Era evidente que ya estaba acostumbrado a mis muletas. Ya no podía pasar sin ellas. Mi cuerpo se había hecho a las muletas y ellas me lo agradecían. Las muletas ayudan a apoyarse y funcionar cuando los meniscos están triturados, pero hay que seguir unas pautas de vida diferentes; hay que aprender a vivir en cámara lenta, despacio, muy despacio y paso a paso. Nada de prisas porque entonces todo se complica y las cosas te caen y tropiezas y te desequilibras o te das un trastazo y te agotas pronto haciendo esfuerzos brutales e innecesarios. Las muletas son tus ángeles de la guarda, tus hermanas en el infortunio, tus guías espirituales. Físicamente, por suerte, no siempre necesitamos muletas, pero mentalmente sí. Todos, sin excepción, necesitamos muletas mentales. Todos necesitamos un apoyo externo que nos ayude a comprender la vida y darle algún valor. Hay muletas religiosas, filosóficas, e ideológicas. Y todo el mundo las usamos advertida o inadvertidamente. No hay nadie, absolutamente nadie que no tenga un par de muletas mentales listas para cuando venga el vendaval o la crisis, porque en caso de que esas muletas falten entonces la desesperación puede ser trágica. Siempre que necesitamos cierta seguridad en nosotros mismos recurrimos a nuestras hermanas muletas y las valoramos con amor. ¡Gracias muletas! Una vez más me habéis sostenido.
Hoy me levanto de nuevo con mis muletas físicas para aprender a vivir de otra manera más lenta, más tranquila, más humilde. La calle me espera con mis muletas tan chulas.
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EDUCACIÓN Y MORAL
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