El mal es inevitable. En cualquier teoría o en cualquier aplicación practica de la teoría siempre, siempre hay un algo que impide que se haga lo correcto. Esa cosa que queda fuera, quizás se pueda dominar y controlar, pero al controlarlo luego sale otro algo que cuestiona o impide o nos toca las narices con un problema, un error, una laguna, unas consecuencias imprevistas, etc. Acabo de leer el libro de Mark. C. Taylor ya mencionado (Después de Dios. Siruela 2011) y al final propone una manera de situarse en la vida donde los absolutos han de dar lugar a absolutos relativos y los relativos a relativos absolutos. Llevándolo a los mercados como ejemplo Taylor dice que no se debe tomar el mercado como un absoluto al que se ha de dejar libre con el mínimo de regulaciones, pero tampoco se trata de regular por imperativo doctrinal socialista. Se trata de dejar el mercado por su cuenta, hasta cierto punto; o, regular también hasta cierto punto. De la misma manera, se trata de fomentar la competitividad hasta cierto punto, pero una competitividad sin algún grado de cooperación puede ser nefasto. Lutero decía: desregular lo privado, y cuando sea necesario, regular lo público. Otras versiones protestantes inmiscuidas en la política americana dicen: desregular lo público y regular lo privado.
Bueno, el caso es que la postura de Mark. C. Taylor parece ecuánime, de acuerdo con los últimos descubrimientos del genoma humano, del funcionamiento de las redes de información, donde las estructuras dejan de ser fijas para dar entrada a lo emergente y viceversa, en un constante devenir sin finalidad alguna. Pero el asunto es que esta sana y equilibrada manera de estar en el mundo, no deja de ser otra postura “correcta” y entonces Taylor ha de arremeter contra el “error” absolutista” o fundamentalista (en religión o ideologías diversas); o, contra el relativismo desenfrenado que acaba siendo destructivo, etc. En definitiva, el mal siempre aparece por algún sitio tocándonos las narices y no hay teoría crítica o axiología práctica que lo resuelva: siempre hay una molesta e inquietante exterioridad tocándonos los tolanos o los ovarios. Incluso el fallecido Derrida (RIP), a pesar de su concepto de “differance”, donde nunca hay posibilidad alguna de situarse en un presente porque el presente cuando se “presenta” ya es pasado (un siempre-ya-ha sido); pues no deja de ser también una putada que la gente no comprenda esto y muchos sigan empeñados en agarrarse a cualquier idealismo eurocéntrico o falocrático, con promesa de estabilidad y dominio. Parece como si estuviésemos condenados a un inexorable dualismo. Incluso el panteísmo más panteísta de los panteísmos, el de Spinoza, no nos deja situarnos en esa razón mística tan silenciosa como beatífica de quien ya ha superado todo dualismo. Nada. De pronto viene algo o alguien que te da un empujón por la espalda y vuelta a la puñetera realidad del conflicto.
Y en la Biblia pasa lo mismo.
En Génesis Dios crea el mundo de la nada, pero ya en esa primera creación, va incluido un caos y unas tinieblas a las que hay que poner orden con la Palabra. En la segunda versión de la creación, el Paraíso Terrenal de Adán y Eva se ve trastocado por la serpiente que procede de esa otra realidad maligna y tenebrosa. Luego la criatura humana peca a diestro y siniestro. Dios se arrepiente de haberlo creado y hace limpieza en el planeta con el Diluvio. Luego hay nuevo pacto con Noé. Pero el pacto no se guarda y vuelta a cometer errores y maldades hasta que Dios escoge a Moisés y le da la Ley para cumplirla y ser buenos, o, tan siquiera mínimamente decentes; pero nada de nada: unos pocos sí son decentemente buenos, pero los demás construyen el becerro de oro y fornican con las mujeres que no deben (el sexo siempre anda por ahí en plan gamberro y sino que se lo pregunten al Rey David) y cometen idolatría blasfema y sacrílega y entonces Dios con su ira borra del mapa del desierto a miles y miles de rebeldes y hasta al mismo Moisés ha de castigar. Luego, con el exilio babilónico, aparecen los profetas predicando la ética del bien, de la solidaridad con el pobre, de la justicia que ha de establecerse en el corazón antes de ser algo visible en forma de ofrenda física en el templo (el catolicismo clásico era un poco así: de visibilidad, más que de corazón). Se empieza a vislumbrar una era gloriosa de Justicia que traerá el Mesías de Jehová. O sea, la promesa es una intervención divina en la historia, que hará posible de forma definitiva, esa Justicia y esa Verdad de la Torá.
Luego viene Cristo, Jesucristo, y, según los evangelios, hay mal por doquier en el Israel de entonces. Hay injusticia, hipocresía, engaños, adulterios, miserias, opulencias; opresores romanos y judíos; hay demonios malignos que toman posesión de las almas de unos pobres desgraciados y los hacen vivir el mismo infierno en la tierra (ya de por sí bastante infierno). Jesús tiene que hacer milagros y expulsar demonios, predica una ética de desprendimiento casi total (e imposible en algunos casos), una medicina radical de ir a la raíz del mal apostando por el amor y muere para, según los evangelios, salvarnos de ese pecado y de esa maldad para siempre. Física y materialmente nada parece haber ocurrido en el planeta, todo sigue aparentemente igual que siempre, salvo los cambios temporales y un grupo de judíos seguidores de Jesús que viven una expereincia impactante. Luego viene Pablo y dice que la Torá que seguían practicando estos primeros cristianos pues hay que entenderla de otra manera; y, que es la fe y la resurrección, lo que constituye la fe absoluta que salva y que los gentiles no tienen por qué cortarse el pito para pasar a ser de la sinagoga de Cristo (que seguía siendo Israel, pero un Israel abierto a los gentiles de un modo más “fácil”; sin seguir la Torá o reinterpretando la Torá de tal modo que solo queda la profesión de fe). Otra cosa es que los judíos en su gran mayoría no se hacen seguidores de Jesús y entonces Pablo ha de injertar a los nazarenos de algún modo teológico en Israel.
En definitiva, el mal sigue ahí; el dualismo sigue ahí. Luego volveremos con algunas preguntas a botepronto sobre la teodicea
22 abril, 2011
5 comentarios:
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Y más todavía: "Id por todo el mundo y predicad la buena nueva a todos los hombres". Pero después de dos mil años esa buena nueva no ha llegado más que a unos cuantos, y ni siquiera se puede decir con seguridad que sean auténticos.
ResponderEliminarLa verdad, eso de ser Dios tiene que ser jodido. Nunca consigue ninguna de sus finalidades cuando, por más inri, toda su vida divina se centra en esas finalidades. No se le conocen otras finalidades más que esa, y encima nunca la consigue. Tiene que ser frustrante de verdad.
Cualquier pardillo de este mundo consigue lo que quiere alguna vez que otra. Pero Dios, nunca. Realmente jodido, tiene que ser bastante jodido eso de ser Dios.
Runand
Hombre, Sr. Runand, algunas cosas tampoco van tan mal. Sin ir más lejos, yo tengo un coche Ford Mondeo segunda mano desde hace ocho años y, la verdad, me va de categoría. Las revisiones, cambios de aceite y pare Ud. de contar. Otras cosas me van mal o rematadamente mal, pero no puede decirse que TODO se tuerza y acabe yendo mal.
ResponderEliminarAanterior: Runand
ResponderEliminarDonde dice "Hombre, Sr. Runand" tendría que decir: "Hombre, Sr. Nesalem".
ResponderEliminarRunand
Todo está predestinado a ser como es. No le dé vueltas al asunto. Dios se presenta así, pero él es quien mueve todos los hilos habidos y por haber. Recuerda que es VOLUNTAD absoluta y todo poderosa. Eso quiere decir que todo obedece a su libre juego, capricho y albedrío. Job, el pobre Job, le criticaba esto precisamente, pero lea usted cómo reacciona Jehová con el pobre Job, santo Job, que nu hubo nadie tan bueno como él.
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