13 marzo, 2010

Miltrek Town

Era un hombre seco y delgado que sólo comía por obligación. Caminaba por Miltrek Town con la cabeza mirando hacia el cielo o las montañas. No miraba a nadie. Quería reducir su trato con la gente al mínimo necesario. Cargaba los sacos de grano en el almacén de Williams “Crooky” Sanders y luego, una vez acabado su trabajo, se dedicaba a caminar y caminar mirando hacia lo alto. Nelson Renfo decía que era un hombre feliz. Olivia Grand pensaba que estaba loco. Ninguna mujer había podido conquistarle y algunas lo resentían. Durante el verano combinaba sus paseos solitarios y silenciosos con sus baños y chapuzones en el Río Concho. Antes de entrar se cuidaba muy mucho de no molestar a ninguna víbora. Luego cabalgaba en su caballo Rick y se perdía en el horizonte polvoriento. Nadie sabía a dónde iba. Nadie sabía nada. Mientras fuese un hombre honrado y trabajador nadie tenía por qué meterse con él, decía el reverendo Mathew Evans. Parecía como si quisiera pasar por la vida sin deber nada a nadie. Absolutamente nada. Estaba claro que este no era su mundo. Quizás en el fondo odiaba, no sólo el pueblo, sino toda la gente que poblaba este mundo, pensaba en voz alta Eloise Murray, la madame del Monkey Business Saloon al oído de algún borracho arruinado. Y así pasaban los años en Miltrek Town. Todos iban envejeciendo mientras los jóvenes se iban a las grandes ciudades a consumirse en vida. El ruido y ajetreo de la vida. La sangre de la vida. La confusión de la vida, pensaba la vieja Nina Morgan cuando veía pasar a nuestro hombre.

Miltrek Town es ahora un pueblo abandonado. Se le puede divisar desde la 567 East en dirección a las colinas de Cat Rock. Si tienes tiempo ven a vernos. Hemos pasado a otra vida sin pena ni gloria. Y si pasas el cementerio allá en el camino que tira al Río Concho verás algo así como una tumba medio hecha, medio acabada. Ahí quedó muerto nuestro hombre sin pena y menos gloria.

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