Me hacen esta pregunta en relación a mi anterior escrito sobre Pablo. La hago extensiva a los lectores de este Atrio.
Nesalem
15:13 Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó.
15:14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
15:15 Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.
¿esta afirmación de Pablo es lenguaje mítico o es una afirmación histórica?
Históricamente la epístola (1ª Corintios) es un hecho y está demostrado que ha sido escrita por Pablo. Pero la resurrección de los muertos no es un hecho comprobable históricamente. Lo empíricamente demostrable es que los muertos no resucitan saliendo de sus tumbas de un modo visible y comprobable por testigos presentes que puedan levantar acta de tales acontecimientos, de ahí que las narrativas evangélicas sobre la resurrección sean tan confusas y contradictorias. Ni tampoco resucitan de otras maneras visiblemente objetivas y palpables. Eso ha sido así en la antigüedad y en el presente. Otra cosa es la resurrección como tema teológico. O sea, la resurrección como tema de fe y es sabido que a la fe no se llega por hechos empíricos, ni por demostraciones racionales; a la fe se llega por la conversión. El ordenador en el que estoy escribiendo es real y palpable. Si ahora entra otra persona en mi despacho verá el mismo ordenador y si entran mil personas de diferentes culturas o creencias, el ordenador sigue estando ahí: tan objetivo y palpable como al principio. No es así con la fe. Yo no puedo mostrar mi fe de una manera materialmente objetiva, visible por un acto de voluntad. Es decir, yo no puedo decir a mi gato: “¡Vuela gato!” y el gato por el poder de mi fe va y se pone a volar. Imposible y absurdo. Mi fe es una experiencia subjetiva. Esto quiere decir que participa de los mismos elementos de representación que mi imaginación. Yo, con mi imaginación, puedo crear mundos de ficción, puedo inventar personas o personajes que cobran vida; puedo recrear el mundo de una manera insólita a través de la música o un cuadro. Pero esos personajes no son reales, no tienen existencia física; esos mundos transmutados no son reales: sólo existen como representación y solo tienen el potencial de ser comprendidos por otra mente humana capaz de conectar o de despertar a la misma experiencia (aunque en sus propios términos). La resurrección de los muertos existe a ese nivel de la fe, o de la imaginación, si se quiere.
Pero que la fe no pueda ser demostrada como algo objetivo al modo en que lo es mi ordenador o ese árbol de ahí enfrente, no quiere decir que no tenga una vida propia, una energía propia en la mente del creyente. La conversión cristiana implica necesariamente un cambio de perspectiva y de vida. Implica así mismo una interpretación de la realidad histórica y objetiva que es diferente a otras: la musulmana, la budista, la atea, etcétera. Y, muy importante, implica también una conducta y un modo de actuar en el mundo distinto a otras prácticas o modos de actuar. Pero hay algo que es universalmente válido para todas las representaciones subjetivas: ninguna puede hacer que ese árbol que tengo enfrente se transforme en gato o este ordenador mío se convierta en una nave espacial. Ninguna tiene el poder de transgredir las leyes físicas que rigen el universo y la resurrección física y palpable de un cadáver que sale de la tumba es un imposible comprobable de forma absoluta. Aunque sí es posible bajo el poder de la imaginación y sobre todo de la imaginación encendida por el poder de la fe.
Efectivamente, la fe cristiana sería absurda y no tendría sentido si no creyéramos en la resurrección de los muertos, pero esa resurrección de los muertos no es algo que sea dado física y objetivamente como llevamos siglos comprobándolo. No es así como funciona la fe. Dejaría de ser fe si así fuese y pasaría a ser hecho real ante el cual habría que obedecer o aceptar de forma absoluta como el árbol que veo por la ventana. Las realidades espirituales tienen su propio lenguaje: el lenguaje teológico-mítico, la historia sagrada como representación visual y sensual de los arquetipos míticos que ordenan la experiencia de la fe. El Jesús humano, el judío Jesús que pretendió ser el Mesías o que anunciaba el Mesías; murió ajusticiado en la cruz y así había de ser: total abandono a la muerte, la muerte física con todas sus consecuencias: corrupción, gusanos, etcétera. Pero la muerte física no es la muerte espiritual: la fe nos revela que esa muerte física no es donde acaba todo, que este cuerpo físico puede ser transformado y transmutado por medio de la fe y con ello descubrir la eternidad e infinitud en la que ya estamos inmersos aunque no despiertos. La muerte física es la puerta definitiva a otras dimensiones espirituales y eso, por necesidad, está siempre presente en la mente de los creyentes. Es una representación imaginativa firme y absoluta, no un circo o espectáculo de magos sacando cadáveres de las tumbas o jugando con las supersticiones de la gente. En ese sentido histórico y objetivo no hay resurrección. El Cristo resucitado de Pablo es algo que se ve con el poder de la gracia y la fe. Quien no posee esa gracia y esa fe nunca podrá creer en la resurrección.
Es así que una interpretación positivista o “materialista” de la resurrección obedece más a un espíritu pseudo-científico que a la realidad de la fe. Muchos protestantes fundamentalistas caen, paradójicamente, en esta postura; que no es la de Pablo a mi entender si leemos Romanos 6:4: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” Este es lenguaje mítico-teológico, no demostrativo de verdades objetivas.
30 marzo, 2010
3 comentarios:
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Gracias por la respuesta.
ResponderEliminarLa misma plantea varios temas, cada uno de los cuales podría ser objeto de consideración y debate. De todos modos, siguiendo con 1ª Corintios (disculpa, pero en el anterior comentario olvidé incluirlo):
15:3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
15:4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
15:5 y que apareció a Cefas, y después a los doce.
15:6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen.
15:7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles;
15:8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.
La interpretación de este texto es también una interpretación mítica. Es decir, corresponde al lenguaje de la fe.De modo que cuando dice 500 a la vez, quinientas personas tuvieron una experiencia de fe en el mismo momento. ¿Qué añade la inclusión "a la vez" en el texto? Es decir, sino hay una referencia histórica ¿por qué Pablo hace esa mención?
Eso de la fe siempre me sonó a "yo creo esto y esto porque me da la gana; sin embargo, el hecho de que yo pueda creer esto y esto es en sí mismo una fuerza que no viene de mi capricho, sino de las profundidades de un universo espiritual que se manifiesta en mi mente, una fuerza demostratriva suficiente, que yo siento como autèntica y real dentro de mi."
ResponderEliminar500 personas que hayan presenciado de un modo físico y palpable la presencia de un resucitado tendría consecuencias espectaculares en la Palestina de entonces y en el mismo Imperio Romano. Hubiera habido una explosión de documentos, de escritos, de desequilibrio o desasosiego social con trascendencia insólita. Una resurrección física vista por tanta gente o comprobada no te imaginas las repercusiones que hubiese acarreado.
ResponderEliminarLa explicación ha de ser otra. Fue una resurrección mítica. Poderosamente mítica.