, fraudes, mentiras. La razón busca la mayor transparencia, lo justo de las cosas y las personas, la objetividad posible.
La razón nos puede también ayudar con los miedos, aprensiones, inseguridades y desequilibrios afectivos producidos por los avatares de la vida y por la misma condición humana sometida a contingencias diversas. Si tengo una enfermedad es bueno saber que hay un remedio, que el médico comprende la enfermedad; que en definitiva la enfermedad se puede hacer objetiva, objeto visible para otros que la comprenden, controlan o son conscientes de la imposibilidad de curarla. Si un problema de relación de pareja llega a ser irresoluble por las incompatibilidades de las dos personas, la razón puede abrir vías de solución. Si nos abruma un problema de dificultad económica, desempleo, explotación por parte de una persona o empresa, o somos víctimas de mala fe y crueldad por parte de alguien, la razón puede ayudar hasta cierto punto. Más allá de ese punto hace falta valor, valentía, coraje.
Efectivamente, en todo esto de los miedos, inseguridades, etc. hay un límite en que la razón nos puede mostrar la solución, la puerta de salida; pero luego hay algo que nos falta: el valor. Los miedos profundos nos paralizan, nos hacen esclavos de situaciones humillantes u opresivas y muchos humanos prefieren mantener esa situación de esclavitud a tener que enfrentarse a situaciones nuevas que, piensan, les pueden llevar a la soledad absoluta, a la indigencia económica, a la locura y cosas por el estilo. Si el valor, la valentía, el coraje, es la solución a esos dilemas del miedo: ¿cómo se consigue el valor? ¿De dónde surge? ¿Por qué unas personas tienen más valor que otras y logran imponerse y salir de situaciones opresivas? Aquí la razón nos sirve de poco. Podemos razonar lo que queramos, pero en punto muerto. Entramos en el mundo de las emociones, de los afectos, de las energías o fuerzas irracionales que pueblan también la mente. Estas son fuerzas o energías impalpables, invisibles, irracionales, inmateriales, subjetivas, etc. Se comportan como fuerzas externas a nosotros que nos presionan, nos controlan, nos desplazan, nos desencajan, nos desequilibran; nos merman, nos restan confianza en nosotros mismos y nos hacen sufrir, vivir sin energía suficiente y por lo tanto la proclividad a las depresiones, a los bajones, a la pérdida de estima, etc.
Hemos hablado de razón, pero nos hemos olvidado de otra facultad del cerebro o mente: la imaginación. No hay que oponer imaginación y razón: son facultades complementarias que se conjugan y actúan como punto y contrapunto. La imaginación puede elevar las sensaciones, los recuerdos y el conocimiento a representaciones, vistas, horizontes, paisajes, cuadros o universos, donde la mente encuentra manantiales de energía, fuentes de significados profundos, arquetipos sólidos que actúan como refugios o referentes poderosos. La imaginación en consonancia, en reverberación, en conjunción con la razón es una fuente poderosa de valor, de coraje, de libertad. La imaginación sin esa consonancia, sin esa sintonía con la razón; deriva en neurosis, en delirios, locuras, violencia incontrolada, etc. Y viceversa, la razón sin la consonancia con la imaginación deriva en frialdad, en insensibilidad, en pobreza afectiva que puede derivar en desequilibrios psíquicos, ya que la imaginación por mucho que se quiera relegar al olvido no deja de reclamar reclama su parte en el funcionamiento de la mente.
28 septiembre, 2010
1 comentario:
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Muy buen artículo, Sr. Nesalem. Lo he leído con gusto y estoy muy de acuerdo. De todos modos, creo que existe una balanza, y en un plato se van poniendo unas cosa y en otro otras. Ni la razón, ni la balanza, ni la imaginación, ni los huevos, ni nada de nada (tampoco la religión, claro) va a solucionar la conflictividad y cabronidad esencial de la vida humana. Pero bueno, es una manera de ir pasando el tiempo hasta que nos llegue la hora.
ResponderEliminarRubèn D. Andrés