La tormenta de polvo me hizo buscar refugio en la vieja iglesia presbiteriana del pueblo. Dejé a mi caballo atado a la baranda con la cara cubierta con mi chaqueta raída. Entré en el templo tosiendo y escupiendo como un loco sobre el pañuelo. Al principio era la penumbra, pero poco a poco fui viendo el interior del lugar. Hacía años que no pisaba la Primera Iglesia Presbiteriana y ni tan siquiera me acordaba de quien había sido el pastor cuando era muchacho. Llevaba mucho tiempo viviendo en las cabañas con los comanches cerca del Pecos, hasta que mi mujer india se murió. Fue una tarde en que ella se sintió mal y pronto dejó de existir. Me quedaba con mis hijos mestizos y media docena de antiguos guerreros con sus mujeres ya achacosas. Entonces decidí llevar a mis hijos a la ciudad de Lubbuck en Texas, al cuidado de Miss Regada, la viuda del Jefe Manuel Cirilo “White Fox”; ella era una mujer todavía fuerte que se puso muy contenta de poder tener a mis hijos por un tiempo. Luego decidí visitar mi pueblo, Red Nogal, en el condado de Baffrow, con el corazón hecho un nudo; pero la tormenta de polvo me había pillado de camino. Mi caballo, Caldo, y yo habíamos sido azotados por la arena durante muchas horas. La ceguera era casi completa y apenas sabíamos cómo guiarnos por el camino. Hasta que divisé la senda del mesquital
Esta iglesia todavía la recordaba de cuando era niño y luego más tarde un chamaquito. Ahora sí, ahora recuerdo al Reverendo Cullman y a su mujer Mary Do. Mary Do cantaba como un ángel y dirigía el coro de muchachos que acudíamos a la escuela dominical. Por aquel entonces Red Nogal tenía casi 200 vecinos y el ferrocarril paraba una vez al día. El Reverendo Cullman nos leía la vieja Biblia en el servicio de los domingos con su voz de trueno. A veces tenía miedo por lo que decía, pero mi mamá me decía que era porque no entendía pero que algún día entendería. Mi padre hacía años que se lo había llevado la riada del Río Grande en aquel día trágico en la cañada de Fort Bend y siempre me parecía verlo allí sentado allí solo en el último banco del templo. A veces parecía que me estaba guiñando un ojo y sonreía. Recuerdo que cuando salíamos del servicio el Reverendo Cullman y su mujer nos llevaban a la casa de al lado y allí bebíamos ponche y comíamos donuts. El pastor Cullman nos contaba cuentos e historias muy bonitas y luego me empezó a caer muy bien. Parecía ser un hombre bonachón.
Poco a poco fui viendo que la iglesia estaba toda cubierta de polvo. Los bancos estaban muy apolillados y en el atril había como un cuaderno todo roto. No veía la vieja Biblia del reverendo Cullman por ningún sitio, pero dos gatos perezosos parecían querer arrimarse a mí. Luego pude ver el techo casi derruido, quizás a punto ya de caer. Esperé el tiempo necesario hasta que la tormenta amainó y entonces salí de la iglesia. Me monté en mi caballo y me dirigí al pueblo.
Apenas había una casa levantada, la pequeña estación de ferrocarril estaba abandonada y ni siquiera había raíles. Red Nogal era otro pueblo de desierto y los pueblos de desierto crecen y viven rápido para luego morir en un abrir y cerrar de ojos. Me senté sobre una piedra y me quedé mirando hacía las montañas peladas de Caballo Sierra Range. Al poco rato me Caldo y yo nos dimos cuenta que ya era hora de irse a cualquier sitio.
(Contado por Cisco Morton en el Saloon de Mary Carlton de Las Cruces)
(Transcrito por Monty Luckas)
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