Samor cogió la bici una tarde primaveral y se dirigió hacia las afueras de la ciudad donde hay una pequeña iglesia medieval reconstruida. Había llovido por la mañana pero por la tarde el cielo despejó y todo comenzó a adquirir una nueva tonalidad. Días atrás había leído el evangelio de Mateo impulsado por un encuentro con un Siervo de Jacobok que trabajaba con él en el taller. El siervo de Jacobok se llamaba Neskal y provenía de una aldea de las montañas de la región. Neskal había empezado a trabajar en el taller donde él trabajaba, hacía aproximadamente un mes. Recordaba Samor que aquel mismo día que empezó a trabajar Neskal también empezaba a trabajar Eliad. Eliad era de la región vecina de Askal;y, tanto él como Neskal parecían amigos de toda la vida. Los dos trabajaban en el mismo banco cortando goma virgen y metiendo moldes en las máquinas.
Un lunes de febrero a primera hora, Gertram, el jefe de la sección de la goma entró furioso en el taller quitándose el impermeable tipo piuma y la boina. Iba repitiendo algo así como “estos asquerosos, estos fanáticos”, y caminaba nervioso hacía su rincón donde solía colocar la ropa de calle para ponerse el mono azul; cambio que hacía allí mismo en el rincón, y entonces por un momento se quedaba en calzoncillos hasta colocarse la funda. Una vez cambiado y listo para trabajar se dirigió ese día al banco del oficial Sakalok y le comenzó a contar en voz alta lo acaecido durante el fin de semana. Sakalok mantenía un trato cordial, rayando en lo servil, con los jefes; ya que su rango de oficial le permitía exhibir cierta autoridad ante el resto de la plantilla, unos peones y otros aprendices. Samor, que trabajaba en el banco de al lado, pudo oír parte de la conversación pero no podía entender casi nada de lo que se estaban refiriendo, porque al parecer, el incidente del fin de semana tenía relación con algo sucedido hacía meses o años en la sección de la madera. Gertram , el jefe, a partir de aquel lunes comenzó a mostrar una ira y total hostilidad hacia Eliad el askalita, porque al parecer había sido visto con algunos que tan solo merecían el apelativo de “asquerosos y fanáticos”. Samor y los demás de la plantilla estaban confusos ya que no entendían aquella repentina hostilidad del jefe hacia el askalita. Más tarde la cosa se fue aclarando a medias y Samor se enteró por el oficial Sakalok que Eliad era de una secta llamada los Siervos de Jacobok que iban predicando de casa en casa para convertir a la gente. Según el oficial, hacía un año, unos siervos de Jacobok habían empezado a trabajar en la sección de la madera como carpinteros y, en un momento dado, uno de ellos se había cortado con una de las máquinas y la sangre derramada en tal accidente parecía haber sido interpretado como algún significado raro, ritual o sectario que provocó algo turbio con los jefes y, como consecuencia, el posterior despido o cese voluntario de los siervos.
“Nada de eso”, según Neskal, “lo que ocurrió fue que uno de los carpinteros se cortó con una máquina y parece ser que los jefes no lo quería considerar accidente de trabajo, pero entonces el carpintero lo reclamó como accidente de trabajo con sus debidas consideraciones y eso fue lo que motivó el cuento de que lo había hecho a propósito. Porque, según los jefes, ser Siervo de Jacobok implicaba realizar sacrificios con la sangre propia y eso fue lo que había hecho tal carpintero fanático para luego salir beneficiado a costa de la empresa. O sea, todo era mentira. Trataban de confundir con nuestra doctrina sobre la sangre, pues los siervos de Jacobok creen que la sangre es el alma o vida de la persona y no pueden hacer transfusiones de sangre. Pero no era ese el caso ”. Neskal también dijo a Samor que él era siervo de Jacobok. Samor no sabía qué demonios era aquella religión, aunque le sonaba a musulmán o a judío. “No”, le respondió Neskal “somos cristianos que estudiamos la Biblia y seguimos los mandatos y la doctrina correcta de Jacobok Dios. Samor entonces le hizo más preguntas interesándose por las creencias de los Siervos de Jacobok y su extensión por el mundo. Neskal describía su religión como una organización de gente virtuosa, disciplinada, estudiosa, celosos misioneros, y sobre todo fieles obedientes al dios de la Biblia cuyo nombre real era Jacobok. Además se negaban a hacer el servicio militar para cumplir con el mandamiento de no matarás y tampoco saludaban a la bandera de ninguna nación, ya que eso era idolatría. Curioso. Neskal le fue diciendo que ellos creían que los Siervos de Jacobok vivirían en la tierra renovada una vez el mundo actual fuese destruido. Tampoco ellos creían en el alma como algo espiritual y separado de la materia: todos los humanos moríamos para resucitar el día de la Gran Resurrección y luego ser juzgados para destrucción o salvación. En general eran unas creencias bastante trabadas e incuestionables. Los Siervos estaban muy bien organizados y de un modo jerárquico. Neskal le dio unas revistas de su religión y una Biblia traducida por su organización.
Samor se podía imaginar un mundo feliz de paisajes hermosos donde todo era felicidad y amor. ¿Y si aquella religión eran la verdadera? Después de todo los Siervos eran los que más apostaban y se arriesgaban como cristianos. No hacer el servicio militar significaba cárcel por unos años. No recibir transfusiones de sangre podía ser mortal. ¿Y si el fin del mundo estaba tan cerca como decían? Samor acudió a un par de reuniones de la secta donde pudo ver diapositivas de los símbolos apocalípticos del libro de Daniel o Revelación y aquello le impresionó. Además como la secta estaba prohibida las reuniones se hacían en lugares discretos o en domicilios. El trato era muy cordial y entre ellos se trataban como hermanos. En una de las reuniones habría casi cincuenta personas. Todo ello le impresionaba e incluso le tentaba la idea de organizar su vida de acuerdo a unas doctrinas claras, una verdad indiscutible y llegar a ser parte de una hermandad tan buena y cordial entre ellos. Sin embargo había en él un cierto escepticismo que le impedía entregarse a una secta de un modo tan incondicional. Había estudiado tres años de bachiller y había leído lo suficiente como para darse cuenta que las cosas no se podían reducir a fórmulas tan exactas: el mundo era muy variopinto y había muchas religiones que investigar antes de tomar partido por alguna. Los Siervos poseían un esquema muy repetitivo basado en la radical maldad de un mundo regido por Satanás tanto a niveles económicos, como políticos y religiosos; y, por otro lado la casi perfecta organización de Dios que actuaba como un Arca de Noé en ese mundo donde iban entrando los seguidores de Jacobok. Este esquema hacía posible la captación de mucha gente insatisfecha con la vida, gente con problemas serios de ajuste social, gente inestable emocionalmente; jóvenes inseguros y de difícil adaptación. Quizás también personas con cierto nivel cultural o profesional, pero también con cierta predisposición a la pertenencia de sectas o masonerías extrañas que les provee de una identidad más enigmática y diferenciada en un mundo tan uniforme y aburrido. Esta gente lograba enseguida subir los escalafones de autoridad y así asegurarse un prestigio personal que la sociedad en general les había negado. En otras palabras no era más que la racionalización de un resentimiento social profundo, una discriminación injusta de talentos y valores por parte de una sociedad desalmada y materialista. Hacerse Siervo de Jacobok era una manera de resarcirse, de ajustar cuentas; de poseer el arma moral y espiritual para condenar de manera radical y visceral a ese mismo mundo tan injusto. Samor nunca llegó a hacerse Siervo de Jacobok, pero aquella experiencia le había llevado a un desplazamiento serio de todo lo que entonces consideraba normal. Algo había ocurrido que a partir de entonces siempre habría de tener una la Biblia a su lado y siempre retornaría a ella buscando las claves y explicación de aquellos libros religiosos. Los Siervos de Jacobok sí tenían razón en una cosa que Samor habría de comprobar a lo largo de su vida: el estudio de la Biblia era para toda la vida.
Samor se había visto impulsado a visitar aquella tarde primaveral la iglesia medieval, situada en las afueras de la ciudad, después de haber leído el evangelio de Mateo impulsado por su encuentro con Neskal. Allí, en aquel lugar, dedujo que la imaginación era un arma poderosa de la mente además de ser el último refugio cuando el mundo se venía abajo. Cosa que a veces ocurría.
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