Me buscaba a mí mismo a través de la meditación trascendental. Cerraba los ojos y dejaba que la mente me llevara al centro del universo. Pero el centro del universo aunque estuviese en cualquier sitio o en cualquier cosa se negaba a revelarse. Un día cerré de nuevo los ojos y de repente una voz extraña, suave como un susurro y a la vez cavernosa, me empezó a hablar. Yo, asombrado, escuchaba y escuchaba, porque la voz no paraba de decir: “Rekumbenarkeloak”. La palabra inundaba mi cerebro y pronto me sentía trasportado a mundos inauditos cubiertos por una humedad fría e inhóspita que me hacía temblar, no sólo por falta de calor corporal, sino por el pánico que iba sintiendo a medida que me sabía atrapado por un horror cósmico, quizás demoníaco, que habitaba un mundo fantasmagóricamente deformado por sombras de criaturas que gritaban y susurraban “Rekumbenarkeloak” sin descanso. Pronto me sentí confuso y aturdido y poco a poco fui perdiendo el sentido de mi corporeidad humana para pasar a ser una cosa verrugosa y babeante que se deslizaba por la ladera de un volcán de lava verde putrefacta. Me arrastraba en mi mismo pánico salvaje sin más intuición que un instinto de animal primigenio y frío en busca de su carnaza o carroña. Y de repente yo mismo empecé a aullar la palabra maldita: “¡¡¡Rekumbenarkeloak!!!”.
Fue cuando mi gurú, el pandhi Mahabarthi Sansitorkan, me aspiró con fuerza en un boca a boca de hedor insoportable (pues su dentadura estaba roída por las bacterias del sarro y su garganta padecía el crónico atasco de unas flemas verdosas malolientes) y así pude retornar al cuarto de la meditación entre el horror de los demás discípulos del pandhi que me veían blanco cadavérico escupiendo las flemas del gurú.
--Mirad y oid—dijo el pandhi—vuestro compañero se ha encontrado a sí mismo y ahora retorna del viaje.
--Rekumbenarkeloak—dije yo--¡¡Rekumbenarkeloak!!! Repetía y repetía como un loco o un epiléptico sin control.
Nunca más volví a las sesiones de Meditación Trascendental del gurú Pandhi Mahabarthi Sansitorkan. Buscarse a sí mismo era el intento más horrible y blasfemo que los humanos habían alcanzado. Me convertí en un monje cristiano y me paseé el resto de mi vida pidiendo perdón a Dios por no haber reconocido mi condición de criatura.
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