01 abril, 2010

EXTRAÑO MITO CRISTIANO

Todo lo dicho hasta ahora ha de suscitar preguntas sin fin. Si todo el mundo encarna al Dios-hombre, ¿qué hacemos con la moral? ¿Y el libre albedrío? ¿Desaparece la división Creador-Criatura y pasamos a una especie de panteísmo donde todo es Dios? ¿La responsabilidad moral desaparece?

Cuando muchos cristianos relegan la cruz un hecho histórico situado allá en la época romana que hemos de asumir en el presente, lo que está ocurriendo es que hemos de intelectualizar o representar un hecho a distancia temporal y espacial en la conciencia actual. Por un lado estoy “yo” y por otro el acontecimiento histórico de la cruz que he de asimilar y hacer mío en todo instante. Pero eso es muy problemático: hay un dualismo siempre en fricción. Estamos salvos pero seguimos siendo pecadores imperfectos siempre en lucha con nosotros mismos para retener esa imagen de la cruz que proviene de unos textos escritos y que tengo que esforzarme con ayuda del Espíritu Santo, los cultos en las iglesias, etcétera; pero esforzarme para retener esa visión, esa experiencia que siempre se me escapa por que una cosa soy “yo” y otra sigue siendo aquello: el texto, la cruz en tiempo histórico y espacio palestino. Siempre en fricción y esa fricción genera resentimiento, mala conciencia, hipocresía religiosa, etc..

Cuando el mito se nos revela por obra y gracia divina entonces tratamos de hacer que Cristo sea una realidad plena en nuestra vida diaria porque ya no podemos desligar en el espacio y el tiempo la redención de Cristo en la cruz. Ese sacrificio de la cruz y posterior resurrección una vez hecho mito eterno e infinito pasa a ser “nosotros”, pasa a ser “yo mismo” y entonces esa dualidad del “yo” y el acontecimiento histórico-temporal de la cruz desaparece. El mito se encarna en nosotros por medio de la revelación, del don de la fe; y entonces toda nuestra experiencia queda inmersa en el inevitable conflicto moral de la materia y el espíritu en todo instante, en todo momento somos Jesús y Cristo viviendo lo inevitable de la carne, del transcurrir del tiempo y el espacio, de los cambios; del sufrimiento pero al mismo tiempo sabiendo que ya estamos en un estado de gracia, que ya estamos redimidos y salvos y que el poder de la carne ya está vencido de antemano. Ese mito es ya infinito y eterno y la muerte física disuelve nuestra dimensión material, la carne, para pasar a vivir plenamente en el espíritu.

En la vida diaria uno es ese conflicto inevitable del que no podemos ya desligarnos, pero la revelación de lo que hemos pasado a ser por medio de la fe, nos hace tener la confianza absoluta de que estamos en el Señor pase lo que pase; de que Él nos sustenta, de que ya estamos crucificados y resucitados en Cristo al mismo tiempo. Seguimos teniendo defectos, seguimos cometiendo errores; seguimos sufriendo, pero al mismo tiempo estamos creciendo hacia niveles de madurez espiritual mayores, vamos sintiéndonos más seguros con nosotros mismos ante los envites de la vida. El Calvario en nuestras vidas implica hacer elecciones morales, implica responsabilizarnos de nuestros actos, implica entendernos como criaturas de Dios; pero al mismo tiempo ya todo está englobado en Dios, ya nada se escapa a Dios. Ya nada queda fuera de Dios porque Dios todo lo contiene y no existe posibilidad alguna que algo quede fuera de Él. Esto acaba con toda mala fe, con todo dualismo que produce hipocresía o resentimiento, fruto de una fricción pretendidamente superable; pero que siempre se nos escapa y por lo tanto estamos siempre alejados de algún modo de Dios y entonces la mala conciencia religiosa que es la peor y más siniestra de todas.

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