Una de las cosas que más me rebotaba de la enseñanza era la petulancia, la retórica huera y vacía de la pedagogía interesada y politizada en que te quería meter el partido en el poder y sus secuaces y colaboradores. Cuando trataba de relacionar aquella absurda e irracional retórica con la realidad del aula y de la vida, sentía que me forzaban a mentir, a negar la realidad; a sentirme culpable por no ser lo suficiente guay, lo suficiente solidario, lo suficiente dialogante, lo suficiente democrático; lo suficiente imbécil y papanatas por no haber sido ser capaz en aquel momento de llamarles una reafila de nombres indignos a tales impresentables sectarios. El daño que hicieron a la enseñanza esta gente es incalculable; y, si algo se hizo bien en estos años de LOGSE y demás chorradas, fue a pesar de ellos y contra ellos.
Era fácil desmontar sus argumentos porque eran argumentos pervertidos de ideología política; de utopía, de tonterías teoricas sobre el ser humano; de caprichos subjetivistas elevados al rango de obligaciones pedagógicas. Todo ello buscaba un firme propósito político: hacer una puñetera guardería social donde los niños y niñas, jóvenes y jóvenas, pretendidamente y supuestamente se lo pasaran bien en un ambiente distendido, agradable, divertido, democrático, comprensivo, dialogante, negociador de contenidos, de atención a la diversidad; de convivencia simpática, de amor a la vida, de solidaridad sin fin, etc.. Lo indigno de estas cosas es que se presentan con este barniz dulzarrón, falso, hipocritón, de bondad infinita; de redención universal, de gnosticismo sin trabas. Pero parapetados con estas políticas pedagógicas muchos trepas profesionales, muchos pícaros desvergonzados; muchos maniobreros siniestros y malas personas hicieron su agosto en CEP’s, en los equipos directivos, en departamentos, en aulas, etc. Lo que unía a muchos de ellos era su cinismo y su falta de escrúpulos; todo ello llevado a cabo con guantes de seda progres y puños de hierro fascistoides a la hora de meterte su retórica por la fuerza y con sutiles amenazas solidarias. Si te oponías a ellos podías ser gratuitamente tildado de fascista, de autoritario, de violento. Profes y directivos superprogres, hasta incluso ponían a los alumnos contra profesores, o eran increíblemente receptivos a las quejas de alumnos descontentos con su profe. Todo ello envenenaba la convivencia en las aulas de forma radical. Para evitar problemas los profesores optaban por rebajar el nivel de disciplina a los mínimos, los contenidos de las asignaturas cada vez se hacían más fáciles para que todo el mundo aprobara y no HUBIERE NINGUNA RECLAMACIÓN que hiciera al profesor trabajar como un payaso para demostrar cualquier suspenso.
Existen tantas teorías pedagógicas como escuelas de psicología. No hay una ciencia que sirva de referente a tanta insensatez, pero durante años se presentó esta ideología educativa como la panacea de lo que ha de ser la enseñanza. La guardería universal no podía ser posible sin ella. La rentabilidad política lo exigía también. Se subvencionaron ríos de investigación y de metodologías para llevarlo a cabo. En la práctica hasta los mismos bachilleratos se convirtieron en extensión de la guardería y la devaluación de los contenidos siguió haciendo mella. Los inspectores presionaban para que se aprobara más y se culpabilizara a esos profes exigentes que en realidad no sabían enseñar. Las consecuencias de estas políticas fue crear una insostenible inseguridad en muchos profesionales que se vieron sin apoyo alguno, viendo cómo los oportunistas de turno vivían sin problema alguno dando aprobados sin cuartel. Las consecuencias también fueron la creación de una conciencia ciudadana joven que se crió con la idea de que con el mínimo esfuerzo y con ayuda del Estado todo puede ir bien.
Esta realidad educativa es siempre posible cuando se tira por la borda el sentido común y la sabiduría de siglos, para sustentar políticas interesadas con ayuda de artificios ideológicos que pretenden pasar por ciencia y razón universal. La razón universal exige disciplina, exige trabajo, exige fortaleza de carácter, exige de la noble competitividad generadora de ambiciones y potenciales individuales. Exige también decir la verdad a quienes esperan que se les diga lo que quieren oír, aunque ello nos cueste el voto. Todo ello se puede aplicar en nuestro sistema educativo ya. Es cuestión de tomar postura, de derrotar dialécticamente a los ideólogos más militantes del buenismo, haciéndoles ver lo ridículas e irracionales que son sus presupuestos teóricos.
No te olvides, querido Nesalem; que esta caterva de merluzos seudo-pedagógicos, además de ser unos ignorantes ,son unos hìpócritas ya que, al menos en el lugar donde vivo, llevan a sus hijos a la enseñanza concertada o privada, cuya única ventaja es que no es acosada, manipulada y vigilada en la misma medida que la´pública.
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