Leo con cierta curiosidad una noticia en la prensa que habla de la incorporación de la teoría feminista a los libros de texto de filosofía. Con ello, según la información, se pretende reconstruir la historia de la filosofía focalizando “las polémicas decisivas para las mujeres” y las aportaciones de las filósofas. El interés de esta noticia estriba en que si hasta ahora la filosofía se creía un campo de pensamiento especulativo o explicativo del mundo en que vivimos basado en ideas o conceptos trabajados con el debido rigor que exige dicha disciplina, ahora vemos, según ciertos críticos, que también la filosofía está condicionada a la ideología o prejuicio del filósofo (o filósofa); y que esa ideología o prejuicio del que se parte para filosofar hay que “deconstruirlo” o sea, politizarlo, y así desenmascarar lo mucho de “opresivo” que tienen las disciplinas del saber para dejar campo libre a otras visiones que provienen de aquellos sujetos discriminados, oprimidos, marginados, etc. Es decir: el supuesto rigor racional o lógico o las premisas de las que se parte a la hora de filosofar ya están siempre contaminadas de ideología, de política, de relaciones de fuerza; y eso hay que ponerlo en evidencia. En este caso el feminismo, como teoría, viene a nuestra ayuda para hacernos ver la contaminación machista de mucha filosofía.
Uno pensaba que la filosofía era buena o mala dependiendo del rigor o campo de visión que el filósofo lograba descubrir y desarrollar al margen de raza condición social o género. Entendíamos que había una naturaleza humana común a todos los mortales que aspiraba a un mayor conocimiento de nuestra posición en el universo y de las leyes o normas morales por las que nos podríamos regir para mayor dicha de todos. Bien es verdad que el campo del conocimiento estaba restringido a ciertas individualidades que lograban sobresalir en las universidades católicas medievales, o más tarde, en las universidades burguesas del primer mundo. Bien es verdad que la mayoría eran hombres blancos de origen europeo, y que ya desde sus inicios la filosofía se cultivaba entre la aristocracia masculina griega. Pero se entendía que los logros de la mente humana se hacían comunes a todos los mortales. Aun si muchos consideraban a la mujer, o a las razas o naciones esclavizadas incapaces de llegar a pensar con altura; ello no evitaba que las disciplinas del saber se fueran desarrollando y perfeccionando a lo largo de la historia. El progreso de la filosofía y las disciplinas del conocimiento que de ella derivan no se las comprendía como condicionadas por clase social, género o raza; sino que eran un avance de la raza humana como tal. Incluso el pensamiento clásico de la izquierda europea así lo entendía. La visión de conjunto era de progreso humano basado en un pensar tan creativo como riguroso. Los países no-occidentales así lo entienden también adaptándose a nuestro “progreso” occidental sin rubor.
Por suerte lo sigue siendo en nuestras sociedades democráticas ya que a pesar de algunos conocimientos más o menos privilegiados en función de intereses económicos o militares que gozan de más medios y cerebros; la ciencia, la filosofía, las diferentes disciplinas englobadas como humanidades, el arte, etcétera, siguen estando configuradas en un contexto académico que les permite crecer sin ser nunca absorbidas por los sectarismos de cualquier poderoso gurú o ideología a la moda. Hoy día en que las mujeres se están integrando de forma abrumadora en la universidad la igualdad en cualquier campo del saber se está consiguiendo de forma práctica. Esa igualdad de hecho es necesaria y todos aquellos obstáculos que lo impidan han de ser erradicados con leyes justas e igualitarias. Siendo así, la filosofía como disciplina y campo de reflexión, nos pertenece a todos al margen de género, raza o clase social. La filosofía será buena o mala no porque esté reflexionada por hombres, mujeres, nigerianos o chinos; sino porque es buena filosofía que trasciende o intenta trascender prejuicios ideológicos de toda índole. La filosofía, como la ciencia o cualquier otra disciplina, será buena o acertada al margen de la persona que la piensa o la ejercita. Es un error empezar a privilegiar conocimientos fuera de las leyes internas que rigen cualquier disciplina: un filósofo o filósofa será malo o buena al margen de su condición racial o de género. Otra cosa es que por ser mujer o chino no pueda matricularse en una universidad o escribir filosofía, pero la filosofía será buena o mala sin tener en cuenta estos factores. Una teoría feminista de la filosofía será buena o mala si logra incorporar calidad académica o abrir nuevos campos de reflexión e investigación dentro de la filosofía existente, no por el hecho de ser mujer o pertenecer a un colectivo feminista hace tal filosofía más progresista o igualitaria que otras. Uno puede ser filosóficamente feminista o tercermundista y hacer pésima filosofía o escribir cualquier bodrio panfletario como lo puede hacer cualquier ideólogo de cualquier causa.
Es por ello que habría que hacerse algunas preguntas en torno a la incorporación de la teoría feminista en los libros de texto como manual a los alumnos de bachillerato. Si existen mujeres que han contribuido de manera especial y rigurosa a la filosofía lo más acertado sería incorporarlas sin más al temario o currículo de tal asignatura sin dar más explicaciones: dicha filosofía se defenderá a sí misma en base a su calidad y poder de reflexión. La igualdad se demuestra en la puesta en común de conocimientos sin condicionamientos particulares de sexo, raza o nacionalidad. Esto está ocurriendo en la ciencia todos los días y nadie habla de conocimientos de la mujer o investigaciones de raza oriental en los libros de texto. Otra cosa sería la historia de la marginación académica de la mujer o del nigeriano en la filosofía a través de los siglos, como libro de historia o sociología complementaria de alguna manera a la asignatura de filosofía, pero sin más pretensión que mostrar esta milenaria injusticia a los alumnos de bachillerato. Filósofas como Simone de Beauvoir Ayn Rand, Ana Arend, Gayatri Spivak, Amelia Varcárcel,o las contribuciones a la epistemología de la china Pan Chu del siglo 1 de nuestra era u otras han llegado a ser reconocidas por su calidad filosófica, más que por ser mujeres. Otra cosa sería hacer ideología, o sea, arrogarse el derecho de tener las claves de interpretación del mundo, al margen de la capacidad que uno tenga de poder demostrar su calidad, rigor y apertura de campos en el saber o la especulación crítica. Y lo peor de todo, arrogarse el derecho a imponer como favor político cualquier ideología particular por el hecho de proclamarse a sí mismo como buena.
Vital de Andrés.
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