15 abril, 2010

Burket Milkop

Burket Milkop sólo aspiraba a llegar a la cama para soñar. Vivía para poder soñar por la noche y en sus sueños trasladarse a los mundos del sistema planetario que gira alrededor de la estrella Pfimotk. Allí le esperaban los habitantes de Bnoprd, pequeño planeta habitado por gentes inocentes y cándidas que jamás caerían en la intratabilidad y mezquindad de los humanos de la Tierra. Burket se había hecho amigo de muchos de ellos y les contaba historias del planeta Tierra que les aterrorizaba. ¿Cómo podían los humanos ser tan inteligentemente crueles? ¿Cómo era posible que ya desde jovenzuelos estos cachorros humanos crecieran tan perdidos, tan descontrolados; tan inseguros como agresivos? ¿Qué había pasado en la evolución humana que tan solo podían vivir en el desasosiego y el engaño permanente? Los bnoprdianos no podían comprender tanta maldad disfrazada de bondad y viceversa. Sí podían concebir la maldad porque habían sido enseñados en las posibilidades de evolución maligna que potencialmente existía en el universo, pero jamás lo habían experimentado tal como les contaba Burket; o sea, el alma de Burket, ya que no podía aparecer más que como silueta gaseosa.

Cuando despertaba sabía que tenía que trabajar y trabajar y luego deambular por la Gran Ciudad entre gente aburrida que pretendía que todo podía ser de otra manera, pero que siempre era lo mismo bajo otras modalidades cada vez más perniciosas. Había decidido rebelarse contra su condición humana y se negó a ser tan cicatero como cruelmente mezquino: así que vivía sólo y solo para poder soñar por la noche y así escapar de tan infame mundo. El tiempo libre lo dedicaba a leer extrañas e insólitas teologías de religiones ya difuntas; filosofías de tristes filósofos reventados por la vida y sus insidiosos engaños o también podía leer los delirios de profetas trastornados por sus atormentadas visiones. Burket sabía que algo estaba ocurriendo en el planeta.

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