“Era un rey muy bueno y justo que vivía en la tierra de Shaer. Este rey tenía un hijo desobediente y caprichoso. Un día el rey lo mandó a estudiar a la academia de Nehemías el Sabio. Este maestro lo hizo estudiar las artes y conocimientos del mundo con poco resultado. El hijo del rey hacía novillos y se mofaba del sabio riéndose de su verruga en la frente y tirándole bolas de barro. El rey, al enterarse de lo que su hijo hacía, lo reprendió con dureza. Pero el alma malvada nunca entra en razón. Su resentimiento puede ser como un cáncer: sólo ansía destruir y hacer daño. Así que un día cuando Nehemías el Sabio propuso al muchacho haragán estudiar la lengua de los Ceruleos, vecinos prósperos del pueblo de que gobernaba el rey de Shaer; para así acercarse más y mejor a tan buenos y prósperos vecinos; el malvado muchacho se retiró a pensar.”
“Y pensó. Pensó lo suficiente para hacer lo que habría de hacer. Miró entonces los pergaminos de aprendizaje de la lengua Cerulea y vio que le era harto difícil tal tarea. Así que se dijo “Si yo no puedo aprender esta lengua maldita, que sean los Ceruleos quienes aprendan la mía”. Dicho esto comenzó a envenenar la mente de su padre con infundios y calumnias; y, también la mente de los ministros y a las amantes y concubinas de su padre. Dio dinero a impostores y espías para decir mentiras y provocar a guerra a los Ceruleos por causas falsas y maledicencias. El pobre rey llegó a estar tan asediado y acosado por sus consejeros y ministros, quienes le aconsejaban insistentemente en declararles la guerra a los vecinos, que abrumado por tanta presión cedió y declaró la guerra a los Ceruleos.”
“No podía creer el rey de los Ceruleos lo que estaba pasando, ya que el buen rey de Shaer siempre había sido como un hermano. Así que desconsoladamente el rey Ceruleo preparó a su ejército para combatir. Larga fue la guerra y las batallas que se llevaron a cabo y mucha la sangre y la carnicería entre los dos reinos. Al final el ejército de Shaer logró ganar la maldita guerra y el hijo del rey veía cumplido su deseo: a partir de entonces los Ceruleos habrían de aprender la lengua de los Shaer. Y así se hizo por edicto.”
“El hijo del rey se gozaba de haber triunfado en sus propósitos y se sintió fuerte: sus súbditos lo empezaban a respetar más que a su padre, y con el tiempo se hizo con el poder derrotando y luego asesinando a su padre.”
Y así es este relato. Dijo Bernaján el Ciego a los oyentes de la plaza pública ateniense.
“No puede ser que una guerra tenga ese sólo motivo” reprochó un joven intrépido e inmaduro con cara de descaro intelectual.
“Tiene que haber razones más estructurales y profundas, factores económicos y sociales subyacentes, etc..”
“Mi joven imberbe, el motivo de esta guerra fue sólo este: la maldad de un corazón cruel y malvado. Sólo este. No busques más razones pues te engañarás de una manera miserable.”
El joven imberbe se empezó a reír de Bernaján el Ciego: “Viejo judío, vete a contar fábulas a otras tierras." Seguidamente otros jovenzuelos sabihondos imbuidos de teorías tan pretendidamente profundas como vanas, comenzaron a tirarle piedras.
Y así se fue Barnaján el Ciego a otra tierra con su sencilla y sabia historia.
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