27 abril, 2011

PARA ESO QUE QUIERE TRAGARME DISPONGO YO DE UN TAPÓN

En todas estas cuestiones de Dios y de la ciencia y de si creemos o no creemos en algo divino o, en lugar de Dios, pues está el creer en algo racional, demostrable, real, empírico y demás; el tema es siempre más complejo. Porque en el fondo de la cuestión está la apremiante necesidad de dar sentido a la vida, a la existencia, a la inexplicable razón de qué narices está pasando aquí en este mundo que se sufre cincuenta mil veces más que se disfruta, o se es feliz; y la gente busca respuestas de mil maneras y de acuerdo a cada temperamento. Porque el sentido no es algo que se pueda expresar como dos y dos son cuatro solamente; y, bien (dirían muchos), pero yo tengo que trabajar todos los días y bregar con conflictos de una y otra naturaleza, donde lo humano me complica siempre las cosas, tanto lo que procede de mi mismo; que ni sé lo que es; pero menos todavía la de mi prójimo que busca su propia supervivencia; mantiene su propia lucha contra las amenazas, o supuestas amenazas de la vida; y trata de refugiarse en su propio mundo. ¿Y qué me soluciona a mí que el mundo venga del bing-bang o que la teoría de la relatividad me haga ver esto, que parecía de sentido común, bajo otro sentido sorprendente; pero si al día siguiente tengo que trabajar y los conflictos me asedian y las relaciones son complicadas con todos: familia, vecinos, compañeros de trabajo que rivalizan o tratan de imponerse y viceversa; y porque además yo seré en problema para otros, por mi forma de ser y mis dislocaciones inexplicables, etc. etc. La ciencia no me puede solucionar eso salvo que se convierta en una dictadura racional-tecnocrática que nos obligue a todos a pensar y vivir de una manera Brave New World; pero eso es imposible; ninguna dictadura aguanta más de mil años; y, además iría mucho más allá de lo que la ciencia tiene por método y circunscripción. Y es que en el trasfondo de todas las cosas está siempre eso que se nos escapa, que nos elude, que se desplaza; que se desvanece cuando ya lo creíamos bajo control.

Una cosa es la razón y el razonamiento y la lógica y los hechos fehacientes e ineludibles; y, otra es la existencia concreta de las infinitas posibilidades; de las opciones imprevisibles, de las pasiones; de las emociones que tiran por aquí y por allá; de las improvisaciones. De lo correcto e incorrecto que se mezclan formando una masa que hay que sopesar y equilibrar; o lo objetivo y subjetivo que se mezclan como la tierra y el agua y forman un lodazal que hay que recomponer y acertar y eso no es siempre posible, mejor dicho no es la mayor parte de las veces posible. Unos lo hacen mejor pero luego fallan en otra cosa, u otros lo hacen peor, pero luego aciertan en lo que menos se esperaba de ellos.
Entonces necesitamos dar sentido al mundo de alguna manera y poner algún cimiento entre la grieta misteriosa que siempre está ahí dispuesta a abrirse con alguna sorpresa inesperada; y nosotros las conciencias humanas que hemos de vivir de alguna manera sin matarnos o exterminarnos continuamente, dando cierta firmeza o solidez a la existencia para que podamos decir dos y dos son cuatro y si son cinco usted me está engañando. O, poder controlar y domeñar a la naturaleza con las finas armas de la razón y así poder curar enfermedades, poder comer mejor sin miedo a morir de hambre; poder construir una vida mínimamente decente sin miedo a que me roben o que los poderosos me vendan como esclavo o me arrebaten mi mujer y mis hijos; o que cuando el frío invada la ciudad yo pueda resistirlo con mi calefacción y mi buena chupa de cuero y mis mantas calentitas en mi cama. Pero aún así, hay más que hemos de dar sentido para que la grieta no nos ataque por otro lado más expuesto; y, que la ciencia o las artes políticas no logran tapar o proteger; y, entonces queda uno expuesto a la desnudez psíquica por falta de apoyo, de orden moral o ético, de valores que sirven para afrontar una contingencia de experiencias múltiples que de otra manera no son posibles de ser controladas. 

Y ahí entramos en la filosofía, en el arte; pero también en la religión, en lo sagrado; en la posibilidad de un Dios regulador del cosmos que de alguna manera nos da leyes, nos da esperanza, consuelo que sirve para enfrentarse a las enfermedades, a la muerte; a saber en cierta manera lo que está bien y mal, aun con imprecisión; pero que todo su simbolismo, toda su dimensión sagrada de libro, de revelación, de metáfora con explicación, pues sirve para que esa experiencia que siempre se escapa a la razón pues tenga una posibilidad de darle sentido, de englobarla en un cierto equilibrio estético, moral, o de proyecto de vida ante la desnudez de una posible sombra cósmica fría e inhumana; capaz de empujarnos a la más inhóspita y maligna depresión. El ser humano no puede vivir sin sentido. Un sentido nos lo da la facultad de la razón; y, cubre con ello la dimensión objetiva del ente humano; pero quedan muchas otras dimensiones de la experiencia que han de ser satisfechas o pretendidamente satisfechas de alguna forma. No es fácil y no todo lo que surge en ese intento es sano o equilibrado; pero es una necesidad imperativa del género humano. Siempre hay que tener en cuenta que lo que subyace bajo la ciencia y bajo las ideologías o religiones, es siempre un algo impronunciable, un misterio ineludible, una grieta que se abre cuando menso lo pensamos. En el fondo siempre necesitamos de cierta fe y confianza en lo que creamos o producimos como método o pensamiento.

3 comentarios:

  1. ¿Y en qué consiste eso del "sentido de la vida"? ¿Hay algun otro sentido, Sr. Nesalem, que no sea la decrepitud y la muerte?

    ¿Un alma inmortal? Eso es imposible que exista. La mente es la actividad normal de un cerebro, y no puede existir independientemente del cerebro. Es como postular que existe el movimiento independientemente del móvil que se desplaza, o que existe la digestión idependientemente de los órganos que la realizan... La manifestación de un cuerpo que se desplaza es el movimiento; la de un aparato digestivo es la digestión, y la de un cerebro es la mente.

    Todas nuestras vivencias, incluso las más sentidas, nostálgicas y afectivas, moriran con nosotros. Es triste, qué amargura por los tiempos perdidos... pero es inexorablemente así.

    Runand

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  2. Bueno, pues comamos y bebamos que mañana moriremos.

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  3. De todas maneras ese planteamiento, Sr. Runand, sigue padeciendo de la dicotomía clásica de la filosofía y la religión.

    Ante la imposibilidad de un absoluta inmanencia con ese cerebro, ese cuerpo, esos intestinos; pues nos toca siempre vivir con la conciencia desgajada en otra cosa que no se identifica con esa materialidad. El religioso deja que esa conciencia le lleve a una inmortalidad, y el ateo pues vive con la certeza de su muerte absoluta, o absoluta inconsciencia.

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