24 febrero, 2010

LA GRAN CIUDAD

Al llegar a la gran ciudad por las super-autopistas pronto divisaban los rascacielos de superficies cristalizadas y ahora en la noche iluminados como una visión que podía surgir de cualquier pesadilla porque tantos ventanales resplandecientes mirándoles desde las discretas alturas del control multinacional, hacían que el deslizamiento del coche fuese más automático, más inconsciente, o más aletargado. Tomaron la salida de la Avenida Central y siguieron hasta que el primer semáforo les indicó que ya estaban en zona urbana propia. La Avenida Central aparecía completamente vacía de personas. No había nadie paseando. Mejor sería decir que nadie se atrevía a pasear por zonas que no habían sido pensadas para caminar, sino para rodar. Rodar. Siguieron rodando hacia el centro, el downtown, y pronto vieron que la avenida se iba cerrando y apretando entre viejos edificios industriales. Las lámparas callejeras apenas iluminaban y se adivinaba un silencio impropio de una ciudad normal. Tenían que llegar al sitio acordado y les corría cierta prisa debido a la hora. La cita era a las 9 pm. Sus viejos amigos de la universidad les habían anunciado la fiesta. Mariam estaba algo desconcertada. Hacía mucho tiempo que no mantenían contacto con los antiguos compañeros de universidad y aquella invitación resultaba tan curiosa como intrigante. El siguiente semáforo estaba rojo pero no veían ningún coche. Estaban solos y no tenía explicación porque la hora no era nada anormal. Siguieron conduciendo y pronto vieron a un negro borracho dando tumbos con una botella metida en un cartucho. El borracho les hizo señas y gestos obscenos, luego se metió en un callejón oscuro y desapareció. Quedaban unos minutos para llegar a la dirección, pero parecía que el tiempo se había estancado.
Los rascacielos aparecían ahora como murallas espectrales a un lado y otro de la avenida. Estaban penetrando en el centro y la soledad era de lo más absoluto. Mariam bajo la ventanilla y el silencio era inquietante. De repente apareció un grupo de gente caminando por la acera derecha. Iban todos guardando fila y llevaban el paso lento. Ninguno de ellos se inmutó ante el paso del coche. En apariencia. Sí, en apariencia, ya que Frank se rápidamente a través del espejo retrovisor que todos ellos habían girado y ahora veían coche alejarse. De nuevo otro semáforo en rojo. Frank y Mariam empezaban a tener miedo. Sentían la presión de los rascacielos con su inquietante iluminación. Alguien tenía que estar allí trabajando o haciendo algo, no podía ser que también estuvieran vacíos. El semáforo se abrió y Frank aceleró el coche con cierto nerviosismo. No pasaba nada. La gran ciudad era diferente, se comportaba de un modo tan imprevisto como indiferente. Sus ritmos eran extraños, pero seguro que normales para quienes allí vivían. Quizás no. Quizás no. Al segundo todas las luces se apagaron de repente. ¿Qué había pasado? Toda la avenida adquirió un tono espectral y siniestro. A los cien metros pudieron ver coches parados en fila. ¿Qué había pasado? Se pusieron detrás de un coche negro que parecía estar ocupado. ¿Qué había pasado? Alguien abrió la puerta del coche negro y se dirigió a Frank y Mariam. Era un hombre mayor que portaba un gran sombrero stetson con ademanes de estar muy nervioso, sin saber que decir. Al momento por la puerta trasera salió una mujer muy delgada gesticulando como una poseída. Frank decidió salir del coche y preguntar, pero la mujer seguía gesticulando con aspavientos de ahogo. El señor entonces se acercó y le dijo: “Algo ocurre en el cruce de la Gran Avenida con la Séptima. Nadie sabe lo que es pero algo importante está sucediendo en el downtown.” Mariam entonces salió y trató de calmar a la señora, pero esta no paraba de hacer gestos y aspavientos. En medio del mundo civilizado. En el corazón del mundo más avanzado y el miedo seguía siendo la emoción más a flor de piel, pensaba Frank.
De repente, un coche patrulla de la policía apareció anunciando por altavoz que todo el mundo se mantuviera tranquilo y dentro de los coches. Era necesario mantener las luces apagadas. Advertían que todo estaba bajo control y que pronto se restablecería la normalidad. Luego fue el silencio y la oscuridad por unos minutos. Frank y Mariam sentían los principios de un paroxismo que los iba situando en tiempo irreal. El silencio se extendía por interminables minutos. Pero poco a poco algo rompía el paroxismo. Era algo así como una niebla fría y blanquecina que iba cegando la avenida. Frank se vio tentado a voltear el coche con rapidez y tornar en dirección contraria, pero una barrera policial impedía el paso a pocos metros. Estaban atrapados. La niebla fue penetrando el coche y un suave sopor fue adormeciendo sus sentidos. Todo iba sucediendo con lentitud en el corazón de la Gran Avenida de la Gran Ciudad.

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