Las gradas están a rebosar en los estadios de fútbol. La gente paga lo que sea para ver grandes partidos. Las televisiones se disputan las retrasmisiones de los partidos de la primera división. Un porcentaje muy alto de población sigue el fútbol, habla de fútbol, lee de fútbol; es fiel seguidor de uno o dos equipos de fútbol concretos. El fútbol es el rey del deporte, mueve a las masas, mueve sus pasiones y sirve de catarsis ante el aburrimiento de muchas vidas cotidianas. Pero ¿cómo es posible que un deporte tan competitivo, tan selectivo con sus jugadores, tan volcado a la disciplina y el esfuerzo y la organización y la gestión del dinero ―traducida en buenas inversiones con miras a una rentabilidad acertada que concluya en el éxito,― pueda triunfar con las masas y el pueblo sin distinción de clases sociales o poder económico? ¿Cómo puede este éxito basado en la victoria sobre el contrario, incluso humillarle si llega el caso, apasionar a las multitudes sin distinción social? ¿No va contra nuestro espíritu biempensante y solidario tanta competitividad, basada en un porcentaje muy alto, en el dinero, el poder y el éxito? ¿No deberían las autoridades europeas intervenir rápidamente contra el fútbol y cortarle las alas a este arrogante y omnipotente deporte con leyes solidarias e igualitarias para que así todos y todas puedan participar en tales eventos en igualdad de oportunidades y reparto equitativo? ¿Cómo es eso de que siempre sean los grandes equipos de grandes centros de poder o grandes ciudades, los que, por el injusto hecho de tener más dinero, puedan contratar a los mejores del mundo y ganar competiciones y ligas? ¿Cómo se puede permitir que siempre sean machos los que formen los equipos con menosprecio evidente, cuando no abierta discriminación a las mujeres? ¿Por qué no equipos mixtos con igual cupo de mujeres y hombres? ¿Por qué no igualar a todos los equipos de tal forma que un equipo modesto pueda tener el mismo cupo de jugadores buenos y malos a la altura del Barcelona o el Chelsea? ¿Cómo es posible que nuestros políticos del buen rollito igualitario, y hasta nuestro presidente tan guay, se muestren partidarios de equipos tan sexistas, tan competitivos, tan sedientos de éxito localista y sectario, tan nacionalistas en su proyección internacional?
¿Qué tiene el fútbol que aun yendo tan radicalmente a contrapelo de las ideologías políticamente y educativamente correctas, logra movilizar millones de personas con tan gran éxito? Es evidente que a nuestra ministra de Igualdad le queda mucho trabajo por hacer. Le deseo suerte.
Vital de Andrés
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