25 febrero, 2010

MI AMIGO LUIS

Luis y yo solemos tener conversaciones tranquilas al lado de un café. Somos dos personas bastante diferentes, pero con puntos de contacto que nos unen y que han hecho posible una amistad duradera y creativa. Un punto de contacto ha sido nuestra experiencia común en la capilla evangélica de Gijón. Fue durante nuestros años jóvenes. Éramos de los primeros que después del culto nos atrevíamos a ir a El Jardín o a El Parque del Piles a intentar bailar con las chavalas. Y, digo intentar, porque de aquella las reglas de juego en estos sitios eran un tanto raras. Te ponías a sacar a bailar y podías recibir calabazas sin parar. Otro día podías bailar sin parar. Pero al grano, después de los cultos nos escapábamos a otras actividades que nuestra pietista comunidad consideraba “del mundo”. Íbamos al club cultural “Les Madreñes” y participábamos, no solo de sus variadas actividades culturales (las más dedicadas a lo político-social con enfoque de izquierdas); sino también de las excursiones de montaña, guateques, salidas en grupo a tomar vinos, etcétera. Al mismo tiempo y en paralelo también salíamos con un grupo de gente relacionada con las JOC (Juventudes Obreras Católicas) que más tarde serían los militantes de varios partidos de izquierda que salieron a la luz con la muerte de Franco y la Transición. Era extraño que dos chavales protestantes después de salir de su culto fueran rápidamente a pasar el resto del domingo con la juventud católica, pero aquella juventud de católica sólo tenía el nombre y algún cura progre en pantalón de vaqueros, pero su mayor interés era la lucha política contra Franco y el capitalismo. Y Luis y yo allí estábamos también después de nuestro culto evangélico con ganas de vivir y vivir a tope.

A los 24 años yo me fui a los EEUU y perdí el contacto con Luis por unos años. Fueron los años de la Transición que él vivió y yo no. Un día que Robbie y yo estábamos de vacaciones por casualidad nos vimos en la calle. Luis y Sali ya tenían dos hijos que todavía llevaban de la mano y hablamos largo y tendido sobre la evolución político-social del país amén de otras cosas. Volvimos a perder el contacto salvo algún correo que otro, y; cuando vine definitivamente a España, Luis y yo volvimos a tener contacto y a compartir largas conversaciones sobre la vida en general. Yo venía a España un tanto despistado. Durante mis años en América España era una realidad virtual que reconstruía en parte con mi nostalgia y por otra parte con El País que llegaba a la biblioteca de la Universidad de Texas unos días atrasado. También la correspondencia con mi familia que trataba de ponerme al día con algún recorte o revista, pero quien vive fuera de una realidad siempre se hace una visión distorsionada de ella. Si a eso añado que mis últimos años de universidad fueron años de mucha lectura y análisis críticos post-marxistas, post-estructuralistas y de-construccionistas; pues yo volvía a España muy teórico e ilusionado creyendo que en España la tradición de izquierdas estaría enriquecida con muchos más aportes teóricos de los que me podía imaginar. Además desde América, un progre siempre se hace la ilusión de que Europa es más culta, más crítica, más humana. Así que cuando llegué aterrizaba en una realidad que no tenía ni zorra idea de cómo se movía. Eso sí, yo veía que se movía mal en términos de eficacia, de trabajo; incluso la gente me parecía excesivamente ruda en el trato, como si estuviesen siempre enfadados o crispados por algo. Y aquí fue cuando intervino Luis y me puso al día.

Luis llevaba años como asesor de empresas y ya tenía su propio despacho de consulting en una zona céntrica de Gijón. Ser asesor de empresas en España es algo muy, pero que muy diferente, a haber sido universitario progre en la Universidad de Texas; y, viviendo unos años más como profesor de español en escuelas secundarias de USA. Luis tenía la radiografía completa sobre el funcionamiento de la realidad asturiana y española a niveles del día a día y, sobretodo; de cómo funcionaban las relaciones de poder a nivel local y de experiencia personal profesional. Yo, por otra parte, vivía el mundo de una manera bastante más idealista y teórica. No es que no viese la realidad, que sí la sabía bregar; pero de forma distorsionada. Un teórico progre como yo recién aterrizado en España no podía hacerse a la idea de que la izquierda, como discurso y retórica de lo bueno y lo majo y el futuro de un mundo mejor y todo eso, era también el pretexto para ir consolidando un poder político y sindical, que a la larga en Asturias, haría posible el estancamiento económico y la creación de pesebres corruptos; a base de subvenciones. El barniz de izquierdas no cambiaba para nada muchos hábitos de amiguismo, de tráfico de influencias, de picaresca cutre; de egoísmo crudo; de ansia de enriquecerse. La retórica ideológica sí tenía efectos que analizaré más tarde, pero las relaciones de poder cotidiano había que seguir entendiéndolas en clave celtibérica. Luis fue la persona que me ayudó a ver el tejido y los entresijos de cómo funcionaban todos: los de la izquierdona y los de la derechona. El ser humano, como decía nuestro pastor de la iglesia evangélica citando las Escrituras, era esencialmente egoísta. Y, en este espectro de más o menos egoísmo; los barnices ideológicos sirven de poco. Quien es menos egoísta lo será al margen de su barniz ideológico. Quien lo es; y, hasta el grado de la perversión, lo será incluso pavoneándose de ser el progre más progre de todos los progres o el católico más católico, etcétera.

Tengo que reconocer que al principio Luis me incomodaba mucho. Creía que exageraba. Después de hablar con él entraba en ligera depresión. No era posible que las cosas funcionasen de esa manera. Más tarde y, a base de experiencia propia, fui comprobando que la realidad por el descrita iba coincidiendo más y más con lo que yo veía. Las conversaciones con Luis iban siendo necesarias. Luis lograba desestabilizarme y colocarme en la tesitura de cambiar de registro significante para poder entender las cosas de una manera más radicalmente realista. Creo que lo ha logrado aunque seguimos siendo diferentes en cada vez menos cosas. Quizás nuestro bagaje protestante tenga mucho que ver con ello. El pesimismo protestante respecto a la condición humana puede llegar a ser visceralmente iconoclasta, o lo que es lo mismo: absolutamente realista con la vida.

Vital de Andrés

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