En el cristianismo el mundo, la vida material, biológica, histórica; es una vida de tránsito, de paso. Al creer en una trascendencia espiritual invisible que tiene más valor que lo material visible, el cristiano ha de poner su interés en lo espiritual invisible. El mundo material en si es cambio, devenir. Nada en el mundo material nos permite sostener un refugio fijo, una seguridad permanente. La muerte nos borra y deja tras de si un silencio absoluto. Y todo sigue su devenir ciego e infinito.
El cristianismo nos habla del refugio. Hay refugio. Nos rebelamos contra un mundo material que nos niega el refugio, el descanso, la seguridad. El cristianismo es una rebelión contra el mundo material, contra la historia, contra la biología. Una negación contra natura. La mente humana tiene el poder de abrir un espacio en el mismo devenir y desde ese espacio trasciende la materia, pretende situarse fuera de la materia. Tiene poder para imaginárselo. La imaginación es capaz de rebelarse, de negar, de crear alternativas. La imaginación trasciende la materia. Aun siendo ella materia puede negarse a sí misma y trascenderse. Hay espacio puro, absoluto, trascendente: hay refugio. Hay valores absolutos que nos pueden guiar en el mar del devenir. Pero lo absoluto ha de encarnarse, ha de escenificarse en la materia, en la historia. Ha de hacerse valer en medio de su negación. Ha de someter el devenir ciego a un significado espiritual. El mundo no tiene poder total sobre nosotros. La esperanza produce amor, pero el amor no es sentimentalismo. El amor es una fuerza espiritual que al igual que una luz va iluminando el tránsito por el mundo.
Amar al enemigo no quiere decir renunciar a Dios. Amar al enemigo es hacerle ver que hay cosas que no puede llegar nunca a imponernos. Amar al enemigo es saber decirle no cuando él anhela el sí en nosotros. Amar al enemigo es ser valiente. Es oponer lo que está bien a lo que está mal. Poner la otra mejilla no es decir sí, sino reforzar su error, su mal y así afirmar nuestra capacidad infinita de resistencia y comprensión al mismo tiempo. Amar al enemigo no es un acto de masoquismo sin sentido, es un acto de valor, de confrontación, de convicción de que lo que hacemos tiene sentido y es bueno para todos. El cristianismo no es fanatismo. El fanático es la mente insegura que anhela seguridad reduciendo la realidad a puro objeto totalmente circunscrito y definido. Blanco y negro. El cristiano sabe que la realidad material es compleja, llena de matices. Hay que saber escuchar, hay que saber dialogar en lo posible; pero también sabe que hay un límite en que hay que decir no. Ni fanático, ni pusilánime. El amor es una luz que alumbra en muchas direcciones, no en una sola. Encarnar valores espirituales no significa cortar la realidad material a trozos con una espada. Es transformar la realidad por dentro sabiendo que estamos de paso y que las cosas empiezan a estar subordinadas a un plan superior.
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