Imposible comprender la democracia occidental sin tener en consideración esta reflexión teológica.
La Biblia habla de Ley y Justicia de Dios. La Biblia habla de caída, desobediencia de la Ley, desajuste, extravío y pérdida del hombre. La Biblia también habla de compensación y retribución: quien infringe la Ley ha de pagar compensación para tornar al equilibrio. Pero la Biblia va desarrollando un desequilibrio absoluto del hombre ante la Ley de Dios: el hombre es incapaz de cumplir la Ley en su totalidad. La caída le incapacita. Su condición humana le impide cumplir con la Ley divina. Su existencia es puro desajuste, extravío, desobediencia, tendencia al mal. El hombre está perdido ante Dios. La Ley le condena irremisiblemente. La Justicia de Dios le condena.
Pero la Biblia habla de un mesías o enviado que se ofrece a la Justicia divina como compensación y retribución por el pecado (separación, extravío) del hombre. Ese enviado es Jesucristo (Cristo). Cristo es Dios mismo en la persona del Hijo. Dios se hace hombre y sufre como hombre. Cumple la Ley que el hombre no podía cumplir y luego muere en la Cruz como compensación y pago del extravío humano. Torna el equilibrio. La Justicia divina se restablece. Los hombres están salvos a pesar de su condición pecadora. El rescate ha sido pagado, la deuda saldada.
DARÍO: ¿Todos los hombres? ¿Toda la humanidad? ¿Ahora mismo toda la humanidad está salva?
JOSEFA: No, según el Nuevo Testamento, solo los que creen y hacen suya esta salvación.
DARÍO: ¿Cómo se cree?
JOSEFA: A través de la fe.
DARÍO: ¿Cómo se ejercita la fe desde una condición absoluta de pecado?
JOSEFA: Por medio del Espíritu o la Llamada. La fe es un don de Dios que concede a quien quiere.
DARÍO: ¿Quiere eso decir que sólo los que Dios quiere se salvan?
JOSEFA: Efectivamente.
DARÍO: ¿Entonces la salvación es para los elegidos y no para la humanidad entera?
JOSEFA: Así es.
DARÍO: ¿Pero no cabe la posibilidad de que el hombre posea libre albedrío y lo ejerza escogiendo tener fe o rechazándola?
JOSEFA: Si así fuera entonces el hombre tendría la posibilidad de escoger cumplir la ley o no y Cristo no tendría sentido. Con la Ley ya bastaba.
DARÍO: ¿Pero no cabe la posibilidad de que la gracia o el perdón por la muerte de Cristo ayuden de alguna manera a que el hombre haga sus propios méritos para salvarse?
JOSEFA: Pero entonces sería la gracia de Dios de nuevo la que haría posible esas buenas obras, no el hombre por sí mismo.
DARÍO: ¿Pero no cabe la posibilidad de que el hombre posea una capacidad natural de aceptar a Dios o negarlo; o sea, a nivel de voluntad?
JOSEFA: Si así fuera entonces la salvación no sería por gracia, sino por libre elección de la persona y dejaría de ser salvación por gracia para pasar a ser salvación por mérito personal; por mérito de haber elegido.
DARÍO: Entonces ¿se salva sólo quién Dios quiere?
JOSEFA: Así es.
DARÍO: ¿Y se pierde también quien Dios quiere?
JOSEFA:Sí, pero ahí hay algo interesante que habría que considerar.
DARÍO: El qué
JOSEFA: Pues es que nunca sabemos quién o quiénes se pierden o son condenados.
DARÍO: ¿Cómo?
JOSEFA: Sí, tú puedes ver un asesino o una persona que no cree en Dios, en ese momento podrías decir que está condenado y quizás tienes razón, pero nunca sabrás si esa persona en algún momento de su vida recibe la Llamada, podría incluso recibirla segundos antes de morir. Nadie puede juzgar a nadie en cuanto a su salvación espiritual. Absolutamente nadie.
DARÍO: ¿Y?
JOSEFA: Pues que aunque es verdad que Dios condena a quién quiere, nunca sabremos si esa condena se ha de llevar a cabo con fulanito o menganito y, de ahí, que para los creyentes toda persona es potencialmente salva y hemos de hablarle del evangelio como si fuera posible su conversión a través de la Palabra.
DARÍO: Sorprendente. Pero ¿cómo sabe el creyente que está salvo, que ha sido escogido para ser salvo?
JOSEFA: Por la Llamada que le revela su condición de justificado. Y si recibe tal llamada es imposible que se pierda. Su vida sufre una transformación interna que la hace vivir con plena confianza en el garante absoluto de su salvación: Dios.
DARÍO: ¿Y si mata y roba?
JOSEFA: Nunca sabemos desde fuera si esa persona ha recibido la Llamada. Puede proclamarlo a los cuatro vientos, ir a la iglesia todos los días. Nunca sabremos si esa persona es salva o no. Puede matar en un momento y mostrar un odio terrible a todo, pero aún así no podemos saber qué es lo que hay en su alma, no sabemos cuál es la relación íntima con Dios. Sus obras son horribles, pero ¿siempre? ¿Quién sabe lo que está pasando en su alma? No obstante a esa persona infringe leyes y merece castigo o cárcel.
DARÍO: Curioso.
JOSEFA: Sí, bastante.
DARÍO: Entonces esto quiere decir que el alcance de la obra de la gracia de salvación de Cristo se abstrae de un conocimiento objetivo y positivo acerca de quién es salvo y quién no.
JOSEFA: Afirmativo.
DARÍO: ¿Pero qué consecuencias puede traer esta forma de entender el cristianismo?
JOSEFA: Pues muchas y todas muy beneficiosas para la buena marcha de cualquier sociedad o comunidad.
DARÍO: Me haces pasmar.
JOSEFA: En primer lugar nadie ha de condenar a nadie en razón de sus doctrinas religiosas o espirituales o ideología o convicciones. Para cualquier persona la conciencia de su prójimo es sagrada. Merece el mayor respeto.
DARÍO: ¡Caracoles! ¿Y el asesino? ¿Y el ladrón? ¿Lo dejamos libre?
JOSEFA: ¡¡No!! Para eso está la ley civil. Los hombres necesitamos organizar una sociedad civil para poder vivir con cierta decencia y libertad. Esa sociedad civil ha de penalizar y aplicar la ley, una ley que regule todos aquellos delitos que vayan contra la dignidad humana y su libertad. Pero nada más. Lo que piensen las personas a nivel privado o en sus sociedades religiosas o civiles ha de estar protegido. La conciencia ha de ser libre: es sagrada. Que yo sea cristiano no ha de ser razón para que yo imponga mi cristianismo a nadie, ni nadie tampoco me ha de impedir practicar mi religión cristiana.
DARÍO: Creo que ya entiendo. Quizás nuestra sociedad occidental después de todo deba mucho al cristianismo protestante.
JOSEFA: Sí, así creo yo. Pero no olvides que estamos hablando de la Biblia y el Evangelio.