05 marzo, 2011

EL DEVENIR DE LOS PAÍSES ÁRABES

Las revueltas de los países árabes nos resultan sorprendentes. Desde aquí, desde Occidente, los problemas del pueblo árabe que sufre opresión, se reducen más bien a los sufridos palestinos o a los invadidos iraquíes. Tanto unos como otros nos ayudan a seguir viendo la cara fea de nuestro denostado “imperialismo” sediento de petróleo, nuestra hipocresía occidental y doble moral, o del “criminal” estado de Israel. Los demás, el resto de millones de pueblos árabes distribuidos por tantos otros países, parecían hasta ahora una masa más bien anónima, callada, resignada, o si era movilizada; lo era en función del fundamentalismo islámico y sus histerias antioccidentales, o para expresar sus iras contra la raíz de sus insoportables humillaciones: Israel y el sionismo. Hablábamos más bien poco sobre cómo se perpetraban las violaciones de los derechos humanos en Túnez, en Libia, en Egipto, en Argelia o Marruecos. No hablemos ya de ese estado policiaco llamado Siria, donde las torturas y asesinatos de disidentes políticos u oposición siguen estando a la orden del día. Y si miramos hacia el sur desde el Creciente Fértil allá en Arabia Saudí y los ricos emiratos que salpican la costa del Golfo Pérsico, todo parecía y parece sostenerse en un maravilloso equilibrio de monarquías absolutistas y sus súbditos viviendo en la opulencia. Poco se quiere saber sobre cómo viven los inmigrantes en estas satrapías, pero Amnistía Internacional nos lo suele recordar de vez en cuando, aunque sin apenas eco en las conciencias bienpensantes europeas. Más al sur está Yemen, la nación más pobre del mundo árabe con un presidente que rige el país desde 1990 y donde un tercio de la población sufre hambre crónica. Si a todo esto añadimos el problema de la intensa discriminación de la mujer en todos estos países con puntuales excepciones, llegamos a la conclusión de que en el mundo árabe había y hay mucha tela que cortar en cuanto a derechos humanos, injusticias, atropellos, torturas, asesinatos, etc., etc. Pero lo más sorprendente es que hasta hace poco no era políticamente correcto, en ciertos ámbitos progresistas, criticar al carnicero de Gadafi o al intocable presidente Bashar al-Assad de Siria, ya que de alguna manera representaban cierto socialismo árabe y una obstinada resistencia a Israel. Menos correcto era hablar de la propia opresión que ejercen sobre su propio pueblo organizaciones como Hamás en la franja de Gaza o las diferentes ramas de la OLP. Todo ello quedaba más o menos justificado por su “desesperada” condición de víctimas del estado judío.

Las masas árabes parecen despertar de un modo tan inesperado como increíble. Por un lado la visión que muchos sosteníamos del pueblo árabe era simplemente prejuiciosa: un pueblo fatalista, resignado a sus dictadores, sátrapas o ulemas; un pueblo atrapado en un círculo vicioso de atraso, corrupción y fanatismo. Por otro lado se hacía y se hace también una interesada abstracción reduciendo estos pueblos a meras víctimas del capitalismo occidental y su ansia depredadora; pasando por alto aquellos problemas en gran parte atribuibles a su propia historia e idiosincrasia social. Las últimas revueltas de los pueblos árabes nos vienen a demostrar una vez más que la historia suele devenir de una forma más bien inesperada, todo lo contrario de una evolución teóricamente predecible. No solo la influencia de las nuevas tecnologías y su capacidad de comunicación, son factores a tener en cuenta; pero también el reflejo de quienes se miran a los países occidentales y ven aquello que desearían también para sí. Y como destaca Bernard Lewis, conocido experto del mundo árabe en una reciente entrevista; hemos de considerar en estos países las masas de juventud en paro incapaces de satisfacer sus deseos sexuales al margen del matrimonio, con su dote obligatoria; o la prostitución, cosas que no se pueden costear. Es importante también añadir la mayor concienciación de las mujeres árabes que buscan su sitio en la sociedad en condiciones de igualdad. No en vano fue Túnez el país donde comenzó la rebelión, país donde la mujer ocupa puestos de relevancia en la sociedad y donde la educación es obligatoria para ambos sexos. ¿Quiere esto decir que los países árabes han de evolucionar a una democracia occidental con sus partidos y elecciones?

Extrapolar la realidad occidental a los países árabes es un error. Los conceptos de libertad y democracia no son inteligibles de la misma manera que los entendemos nosotros. Los resultados de las elecciones presidenciales suelen todas acabar en un presidencialismo absoluto debido a la configuración y distribución del poder en las sociedades musulmanas. Se parte ya desde el principio y en la propia familia de un alto grado de educación autoritaria y autocrática. Luego están las lealtades a las familias, los clanes, gremios profesionales, etc. que condicionan la vida y futuro de las personas de una forma muy diferente al individuo-ciudadano de una democracia occidental. Unas elecciones generales al estilo occidental podrían, paradójicamente, abrir la vía al poder a los partidos más organizados y con redes sociales fuertemente implantados en barrios, mezquitas, universidades; es decir, los partidos y organizaciones integristas. Con ello toda esperanza de cambio y adaptación progresiva a una democracia adaptada a sus necesidades y partiendo de sus propias instituciones, quedaría ahogada en una nueva edad media de atraso y absolutismo teocrático. ¿Cuál ha de ser el devenir de los países árabes teniendo en cuenta su diversidad y complejidad? La interrogante es tan abierta como intrigante. Seremos testigos de algo nuevo e imprevisible. Por el momento sentimos una gran admiración por este ejemplo de valor y lucha de los pueblos árabes en nombre de la justicia y la dignidad.


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