La fiesta era real. Ahora todos estábamos bailando. El mariachi lo hacía con gana. El campo de la fiesta estaba ya mero en la misma playa. Estábamos todos. Allá estaba la morenaza de San Benito, Sandra Medina; y allá el huerito de santa Rosa Carlos Williams. Y luego ya más lejos los meros chingones de Hidalgo dándole al trago más de la cuenta. Eran buenos batos y no iban a buscar pelea pos les gustaba estar cuerdos hasta el final. Pero cuando acabase la fiesta ya veríamos. ¡Ándele! pero si no estaba allí mi cuate , el merito Vicente Briones de Mercedes, con su prietita tan chiquita y esos pezoncitos. Estábamos todos en esa fiesta y no parábamos de bailar con el mariachi de allá del otro lado del río, los Coyotes de Nuevo Laredo, pos. Pero por qué habíamos ido a la fiesta no estaba nada claro. El superintendente del school district Mister Halloway nos había invitado a venir, pos decía que la escuela lo pagaba porque el equipo de fútbol de los Tigres de Santa Susana había quedado el primero. Los Tigres nunca ganaban una liga, pero aquel año había sido diferente y el superintendente Halloway y el principal Don Pedro Rangel estaban muy contentos Hasta Eladio Contreras y la señora Longoria cantaban el corrido del bandido chingón Marquitos Vargas a dúo en el campo de la fiesta. ¡Híjole! Yo no me lo acababa de creer, pero ahorita con dos margaritas de más ya chingo me lo creo todo. Allá han puesto mesas con burritos, fajitas, enchiladas y tamales. Allá estaba la vieja Eladia Mendiola haciendo unos nachos para chuparse los dedos. Pero qué me dicen si no estaba también mi chaparrita Silvia Garza caminando con el pendejo de Erasmo Falcón. ¿Qué hacía allí mi bomboncito tan guapa ella con ese joto de Brownsville? Ganas me daban de golpiarle al guayabo y regresarle a su rancho lleno de puro mugrero.
Pero en ese momento yo estaba casi pedo y solo trataba de seguir bailando agarrándome a lo que podía y si podía ser el culo de alguna vieja que quisiera coger pos mejor. Todo el mundo estaba demasiado contento y todo me daba vueltas, pero no estaba pedo, se lo juro a ustedes que yo no estaba borracho. Entonces, de repente, allí mismito estaban los ojazos de Silvia mirándome y el joto de Erasmo ya no estaba con ella. Los dos nos agarramos y nos pusimos a bailar una rumbita muy suavecito. Qué bueno que los dos estábamos allí tan agarraditos como si el mundo fuera nuestro y después de la rumbita de seguido que nos abrazamos con otra pieza y yo le dije a la chamaquita que estaba loco por ella y ella me dijo que no estaba segura, pos que no sabía si me quería o no. Luego paramos de bailar y nos fuimos a la playa. La brisa de la noche era suavecita y más bien hacía calor húmedo. La playa de Padre era muy grande y decían que seguía munchas millas hasta llegar a Corpus. En las vacaciones de la primavera venían miles de gringos de los colleges y high schools para festejar y ponerse pedos y luego se peliaban y hasta había alguna que otra balacera. ¡Pinches gringos! Pero en ese momento yo estaba con Silvia caminando por la arena y quería decirle cosas bonitas , pero mi lengua parecía de trapo y no me salía nada. Yo quería cogerla pero tenía miedo pos ella no parecía querer ir más lejos conmigo. Parecía estar escondiéndose de algo o alguien.
“¿Por qué no me deja ahorita y se va? Quiero estar sola por un tiempo”, me dijo y era como si me echara una jarra de agua helada en la cabeza.
“Pero qué pinche madre de la chingada quiere?”, repliqué, “a lo mejor estoy algo pedo, pero no me quiero ir de usted”. Estaba muy enojado pos no entendía por qué me echaba de aquel modo. Pero al poco me di cuenta.
No muy lejos de allí rondaba la figura de un hombre alto, bastante alto; y yo, como que ya me inquietaba el pendejo.
“¿Quién es ese hombre Silvia? Así pues se lo pregunté porque se me parecía que allí se estaba cociendo algo y yo no era más que las mondas de una papa que había que tirar una vez la papa estaba ya pelada. Qué chingada era aquello y quién era el compadre que andaba rondando a mi bomboncito que ya se lo querían comer y saboriar otro. ¡Pinche madre! ¿Qué mi modo! Me sentía muy herido, estaba superenojado y era capaz de cualquier locura. Sentía mis piernas como si fueran alambre y de pronto allí estaba el chavo iluminado bajo la luz de la última farola del camino. ¡Chíngale! si no era el mismo Matías Nogales, el dueño del rancho El Gallo con las plantaciones más extensas de aloveras de todo el Valle. El mero cuate que que había venido hacía años del otro lado, de Monterrey; tan serio y casado con tres hijos ya muchachotes… ¿Pero qué mugrero era este en el que me estaba rebozando?
“¡Váyase, por favor! Se lo ruego Ramiro. No es nada que tenga que importarle. Quiero estar sola. Luego ya mero que regreso a la fiesta para seguir bailando con usted y pasarlo de madre”.
Aquellos ojazos estaban muy asustados y me di cuenta que ya no tenía nada que hacer allí. Ni tampoco quería mezclarme en pendejadas, pero me sentía despreciado, manipulado, humillado. Al rato me iba retirando rápido con ganas de hacer muncho daño, con ganas de peliarme con alguien, con ganas de darle más al trago hasta quedarme muerto. ¡Estaba cabrón de la chingada!
Cuando regresé al campo de la fiesta no hice más que pedir tequilas y luego cervezas y más tarde ya no recordaba nada. La policía de San Benito ya estaban mirando si se vendía alcohol en la fiesta. Siempre venían cuando había muncho puro mexicano en fiesta, pero entonces la bebida nos la servían en botes de coke. ¡Híjole! Pero que se me hizo que por fin arrestaron a varios porque decían que ya estaban borrachos y entonces acabó la fiesta. Fue mi amigo Chicho Martínez quien me contó lo que yo había intentado hacer. Con tanta bebida yo me creía un macho, un gran macho; el mero macho del Valle del Río Grande, desde McAllen a Brownsville. Me había ido a mi carro y allí en mi glove compartment tenía la pistola cargadita, una saturday night que había comprado al pocho de Saldívar el que ahorita anda coyotiando por la frontera. Pero yo no era pendenciero y nunca había tenido el valor para matar ni un gato por muy pedo que estuviera. Así que lo que hice fue disparar al cielo y gritar y disparar hasta que ya no me quedaban balas. No sé lo que gritaba y ya no me acuerdo, pero lo que si veo ahorita es que estoy en una celda de la cárcel del Police Department de San Benito y el bolillo este de Murray; el más tonto y pendejo police officer del condado de Hidalgo; ya mero que me vigila y se ríe de mí como si fuera nomás que un pinche mexicano chingado y bien chingado. Híjole, ¡mero cabrón!
Glosario:
huero/huerito : blanco de color, persona de raza blanca
principal: director de un instituto de segunda enseñanza
burros, fajitas, tamales, enchiladas, nachos: comida típica mexican y tejana.
joto: maricón
mugrero: basura
coger: joder
alovera: planta con propiedades curativas y cosméticas que se cultiva en el Valle del Río Grande.
bolillo: gringo, blanco anglosajón. Dícese por el color de los bollos llamados bolillos que se dejaban poco cocidos y por lo tanto quedaban blancuzcos.
Saturday night: un tipo de pistola de bolsillo muy vendida en USA.
pocho: mexicano emigrado muy reciente de México. Uso despectivo por parte de los chicanos o mexicanos de Texas a sus compadres del otro lado del río.
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