Hoy me levanto sin recordar ningún sueño. Hacia las 4 de la mañana me puse a seguir leyendo la novela “We need to talk about Kevin” de la autora americana Lionel Shriver. Se trata de un chiquillo que desde que nace muestra una conducta maligna y destructiva que acaba en una matanza en el instituto. Es una novela dura que muestra hasta que punto la maldad de un menor puede llegar a ser tan innoble y perversa. Es, también, una crítica a la psicología y a los psicólogos de la educación “tolerante”, de la culpabilización de los padres cuando es toda la sociedad la que va por un camino de paranoia súper protectora del menor, a padres “comprensivos” que no quieren ver la realidad de muchos casos; etcétera. La traducción al español es buena. He aquí un párrafo sacado de la p. 311 de la edición española (Anagrama 2007). La reflexión de la madre (Eva) sucede después de neutralizar la agresión de su hijo de 6 años con un empujón que le produce la involuntaria rotura de brazo. De repente el chiquillo cambia ciertas actitudes. Eva reflexiona: “Llegados a este punto, no estará de más que hablemos de un poco del poder. Por lo que respecta a la política doméstica, hay un mito que asegura que los padres tienen un poder desproporcionado. No estoy seguro de que eso sea cierto. ¿Qué pueden hacernos nuestros hijos? Para empezar, partirnos el corazón. También avergonzarnos y llevarnos a la ruina. Y, por mi experiencia personal, puedo dar fe de que son capaces de hacernos desear no haber nacido. ¿Y qué podemos hacerles nosotros? Prohibirles que vayan al cine, por ejemplo. Pero ¿cómo? ¿Con qué respaldamos nuestras prohibiciones, si el niño se encamina a la puerta beligerante? La cruda realidad es que los padres somos como los gobiernos: mantenemos nuestra autoridad mediante la amenaza, abierta o implícita, de recurrir a la fuerza física. Un niño hace lo que le decimos ― no nos engañemos ― porque podemos partirle un brazo”.
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