14 mayo, 2010

ÉRASE UNA VEZ UNA CUEVA

—¿Dónde vives?
—Ahí
—¿Ahí?
—Sí, ahí.
—Pero eso no es una casa.
—Ya lo sé. Pero vivo ahí.
—Pero eso parece más una cueva rara.
—Bueno, es que después de esta entrada hay una casa donde vivimos.
—¡Qué raro!
—Sí, la entrada es fea pero dentro vivimos como una casa normal.
—No me digas.
—Bueno, tengo que entrar en casa.
—¿Puedo entrar un poco?
—Oye, es que vamos a comer y me da no sé qué entres en la cocina sin haber avisado.
—Un poco.
—Bueno. Un poco.
—¡Jobar! Parece que huele a caballo o a macho.
—Sí, es que ahí hay una cuadra y hay una mula. A veces dos.
—Oye, esto está muy oscuro. El suelo es de tierra. Vaya rara que es tu casa.
—Bueno, ya te dije que la casa, casa, está al final de este túnel.
—¡He! ¿No es aquello una rata?
—Sí, alguna hay. ¿No querrás seguir verdad?
—¡Jobar! Y ¿eso es el váter?
—Sí, está un poco oscuro pero se caga normal, te lo aseguro.
—¿Y eso qué es?
—Es un pasillo que da al cielo.
—¿Vuestra casa está abierta a la intemperie?
—Oye, ¿por qué no te vas? ¿No es tarde para ti?
—Pero ¿y tu casa?
—Déjalo. No importa. Otro día te la enseño. Oye, que tengo que comer y…
—¿No es esa tu madre? Hola señora, venía con Hbsgfart para acompañarlo.
——Hola, Hbsgfart tiene que comer ahora. Pasa a la cocina nenín.
—¿Es esa la cocina?
——Sí, esta es la cocina. ¿Quieres quedarte a comer?
—No, creo que me voy. ¿Me acompañas Hbsgfart?
—Sí, ven. Era por ahí. Pero podemos salir por estas escaleras que dan a una terraza y a la caseta del carnicero Bvscklp que es donde hace los chorizos y los ahuma.
—¡Jobar! ¡Qué extraña es tu casa¡
—Sí, algo.
—Adiós.
—Adios.

1 comentario:

  1. Algunos años antes de eso, en aquella cueva ya había alguien. Era un tierno niño, aun no hablaba, vivia pendiente de los mimos y caricias, quizá escasos, muy escasos, de su papá y su mamá, de que le hicieran un poco de casito en medio de agobios y trabajos sin fin en la dura vida de los adultos, de que jugaran un poco, sólo un poco, con el; y nada sabía de este mundo cruel, aunque experimentaba ya sus fríos, sus enfermedades, sus soledades radicales, su indiferencia ante el dolor, su alimentación deficiente, su debilidad radical ante tantos poderes degradadores. Aún así, se alegraba cuando, con la llegada del buen tiempo, el retazo de azul que se veía desde el pasillo era dulce y brillante; cuando su mamá lo cogía en brazos y lo besaba; cuando lo llevaban en su sillita a pasear por la villa, llena de novedades y maravillas; cuando veía otros niños que, todavía en su inocencia, pensaba que eran buenos y que tenían todos ganas de jugar con él; cuando veía los prados verdes y cuando llegó, oh milagro! el milagro de los caballitos de las fiestas del año 1949. Hay una foto de ese niño por el parque, una manita a su papá, otra manita a su mamá, se les ve a los tres felices y risueños, y él camina feliz porque es fiesta, porque sabe o intuye que es fiesta y porque están los caballitos. ¡Qué cosa más amarga y más triste es el destino de los humanos, i qué inhóspito este mundo!

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