24 febrero, 2010

Odio Apache

Venía de muy lejos. Su mula estaba reseca de sed. Él apenas lograba respirar de agotamiento. En el centro del pueblo estaba el pozo, pero cuando ya mero estaban cerquita del pozo un disparo los dejó quietos. La mula ya conocía las detonaciones mortales y no rechistó. Él ya sabía que entre la vida y la muerte podía haber nada más que un instante. Siguieron quietos y un segundo disparo silbó cerca de sus oídos.
― ¿Qué de la chingada quiere usted? ― dijo él con voz indecisa pero dispuesto a acabar con el misterio.
No hubo respuesta.
Otro disparo se hundió cerca de sus raídas botas. El sol aplastaba sin piedad y el pozo de agua fresca estaba tan solo a unos pocos metros.
― ¿Cuánta lana quiere usted por un traguito mi cuate? ― gritó esta vez.
De repente, delante de él y su mula; apareció una mujer de rasgos indios, posiblemente apache jicarilla, con un rifle de repetición. La india se le quedó mirando con sus ojos negros, vivos y profundos. El rifle apuntaba a su cara.
― Ay, pues, que la chingada, ¿eres tú? ¿Mi chaparrita? No te has olvidado de tu hombre, ya veo. ― La sed lo corroía y no estaba seguro si podría sostenerse en pie un minuto más. La mula echaba espumarajos de rabiosa sed.
La india entonces se acercó a él y con la culata del rifle le dio un golpe seco con todas sus fuerzas en la entrepierna. Él sintió un dolor tan vivo que no tuvo más remedio que desmayarse. La mula seguía quieta.
Y seguidamente la india se fue. Los rayos del sol eran mortales y él estaba allí espatarrado.
La mula decidió, entonces, ir al pozo para que algún niño del pueblo le diera de ver.

Hay odios que nunca se olvidan y esperan los años que sean necesarios.

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