26 febrero, 2010

LUPITA MEDIZABAL

Monté en mi caballo y seguí la orilla del río Colorado. Pasé por Lockhart y luego ya mero agarré la orilla del Guadalupe y pronto ya me encontraba no muy lejos de Gonzales. Hacía muncho calor y el agua del río estaba como verde claro. Muy apetitoso para darme un chapuzón. Me quité toda la ropa y me quedé como cuando mi mamacita me trajo al mundo. Qué fresquita estaba el agua. Mi caballo estaba tranquilito allá atado al mesquital pues. Que pendejo. Pero al ratito como que siento una serpiente copperhead nadando con prisa. ¡Qué de la chingada! Sé que no hacen nada si no las provocas, pero ya como que salí del agua. ¡Hay mi cuate! Si picar me pica no duro ni tres minutos pos me hincharía como una vaca muerta y paff, allá mero que me voy con mi Diosito. Así que me puse a comer mis fajitas con carne de buey. No tenía prisa. Tan solo quería ver a la Lupita que vivía más allá del Rancho de Wilner, a un par de millas de Gonzales. Hay la Lupita y su mamacita que siempre que llego me ofrecen chile jalapeño con tamales y yo les digo que los tamales me hacen daño. Yo solo quiero a mi Lupita, pero su mamá nunca nos deja solos. ¡Qué pendeja! “Cásate conmigo”, dice ella, mi Lupita. Pos no. Yo no quiero atarme a la pendeja de su mamasota. Yo quiero ser libre y andar con mi caballo chulapo por todo Texas y la frontera. Solo el desierto y yo. Y, a veces; solo a veces, la Lupita;conmigo calentita sin tamales y jalapeños que me descomponen. ¡Hay que de la chingada!

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