La economía española corre peligro de estancarse de forma crónica, e incluso de retroceder a puestos de subdesarrollo. Mucho español no quiere entender la realidad en que vive: cree que se puede vivir en la eterna abundancia y cuidado maternal del Estado para siempre sin tener que sufrir los sacrificios o responsabilidades individuales de otros países avanzados. Queremos los beneficios del capitalismo, pero sin pagar los costes de tales beneficios. Pensamos que la Iglesia, perdón, el Estado, tiene la obligación de cuidar de nosotros hagamos lo que hagamos y siendo lo que somos. Esta mentalidad es extensible a muchos empresarios que no dejan de medrar subvenciones, concesiones, privilegios y prebendas por parte de los políticos del gobierno de turno. El que sea tonto que arree, parecer ser la mentalidad de muchos. Y en la presente crisis y coyuntura económica estas maternales como picarescas consideraciones, pueden llevarnos a una merma competitiva tan desfavorable que nos ponga la cola de Europa per secula seculorum. El mercado laboral español es demasiado rígido y esa rigidez nos impide esa movilidad y potencial que ahora mismo necesita nuestro país. La fuerte presión fiscal que genera un gasto público demagógico con nuestra idea de estado de bienestar, cuyas bases en España fueron la autarquía franquista, desmotiva a muchos empresarios y en general a la gente ambiciosa que tiene mucho que aportar y con ganas de arriesgar y competir. Ante una crisis financiera como la actual la solución no es replegarse a los esquemas de siempre, eso va a resultar nefasto. Son muchos los interesados en seguir igual que siempre entre ellos los sindicalistas de las grandes centrales dependientes del Estado y todo su clientelismo basado en cantidad de chiringuitos que se han ido creando en torno a estas mafias. Sí, también los grandes bancos y consorcios y la mucha innecesaria burocracia que se ha ido formando a recaudo de partidos políticos. Hay, por otra parte un sector muy importante de la población, que se considera defraudado y por tanto muy resentido, y estos son los jóvenes que han cursado estudios universitarios; que se creen con el derecho de estar ya ocupando los trabajos para los que se han preparado; y, ven que pasan a ser el nuevo ejército de desempleados o mileuristas haciendo lo que cuadre con algo de suerte. Este sector de la población tiende por desgracia a enfocar su malestar contra el cruel capitalismo que los deshecha, contra el sistema en abstracto, contra los poderes del mundo que les discriminan. Muchos de ellos, sus aspiraciones eran precisamente formar parte de ese funcionariado que ahora se ve en peligro de ser disminuido.
En el contexto mundial de mercados competitivos estas consideraciones van actuar más de lastre que de vela de viento a la hora de avanzar y mejorar la situación. Ante una cruda realidad que es así queramos o no queramos y, yo soy el primero en juzgarla como cruel, pensar que las cosas podrían caer en políticos de izquierdas buenos o bonachones que nos habrán de dar lo que queremos repartiendo como buenos humanos, es una de una ingenuidad increíble. Una opción de tipo comunista ya sabemos a qué conduce. En España la cultura capitalista siempre se vio con recelo, con ojos de humanismo católico antiliberal que luego evolucionó y nutrió no solo a los movimientos fascistas, sino también a la izquierda histórica. Este recelo de nada nos va a servir ante un mundo que ya se mueve en otras coordenadas y nosotros aspiramos con huelgas generales y sus piquetes fascistas ha seguir como siempre: en el limbo de la historia.


















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