Llegaste a aquella solitaria taberna
Cuando el viento soplaba con fuerza y la lluvia te azotaba el rostro
Cerraste la puerta y sentiste de repente el calor de aquella chimenea
El viejo tabernero se te había quedado mirando
Y siete marineros te dirigieron la mirada.
Era una noche dura, de tiempo crudo y oscuridad casi absoluta
Pero lograste divisar la luz de la farola de la vieja taberna
Asentada en un promontorio mirando hacia un mar embravecido
El tabernero te ofreció una jarra de cerveza caliente
Mientras tratabas de mirar hacia el mar a través del cristal de un ventanuco
Lo siete marineros hablaban en voz alta de sus viajes a tierras lejanas
Y el viejo tabernero les miraba complacido
El local estaba adornado con grandes peces disecados
O barcos veleros hechos a mano, timones, farolas y candiles.
Cuerdas y redes. Aperos marineros: el lenguaje del océano
La cerveza te hizo entrar en un calor agradable y pronto sentiste
La sensación de querer hablar y compartir con aquella gente extraña.
La turbulencia del tiempo se dejaba oír desde dentro,
Los rugidos del mar, el viento, el agua y el frío.
De pronto una señora muy anciana salió por una puerta estrecha
Quizás la puerta de la cocina
Su caminar era lento pero firme
Y en ese momento te vio
Y creyó reconocerte. Su mirada casi te atraviesa. Los ojos que reconocen
Hacen resucitar el alma. Te levantaste de la mesa y no supiste qué hacer
“Has venido, has vuelto” dijo la mujer
Y tú quisiste sentarte de nuevo o retornar hacia la tempestad de frío y viento
“Jonathan, dale otra cerveza caliente” dijo la mujer con voz sonora y grave
Y el tabernero se le acercó de nuevo con otra jarra
“¿Quién eres que has hecho despertar a la anciana Mistrelle?”
“Señor, me he olvidado de quien soy. Vengo de un viaje muy largo
“Jamás he visto a esa mujer” respondiste con miedo e incertidumbre
Pero la vieja te siguió mirando con ojos de angustia
Ojos cubiertos de lágrimas, mirada de tristeza.
“Es él, ha llegado. Por fin ha llegado, Algún día tenía que llegar”
Repitió con voz temblorosa. Y fue en ese momento
Cuando efectivamente la reconocí.
El encuentro de dos miradas muy lejanas que se vuelven a prender
Mi mente se tornó en un calidoscopio de imágenes que se construían
Y luego se deshacían para volver a rehacerse.
Sin darme cuenta la anciana estaba ya sentada en mi mesa
Para ver el horror de mi rostro marcado por las grietas de la muerte
Y mí mirada oscura, de ojos sin pupilas.
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