Un anónimo me manda esta reflexión:
¡Vaya! Veo que ha vuelto a las noticias y a la política, de las que tan amargamente se despedía en su escrito del 22 de abril. Veo que ha vuelto a interesarse por los conflictos del mundo, a informarse y reflexionar sobre sus causas y su posible evolución... Vano intento, si me permite decirlo. Cada uno sabe sus motivaciones, pero yo, atrevidamente, me permitiría aconsejarle volver a su escepticismo amargo del 22 de abril. Nada sacamos de preocuparnos, créame, ni de adquirir conocimento sobre, ni de reflexionar ni debatir. Ni el conflicto se va a solucionar mejor por nuestra intervención, ni nuestra vida va a mejorar ni un ápice por entenderlo y analizarlo, y ni siquiera nuestras amistades nos van a reconocer la agudeza del analisis ni la originalidad del punto de vista. Porque ellos tienen también su opinión, que es para ellos la mejor.
El conflicto es la esencia de la humanidad. Desde que comenzó el registro histórico, ha habido miles, quizá millones, de conflictos amargos, difíciles, crueles, irresolubles, todos importantísimos en su momento para los que los vivían, pero que han quedado en nada, y hasta se ha perdido su memoria. ¿Cuantos conflictos no habrá habido en la misma Grécia en tiempos del Imperio Romano? Con los campesinos, navegantes, clases dirigentes... MILES Y MILES. ¿Y en las innúmeras repúblicas de la Italia Renacentista? Odios, luchas, muertes... Incontables. Millones de conflictos. ¿Y los que hay hoy en día? Miles. La esencia del hombre es el conflicto, ya sea social, económico, familiar, laboral; y nada ganamos con intentar entender, analizar, para solucionarlos, para ser buenos. Es una tarea de locos; mil años viviríamos y no podríamos solucionar ni el conflicto personal más pequeño. Y si alguno, en nuestra locura insensata, llegamos a solucionar, veinte más vendrán a reemplazarlo.
Por eso, veo más humano, más apetecible, el apartarse del mundanal ruido y dedicarse a andar solitario por rudos y empinados senderos de montaña; a estudiar profundamente las matemáticas puras, esa bellísima ciencia, con papel y lápiz, y preocuparse de sus interesantísimos problemas; a pintar bellos cuadros de paisajes verdes y cantábricos, u ocres y mediterráneos; a leer filosofía pura, buena literatura, a los clásicos, por ejemplo: las amenísimas "Vidas Paralelas", de Plutarco; a cultivar un pequeño huerto: patatas, guisantes, coles, habas, alubias, zanahorias, alcachofas, coles de Bruselas, lechugas, cebollas... Volver al palote y la azada de Cieres, poniendo en ello toda la ilusión y todas las ganas que poníamos en aquellos años, y viendo salir el sol cada día detrás de aquellos montes, y las semillas germinar en la tierra. Regar en verano, con las acequias procedentes del arroyo. Y en invierno, cuando la nieve cubre campos y montes, encerrarse al amor de la cocina de carbón a resolver complicadas ecuaciones diferenciales, con ilusión y con fe. Tener esperanza en que las tribulaciones humanas, ni tampoco la melancolía, ni las enfermedades, NI LA MUERTE, no lograrán localizarnos en nuestro refugio. No hay otra vida posible, créame. Todo lo demás es vana ilusión, vano enervamiento y sufrimiento estéril.
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REFLEXIONES EN TORNO A LA EXPERIENCIA DE FE PROTESTANTE
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