11 marzo, 2010

EL FIN DEL MUNDO

Corrían tiempos raros. La gente se volvía loca aunque los doctores hacía tiempo que decían que ser hombre era ser loco. Pero ahora los tiempos eran raros. Todo parecía perder sentido. Es decir, la gente creía no tener sentido y entonces trataba de ganar sentido haciendo cosas mucho más raras de las que se venían haciendo. Nadie se levantaba a la hora de ir a trabajar porque no había fuerza ni energía para ir a trabajar, y los que iban atrabajar tarde no trabajaban porque no veían el sentido de lo que hacían pues nada era verdad y nada parecía tener gracia. Y como no trabajaban pues no tenían dinero y no comían. Muchos ya no comían y se morían de hambre pero les daba igual morir de hambre que no. No importaba vivir que morir. Así que todo se fue descomponiendo. Las relaciones entre la gente eran de puta pena. Cada uno buscaba la mayor ventaja sobre el otro y no había pareja que durase un día o familia que se formase porque para qué había que formar una familia. Nada era bueno y nada era malo y todo daba lo mismo y morir o vivir era algo indiferente. Nadie tenía gana de creer en nada. Nada de religión, menos la política, el arte era aburrido y sin sustancia aunque fuera la mejor sinfonía del mundo no prometía más que entusiasmo frustrante. Cuando se acababa la melodía venía el aburrimiento y la apatía y ver las narices de la vecina fea y amargada o el vecino atorrante. Y aunque la vecina fuese guapa daba lo mismo. Todo acababa en el aburrimiento más desesperante. Los niños habían dejado de ver la tele porque la tele ya no ofrecía nada que estimulase. Tampoco sabían jugar pero ya llevaban la semilla de la indiferencia y del aburrimiento muy dentro y no podían ser de otra manera. Corrían tiempos raros y alguien decía que ese era el fin del mundo. Cuando el hombre perdía la gana y el sentido de vivir entonces era el fin del mundo.

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