24 febrero, 2010

LAS MULETAS (I)

Me levanté cogí mis muletas y bajé al portal. Allí estaban dos delincuentes tratando de robar en mi buzón. A uno le pequé tal muletazo que salió corriendo con un chichón de tres centímetros y medio. El otro se me puso farruco y me quería pegar un puñetazo en la nariz. Puse la otra muleta en forma de lanza y el susodicho notó la presión del taco de goma como si de un proyectil se tratara. Salió restallando fósforo del portal. Entonces me pregunté ¿qué coño estaban intentando robar? Abrí el buzón y vi que dentro había un pergamino dirigido a mí. Lo abrí y leí: “Hay una sorpresa para ti en el bar de la esquina. Vete aunque tengas que poner un motor hidráulico en esas muletas tan chulas que llevas”. Firmado: Uno. Ajusté entonces mis muletas y fui balanceándome en línea recta hacia el bar de la esquina. Pero al llegar a mitad de camino unos gamberretes del barrio se fueron acercando a mí con porras y bates de béisbol. “Danos esas muletas tan chulas o te machacaremos a golpes sin piedad”. Yo entonces me puse contra la pared a la defensiva. Mis rodillas menisquíticas parecían pivotes de hierro oxidado. Cuando el primer mozalbete intentó romperme la cabeza fue tal el muletazo que le cayó en la entrepierna que rompió a llorar desconsolado rodando cuesta abajo por la acera. El siguiente se abalanzó a mí como si fuera Tarzán directo a mis averiados meniscos. De haberse producido el golpe certero todavía estaría sintiendo los fogonazos atroces de dolor multiplicándose como estrellas y galaxias sin fin. Pero no fue así, mi otra muleta rápidamente entró en acción y la empuñadura entró por la boca del menor protegido por la Ley rompiendo dientes a diestro y siniestro. “Ze lo voy a dezi a mi mami pa que el juezz te meta en chirolaa”, me dijo al tiempo que huía. Los otros dos que quedaban me amenazaron con palabras de grueso calibre y amenazas tártaras de cortarme el cuello y robarme las muletas otro día.

Por fin llegué al bar de la esquina con el pergamino en la mano. En el bar todos estaban viendo el coñazo televisivo de una tal Belén Esteban. Tenía que apartar la gente para que me dejara pasar porque todo el mundo seguía el espectáculo de esa Belén y nadie me prestaba atención. Entonces con mis muletas empecé a dar golpes sobre el mostrador con rabia y alevosía, pero como nadie me seguía haciendo caso decidí barrer el mostrador con la muleta derecha haciendo caer todos los vinos y cañas al suelo. El estrépito entonces logró despertar al personal del hechizo de la Belén esa. “Oiga, oiga, qué hace con esa muleta” yo entonces abrí el pergamino y pregunté: “¿Quién quiere darme la sorpresa?” pregunté.

Entonces un señor bajito con bigote y un traje que le quedaba muy grande, me dijo: “Señor, no se irrite tanto. Todos estamos aquí a recibir la sorpresa y todos estamos esperando tal sorpresa. Siéntese y tómese un vino o una caña y espere. Algún día llegará la sorpresa”. Todos se pusieron a reír y siguieron mirando el programa de la coñazo Belén Esteban. La tentación me entró de hacer con mis muletas un par de hélices y causar el mayor estrago posible en el bar de la esquina, pero me contuve, pedí una caña con cacahuetes y me puse a ver también el coñazo de la Belén Esteban con resignación africana.

Vital-ek

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