Creo que estamos en una exploración muy interesante donde el protestantismo es clave fundamental. Comparemos estas lecturas y reflexionemos en la estructura de conciencia y de significación en la que estamos viviendo. La descentralización de significados, de iglesias (bautistas, metodistas, independientes, etc.), de mercados desligados de su contenido: riqueza real (escribí artículo en LNE en su día sobre esto), etc, etc. Es toda una aventura de descubrimiento.
Atención a lo que dice Peter Berger en su libro Sacred Canopy (pp. 151-52):
La situación pluralista multiplica el número de estructuras plausibles que compiten entre sí. Ipso facto, esto relativiza sus contenidos religiosos. Más concretamente, los contenidos religiosos se «desobjetivizan», es decir, dejan de ser considerados evidentes, realidades objetivas de la conciencia. Se «subjectivizan» en un doble sentido: su «realidad» se convierte en un asunto «privado» de los individuos, es decir, pierde la cualidad plausible autoevidente intersubjetiva, de manera que uno ya «no puede seguir hablando» realmente de religión. Y su «realidad», en la medida en que es mantenida por el individuo, es aprehendida como arraigada en la conciencia del individuo, más que en ningún sitio del mundo exterior. Así pues, la religión ya no se refiere al cosmos o a la historia, sino a la Existenz o a la psicología individual.
Fijaros lo que ahora dice Baudrillard en Simulations.:
Una revolución ha puesto punto final a esta economía «clásica» del valor, una revolución del valor mismo, que lleva al valor más allá de su forma de mercancía, hasta su forma radical. Esta revolución consiste en la dislocación de los dos aspectos del valor, que se consideraban coherentes y eternamente ligados como por una ley natural. El valor referencial es aniquilado, dando preferencia al juego estructural del valor. La dimensión estructural se hace autónoma excluyendo la dimensión referencial; la primera se instituye sobre la muerte de la segunda. Se ha acabado el sistema de referencia de la producción, de la significación, del sentimiento, de la sustancia y de la historia, toda esta equivalencia con un contenido «real», que carga al signo de «utilidad», de gravedad, su forma de equivalencia representativa. Ahora tiene preferencia el otro estadio del valor, el de la relatividad total, la conmutación general, la combinación y la simulación; simulación en el sentido de que todos los signos se intercambian de ahora en adelante entre ellos sin intercambiarse contra lo real (y lo relevante no es que se intercambian entre ellos, sino que solo lo hacen a condición de no intercambiarse más con lo real). La emancipación del signo: el signo elimina esta obligación «arcaica» de designar algo y finalmente se libera, se hace indiferente y totalmente indeterminado, en el juego estructural o combinatorio que sucede a la norma previa para determinar la equivalencia. la misma operación tiene lugar a un nivel del poder del trabajo y del proceso de producción: la aniquilación de todo fin relativo a los contenidos de la producción permite que el proceso de producción funcione como un código y que el signo monetario, por ejemplo, se escape en una especulación infinita, más allá de toda referencia a cualquier realidad de la producción, o incluso a un patrón oro. La flotación del dinero y signos, la flotación de las «necesidades» y los fines de la producción, la flotación del mismo trabajo, la conmutabilidad de cada término, viene acompañada por una especulación y una inflación ilimitadas.
Y, por último, fijaros en lo que dice el Reverendo Clarton Warren en uno de sus escritos:
Nadie lo sabe, salvo D-ós y el creyente mismo.
De los dos artículos primeros se desprende el triunfo de lo relativo sobre lo real y tangible. No puede ser de otra manera si tenemos en cuenta la ideología dominante de nuestra civilización cercana. Nada es transcendente e inamovible por su propio valor, sino que muy al contrario todo es revisable en función del interés del grupo que lo analice. la religión es un concepto más, no distinto de otros, y no podía qudarse al margen de la moda.
ResponderEliminarEn mi faceta de contable, tengo ocasión de comprobar a diario que, lo importante, no es que un balance refleje la imagen fiel de la unidad económica analizada, sino la apariencia de dicha unidad económica para su valoración en un mercado, que une trozos de esa unidad a otros trozos de otras unidades, creando, a su vez, una unidad nueva, con apariencia de valor para venderla en muchos trocitos pequeños,que naturalmente se incorporan a otras unidades, y así varias veces más, hasta que nadie sabe que es lo que adquiere, y por supuesto que valor real tiene. Únicamente se conoce el valor que se por ello se paga, y además no se suele tener más participación en la fijación del precio, que el de pagar el fijado por otros.
Lo superfluo está ganando las batallas, aunque yo creo que perderá la guerra, por el momento.
El tercer comentario, sobre la fe, no lo logro relacionar con los anteriores (sin duda me falta visión), y estoy de acuerdo con lo que expone al cien por cien.
AZOR
Desaparece todo signo objetivo de la fe; en otras palabras: del mismo modo que el valor referencial se convierte en un juego estructural de valor, la fe se desprende de su referente objetivo y pasa a ser un libre juego de creencias, iglesias, sectas, etc. Todos dicen tener fe, pero en realidad nadie sabe quien tiene esa fe. No hay posibilidad de manifestarla, de medirla, ya que siempre cabe la sospecha de poder mentir, de estar engañado, de falsearla. La fe, entonces, pasa a ser un juego de simulacros también intercambiables en el mercado espiritual.
ResponderEliminarEn un mundo donde ya nadie tiene el monopolio religioso,. aquella iglesia Católica incontestablemente verdadera y universal, con sus contenidos sacramentales objetivos y bien visibles, su misa con la sangre de Cristo real en la comunión, la confesión previa obligatoria que perdonaba los pecados con cuatro avemarías y dos padrenuestros; el bautismo que borraba el pecado original echando agua a la cabeza, las bulas o peregrinaciones que borran faltas, etc; pues con la revolución protestante eso desaparece para dar lugar a múltiples interpretaciones y deslizamientos de tipo subjetivo.
El pan y el vino son símbolos que representan la sangre y el cuerpo de Cristo, no son la Sangre de Cristo real y objetiva allí en el pan y el vino y que pasa al cuerpo del creyente como tales. Desaparece la confesión auricular con su penitencia contable. El bautismo no borra pecado alguno ya que es un signo externo de testimonio de la fe; las bulas y los méritos desaparecen para interiorizarse la salvación el la conciencia individual que en realidad nadie puede conocer como dato objetivo.
El Reverendo lo explica muy bien. La fe es “el acabose”, pero todo queda “en casa”, en la casa de la conciencia privada.