23 mayo, 2010

AQUELLA TARDE

Aquella tarde fui en bicicleta por las afueras de la ciudad y llegué a una capilla medieval que estaba siendo restaurada. El verdor del paisaje y a la vista a las montañas lejanas creó en mí un efecto embriagador, casi mágico. El poder de la imaginación es inmenso en ciertas circunstancias, pero nunca hay que creer que los demás pueden o van a comprender tu imaginación. Mucha gente no posee ese don y si no lo posee toda experiencia que le cuentes le es indiferente o te puede ridiculizar de manera cruel. Otros poseen otros dones u otras cualidades. El don de recrearse en la imaginación no es para todo el mundo, pero todo el mundo posee esa posibilidad de imaginar cosas y de ser engañado por tales sugestiones si no se sabe anteponer la razón y el sentido común a las cosas. Pero no todo el mundo nace o se cría con la posibilidad de percibir o adaptar la razón y sentido común a su vida; y, entonces, son presa fácil de engaños o se estrellan duramente contra una realidad que sigue sus leyes inexorables. Cruelmente inexorables en muchos casos. La persona que vive la imaginación sin tener conciencia de las leyes de la realidad sufre. Sufre mucho. Pero la persona que vive apegada a una vida prosaica sin hacer uso de su imaginación acaba aburriéndose en su mediocridad, o queda demasiado atrapada, en los problemas diarios sin posibilidad de trascenderlos de alguna manera y eso también crea sufrimiento.

La imaginación tiene sus leyes y requiere de educación para encauzarla y darle forma. Un gran compositor no sería nada si no supiera dar forma a través del lenguaje y técnicas musicales, a través de práctica intensa; para así llegar a una obra de calidad compartida por otros. Lo mismo un gran pintor o escritor. Lo mismo una persona imaginativamente religiosa: ha de saber enfocar sus inquietudes míticas-místicas a través de un orden teológico y litúrgico. La imaginación suelta y a capricho sin posibilidad de ser encauzada y ordenada bien a través leyes y normas estéticas, o; en el caso de la persona religiosa, a través de una adecuada teología traducida en dogma; pero también compartiendo una liturgia que dé visualidad, concreción y escenificación a los misterios divinos. En cierta manera la religión ha de ser también un arte elaborado, cuidado y ordenado. De no ser así acaba en mero ritualismo o doctrina repetitiva, por un lado; o, en fantasías anárquicas sin fin por el otro. Equilibrio. Armonía. Proporción.

Aquella tarde en bicicleta bajo el efecto embriagador del paisaje y unas escenas bíblicas del Antiguo Testamento ensambladas de forma imaginativa hizo posible un cambio en la vida de aquel adolescente. Pero otra cosa sería la posibilidad de encauzar aquel cambio, de darle su debida expresión; de encontrar la gente adecuada que pudiera comprender. Eso ya fue más difícil, mucho más difícil. Ha habido gente en mi vida muy valiosa. Ha habido gente en su vida también perjudicial. No siempre se sabe escoger a la gente que a uno le conviene. No siempre se sabe escoger la iglesia que a uno le conviene. Pero hay momentos en que se puede saber qué ensamblajes nos favorecen y cuales no. A eso se llama madurez, y la madurez nos lleva a valorarnos de forma profunda y adecuada.

3 comentarios:

  1. Creo que no se ha tomado muy en serio el ensayo de Ernst Tugendhat que osé recomendarle como comentario a su escrito del 14 de mayo. Una pena. Cita Ud. una frase de este autor, pero, a mi juicio, es una idea marginal que no tiene mucho que ver con el contexto general.

    El autor creo que parte de la certeza de que el fundamento de la moral es lo que él llama "contractualismo", que en lenguaje común siempre se expresó por la máxima "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti". Personalmente, creo que este es el fundamento racional y pràctico último de toda moral, y que no hace falta nada más: ni imperativo categórico dentro de nosostros, ni un dios legislador externo que fundamente la moral. En efecto, si condenamos y nos indignamos ante el robo a un jubilado, ante la tortura, la agresión a niños, etc. etc. es porque si aceptamos un mundo así estaremos aceptando que un dia nos roben a nosotros, o nos torturen, a agredan a nuestros niños, etc. Por tanto, un mundo así nos parece inaceptable y lo condenamos enérgicamente. Pero el problema que se plantea Tugendhat no es esta explicación asaz conocida y aceptada, sino el porqué la moral nos aparece como obligatoria ("imperativo categórico"). Y aquí es donde habla de, por un lado (el lado del infractor de las normas morales), el sentimiento de culpabilidad y la vergüenza, y por otro lado (el lado de la gente o "la sociedad"), la indignación y la reprobación de tal conducta y de tal sujeto. Sentimientos y fuerzas, la culpabilidad y la indignación, que son la cara y cruz la una de la otra, y que explicarían la coercitividad de las normas sociales. No es tan ingenuo nuestro autor que no vea la maldad e hijoputez humanas. Per eso habla que, sea la que sea las normas morales, siempre habrá gente a quien le importan un bledo por dos razones: porque no tiene sentimiento de culpa y le importa un comino la indignación popular, o porque sus intereses materiales al infringir las normas son superiores al sentimiento de culpa. Y creo que la manera de discurrir del autor, y sus conclusiones, son bastante correctas, puesto que queda explicada la autonomia de la moral (no nos viene de un dios ni de una autoridad, sino de nuestro propio sentimiento o interés) al mismo tiempo que el sentimiento de obligatoriedad o coercitividad. Me parece un trabajo muy agudo, A FALTA DE OTROS MEJORES, que estaría dispuesto a leer, por supuesto.

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  2. Algunos años antes de eso, en aquella cueva ya había alguien. Era un tierno niño, aun no hablaba, vivia pendiente de los mimos y caricias, quizá escasos, muy escasos, de su papá y su mamá, de que le hicieran un poco de casito en medio de agobios y trabajos sin fin en la dura vida de los adultos, de que jugaran un poco, sólo un poco, con el; y nada sabía de este mundo cruel, aunque experimentaba ya sus fríos, sus enfermedades, sus soledades radicales, su indiferencia ante el dolor, su alimentación deficiente, su debilidad radical ante tantos poderes degradadores. Aún así, se alegraba cuando, con la llegada del buen tiempo, el retazo de azul que se veía desde el pasillo era dulce y brillante; cuando su mamá lo cogía en brazos y lo besaba; cuando lo llevaban en su sillita a pasear por la villa, llena de novedades y maravillas; cuando veía otros niños que, todavía en su inocencia, pensaba que eran buenos y que tenían todos ganas de jugar con él; cuando veía los prados verdes y cuando llegó, oh milagro! el milagro de los caballitos de las fiestas del año 1949. Hay una foto de ese niño por el parque, una manita a su papá, otra manita a su mamá, se les ve a los tres felices y risueños, y él camina feliz porque es fiesta, porque sabe o intuye que es fiesta y porque están los caballitos. ¡Qué cosa más amarga y más triste es el destino de los humanos, i qué inhóspito este mundo!

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  3. “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”, es una norma moral basada en el respeto recíproco entre personas y comunidades. Si yo enseño esa fórmula a alguien de mi comunidad la máxima se podría comprender como buena a nivel racional y práctica; pero otra cosa sería que esa norma adquiriera una aceptación afectiva capaz de inspirar un estímulo estético creativo a la hora de configurar la vida personal de esa persona. De no ser así, la norma mencionada acabaría siendo otra máxima externa que, en caso de no llegar a internalizarse como sentido común; ha, necesariamente, de imponerse coercitivamente para ser efectiva (que no afectiva).

    Esa afectividad creativa es posible gracias a la imaginación, que es capaz de concebir la norma como una ley que emana de la estructura profunda de nuestro universo. No robar a un pobre jubilado de la enseñanza, reirse o abusar de un inocente, ser cruel con el prójimo aprovechando su debilidad; esto es digno de rechazo afectivo (odio) porque atenta contra la Razón Universal en primer lugar. El respeto a la dignidad y derecho a la libertad de las personas es la consecuencia de esta misma afectividad creativa: la ética, la moral hacen posible una estética de la experiencia, del vivir diario.

    Un saludo,

    Nesalem

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