Aquella mañana cuando amanecí el sol me indicaba donde estaba mi horizonte en forma de línea de cordillera de montañas. Descendí penosamente de la cama y me afiancé a mis muletas. Estas se ajustaron a mi cuerpo de modo natural. Ellas y yo ya éramos una sola cosa. Hoy iba a ser un día especial. Habríamos de visitar los rincones más escondidos del municipio. Nuestro mundo sería el municipio. Coloqué el dispositivo X-34-HG en mis muletas y pronto noté que se elevaban solas. Luego fue apretar el botón del propulsor y salir flotando por la ventana sin sentir para nada el dolor de mi menisco derecho que ahora se acolchaba con mis mecanismos amortiguantes. El barrio quedaba debajo como si de una vista de Google earth se tratara. Mis muletas volaban con gracia y soltura y el ruido de las hélices me relajaba. Me dirigía hacia las montañas cercanas dispuesto a explorarlas con tranquilidad. De repente un helicóptero de la policía urbana me instaba con un megáfono a enseñarles la viñeta municipal o permiso de volar. O en su caso el recibo de haber pagado tales impuestos. Daba la casualidad que llevaba conmigo el maletín de emergencia para estos casos con todos los recibos de impuestos al día y la clave informática para que pudieran comprobarlo en caso de posible error. Una vez comprobado el asunto me dejaron seguir volando sin importarles en qué estaba volando. Mis muletas eran tan chulas como respetables. Seguí volando apaciblemente por unos minutos, pero al momento una bandada de pajarracos negros como si fueran cuervos endiablados comenzó a provocarme picoteándome la cabeza y los pies. Por suerte mis muletas iban provistas de un spray asfixiante para casos inesperados y logré que se fueran o al menos se desviaron fuera de mi ruta para luego bajar en tromba hacia un prado con un par de vacas y un burro. ¡¡¡Malditos pajarracos!!!
Por fin fui acercándome a las montañas. Las veía más de cerca. Poco a poco los árboles iban aumentando de tamaño y ya me iba haciendo consciente de la altura a la que estaba viajando. Me entró algo así como de vértigo y quise vomitar. Cómo se me ocurría volar así de esa manera con tan poca seguridad. Entonces di al botón del paracaídas y fui disminuyendo la velocidad a medida que iba descendiendo. Pronto pisaba suelo firme y estaba solo. Puse velocidad cero y deje que mis piernas culebreasen y que los meniscos se quejaran un poco. Seguidamente puse mi vista en clave X-Lo y comencé a dejarme llevar por los detalles y sus encaprichadas dimensiones. Seguía la piedra y luego el palo, más tarde la hoja seca y entonces la hormiga me miraba con cara de pasmo. Miré hacia un lado y vi que algo se movía como si fuese un animalillo inteligente. Efectivamente, algo se movía entre los matorrales y lo hacía de manera deliberada, como guiado por una voluntad juguetona. Por fin asomó la cara y nos quedamos mirando con asombro. “Me dejaz dar voltas con muleta de ti. Tus muleta sonna muy chula”. Jobar! Tenía la cabeza en forma de melón y los ojos de ardilla bonachona. “Jo, tío, qué raro eres” le dije yo con asombro. “Todo depende cómo lo mires”, me respondió al tiempo que salía al descubierto y se me acercaba a ver las muletas. Le atraían las muletas. Seguro que nunca había visto unas muletas más chulas que aquellas. “¿Quieres dar una vuelta con mis muletas?” le dije. “Te dejo”. La criatura entonces se agarró a las muletas. Yo se las solté y entonces empezó a caminar culebreando su cuerpo pequeño que se balanceaba sin control. Sin darse cuenta apretó el botón del Jetta-Zepa y las muletas comenzaron a coger una velocidad demencial imposible de frenar. La criatura se perdió de vista y volví a quedar solo ante el bosque. Dejé que el tiempo pasara observando el paso de una pareja de jabalíes. Más tarde me quedé absorto mirando hacia la nada. Fue un momento en que no había nada. Desperté súbitamente y cogí el mando a distancia de mis muletas. Era hora de volver a casa. Di al botón de retorno y al cabo de unos segundos apareció la criatura de cabeza de melón montado en mis muletas y poco a poco fue descendiendo. Estaba completamente mareado y nada más tomar tierra se escondió en sus mundos misteriosos todo atolondrado y culebreando como una oruga.
Me adapté a las muletas y pronto estaba volando en dirección a casa. Al llegar cerca del cielo del barrio de nuevo el helicóptero de la policía urbana me preguntó por los recibos de mis impuestos y aranceles. Pero ahora ya se habían percatado que mis muletas no estaban homologadas para volar y habría de pagar un canon especial allí mismo en el aire dando mis claves informáticas. Caso contrario tendría que declarar ante la comisión de transportes y hacer una solicitud para obtener permiso. Les di la clave y aterricé en casa. Era la hora de comer.
Vital-ek
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