02 abril, 2010

EL LIBRO DE CALIFICACIONES

Llegué al instituto después de una baja por enfermedad. Llegaba un tanto aprehensivo pues no tenía mis clases preparadas, pero confiaba en cierta manera en mi habilidad para la improvisación. Cuando llegué a mi clase de alumnos repetidores de bachillerato me encuentro de repente con un aula llena y hasta alumnos sentados en el suelo por no disponer de pupitre. “¿Qué ha pasado aquí?” pensé yo casi al borde del pánico, “En esta clase solo había cuatro alumnos repetidores,¿qué pasó?” Como no tenía nada preparado para esa clase, ya que en condiciones normales podía disponer de una copia apropiada en el departamento y así justificar la hora sin mayor problema, pues ante tal multitud y caos imprevisto e irracional no sabía qué iba a hacer. Me sentí abrumado, completamente aplastado por una sensación de impotencia ante una ola arrolladora que me amenazaba comer. De dónde habían salido tantos alumnos de repente y con los que no había contado durante todo el curso porque los repetidores eran pocos, tan pocos que no llegaban a diez; pero que antes de mi baja por enfermedad, por motivos de dejadez y abandono, habían quedado en cuatro; eso era un peligroso misterio. Pregunté entonces a los alumnos: ¿Qué hacéis aquí todos vosotros? ¿No estaréis en la clase equivocada?” Dos o tres respondieron al mismo tiempo con cierta guasa rayana en el cachondeo: “¡¡Somos repetidores!!” “Pero ¿cómo podéis ser repetidores sino figuráis en ninguna lista como tales ni habéis venido nunca a clase?” dije yo asombrado. Oigo entonces varias voces que dicen algo así como: se habrán equivocado, o qué más da, o lo mismo da, o usted a lo suyo, o todo a la vez sin lograr entender nada. Entonces pensé, esta papeleta va a ser difícil. “Esperad un poco”, les dije “voy a Jefatura a solucionar este problema, ha tenido que haber un error. No deis guerra”. Los chavales entonces se pusieron a reír o a incrementar el cachondeo en un crescendo intolerable.

Fui a Jefatura cabreado llevando mi cartera cargada de millones de cosas y tan pesada como un buque. ¿Cómo pudo haber sucedido esto? No puede ser y no tengo nada disponible para esta marabunta fuera de lugar. Llegué a Jefatura y todo era un desconcierto. Jefatura se me aparecía como una inmensa oficina llena de empleados cada uno con su despacho y había muchos despachos; tantos como nunca me había imaginado. Pregunté por el Jefe o cualquier auxiliar de Jefe de estudios, pero la empleada con quien hablaba no podía escucharme en ese momento porque estaba atendiendo a un teléfono. Quise ir a otros, pero esos otros estaban hablando unos con otros sobre cosas que no lograba captar y no me podían atender. Yo me ponía cada vez más nervioso porque tenía una clase de 30 alumnos o más sin cuidar y eso siempre era un riesgo. Entonces la empleada dejó el teléfono y yo le pregunté por un Jefe de Estudios pues necesitaba solucionar un problema rápido. La empleada se quedó mirando hacia varios sitios a la vez girando la cabeza y al mismo instante alguien se puso a hablar con ella preguntando algo que logró captar la atención de la misma y se empezaba a olvidar de mí y yo agobiado y tenso y por fin la empleada se dirige a mí y me dice que no ve a ningún Jefe de Estudios pero que qué es lo que quiero. Yo entonces le explico el caso, pero hay voces y murmullos que impiden la explicación razonable, pero que la final queda en una pregunta: “¿Me enseña su horario y la clave de curso?” “Sí, claro” respondí yo al mismo tiempo que abría mi cartera y hurgaba entre libros, libretas, papeles, bolígrafos; pues tenía decenas de bolígrafos acumulados y también tizas. ¿Cómo era posible que tuviera tantas tizas acumuladas que me impedían buscar mi libro de calificaciones donde tenía tal información del curso y horario? No podía perder tiempo ahora limpiando mi cartera de tantas tizas y bolígrafos.

Tenía que encontrar mi libro de calificaciones pues la empleada ya se estaba enrollando con otra cosa y su interés por mí iba desapareciendo a tal grado como si no existiera. ¡No encontraba el libro de calificaciones! ¡Maldita sea! ¡Dónde estaba mi libro de calificaciones, qué habría hecho con él! Sin libro de calificaciones no era nada pues era todo mi poder, mi referencia, mi seña de identidad en esta profesión y yo ahora sin él pensaba yo arrollado por la angustia y la desesperación. “¿El horario y el código de curso, por favor?” me volvió a repetir la empleada con cierto enfado. “Mire, no encuentro mi cuaderno de calificaciones y no me acuerdo el código de curso, sé que son de bachillerato y … tuvo que haber un problema....” , pero la empleada ya no me oía y se limitó a cerrar nuestro diálogo con un “sin horario de curso ni código de referencia no puedo hacer nada” y, en ese momento se fue a hacer otras cosas lejos de su despacho y yo me sentía desconcertado, los alumnos podrían estar rompiendo las mesas, peleándose, o escapar del instituto a la calle y menuda responsabilidad la mía. Seguí buscando por aquella inmensa oficina y vi a una auxiliar de Jefatura que andaba por allí charlando con unos y otros y entonces creí tener mi tabla de salvación y le pregunté casi fuera de mí y de forma obsesionada lo mismo que a la empleada y entonces ella me dijo. “Me das tu horario y código de curso?”, y yo ahora temblaba de rabia y volví a mirar en mi cartera y ahora todo eran tizas, miles de tizas acumuladas en aquella cartera y más bolígrafos, cientos de bolígrafos mezclados con libros y con libretas y CD's y mi libro de calificaciones no aparecía por ningún sitio y entonces ya congestionado por la rabia, la impotencia y los nervios le dije que no podía encontrar mi libro de calificaciones y por lo tanto no podía decirle mi código de curso ni mi horario. Ella entonces creía recordar que yo efectivamente daba cursos a repetidores de bachillerato y, rascándose la cabeza dijo: “Déjame preguntar a Pelardewtop que creo que sí sabe algo sobre este tema. Yo me quedé sólo allí sudando y mirando a la oficina y no me explicaba cómo esa oficina podía ser tan grande.

Volvió la auxiliar de Jefe de Estudios y me dijo que sí que aquellos alumnos eran míos pero que seguro que se habían escaqueado de clase todo el año pues ya sabíamos cómo eran los chavales y por algún error no habrían figurado en lista pero que era muy raro que así fuera y si yo no tenía el código o el libro de calificaciones para mirar los detalles, pues nada se podía solucionar. “¿Pero y ahora qué hago? ¿Los tengo que suspender a todos menos a cuatro?” “No, no”, dijo ella, “tú no estás muy seguro, así que hazles una adaptación extraordinaria para ellos o hazles un examen final que valga como justificación. Podrían haber pirado, pero como no sabemos.... perdona tengo un asunto urgente”, y se fue. En ese momento solo recuerdo que me perdí en una nube de confusión y logré salir del instituto en dirección a cualquier parte.

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