Job es un
hombre justo. Cumple con la ley. Dios corrobora que Job es un siervo justo.
Dios está satisfecho con él. Se cumple así el pacto Creador/criatura: Dios da
una ley que regula las relaciones de su pueblo con él. Ante una falta o pecado
o posibilidad de transgresión existen modos de retribución, de compensación, de
expiación. Este mecanismo de retribución/compensación funciona en la relación
Job/Dios. Job cumple con la ley y Dios responde haciéndole progresar y
protegiéndole. Este es el modelo que Jehová mismo instauró como justo, como
justicia. Si este modelo falla o una de las partes no cumple, entonces el
contrato/pacto/modelo no solo entra en crisis, sino que la parte incumplidora
ha de dar explicaciones además de ser penalizado. Esto es Justicia. Lo más
normal es que el hombre al ser defectuoso y proclive a la desobediencia falle,
de Dios nadie espera que falle. Hasta parece un sacrilegio pensar tan solo en
ello.
No obstante,
y a pesar de que Dios sabe que Job es justo, pues hace una pregunta a su hijo
Satán respecto al husita. Satán tiene la función de acusador o fiscal o
provocador dentro de la corte celestial de Jehová. Ante tal pregunta por parte
de Jehová Dios, él sugiere lo que un fiscal acusador ha de sugerir para aclarar
la situación: someterlo a choques de prueba. ¿Por qué pregunta Jehová sobre Job
precisamente a Satán sabiendo Dios que Job es un hombre justo? Si Dios sabe que
es justo no hay necesidad de prueba alguna. Pero si hay duda la pregunta es
pertinente. Y entonces la pregunta al abrir la duda, hace necesaria la prueba.
Y para ello está Satán. Nadie mejor que Satán para proponer y despejar las
dudas que pueda tener Jehová Dios. Pero si Dios no puede dudar de nada porque
todo lo sabe de antemano, ¿a qué diablos viene la pregunta y qué sentido tiene
el despliegue de ese horrible sufrimiento para con Job? ¿Hay duda? ¿Cómo es
posible? ¿Hay ganas de manifestar crueldad y poder para demostrar algo que ha
de quedar claro? Como no tenemos respuesta a tales preguntas seguimos la trama.
Ante el
primer envite de pruebas Job se refuerza en su fidelidad de modo indubitable.
Si Dios me lo dio Dios me lo quitó. Por alguna razón que desconozco lo habrá
hecho Dios, piensa Job. El concepto de justicia sigue en pie. En la segunda
prueba mucho más cruel, dolorosa e indigna, entran más personajes en escena: su
mujer y los tres amigos Elifaz, Bildad y Sofar. Su mujer lo incita a maldecir a
Dios. Indirectamente ella se hace cómplice del acusador, colabora en la prueba
de un modo más duro y punzante, ya que es su mujer. Pero él no maldecirá a
Dios. Ni tampoco se resignará a sufrir en silencio sin pedir explicación alguna
del porqué de tan abrumador y humillante castigo. Los amigos van a adoptar un
papel muy familiar para nosotros los lectores de hoy y los de aquel ayer.
Fijémonos de
nuevo cuál es el dilema de Job. El husita había sido justo con Jehová. Había
cumplido su ley. Y Jehová había mostrado la reciprocidad que se espera de un
Dios justo y bueno. La relación Creador-y criatura se había mantenido dentro
del manual, dentro de la justa reciprocidad de la ley y la justicia. Se atenía
al pacto que Dios mismo había establecido. Pudiera ser que quizás él, Job,
hubiese obviado o disimulado algo con engaño o por olvido en su cumplimiento de
la ley. Pero Job no acierta a descubrir ese fallo. Si ha fallado o pecado Jehová
se lo tendría que decir. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Él no maldeciría a Dios bajo
ninguna circunstancia, pero Jehová Dios le debería dar una explicación, una
razón. No puede ser que Dios actúe por capricho, sin norma o razón alguna para
con sus criaturas. Y esto sí que es sería abrumadoramente y angustiosamente
importante.
Porque
entonces ¿quién soy yo para pedir justicia a este Dios tan arbitrario? Si
siendo inocente me trata así, y si además no puedo pedirle explicaciones porque
al lado de él soy un gusano, una nada insignificante, pues entonces mejor que
me lleve a la tumba cuanto antes. Pero ahora el sufrimiento es casi absoluto.
Mi vida es una completa desolación. Sin esperanza alguna más que el Sheol. Mejor
no haber nacido, o si nacido mejor morir cuanto antes.
¿Qué
responden los amigos? Pues que ningún hombre está libre pecado y que nadie es
justo ante Dios. Te confiabas demasiado, Job, en tu rectitud y bondad, pero
quizás te estabas engañando y no eras tal cosa. En una palabra: Dios no puede
fallar y la ética que Dios encarna en su perfección, es razón y proporción que
castiga al malo y premia al bueno. Eres tú, Job, quien ha fallado, quizás no te
has examinado lo suficiente, pues Dios no puede fallar. La creación sigue su
orden y Dios sigue siendo justo. Lo cual indica que Job ha quedado solo. Los
horrores que el husita tiene que vivir le fuerzan a abrir preguntas
desesperadas, interrogantes a gritos que han de ser planteadas. El mundo se le
ha descoyuntado. Su razón de ser y existir se ha desmoronado. Ya no solo es un
horror de sufrimiento físico, sino también de grave sufrimiento moral y
existencial. Es posible que ya todo esté perdido y la muerte es lo que le
espera, pero de ser así todo quedaría sin explicación y moriría en una agonía
de intensa amargura sintiéndose víctima de una culpa que no se le ha explicado,
que le resulta absurdamente arbitraria por parte del Dios en que siempre había
confiado.
Es por ello
que dentro del más intenso sufrimiento (y recordemos que no hay un más allá
reparador en este escenario) exige un juicio donde se demuestre su culpabilidad
con mediadores o testigos y con un redentor que abogue por él. Quiere que la
justicia se restablezca. Quiere la verdad. Pero desde ese infierno personal de
Job el mundo también se comienza a ver como una descarnada obra de crueldad e
injusticia, el derecho está subvertido: los malos viven bien y disfrutan, los
buenos mueren en la desgracia e injusticia y sin compensación posible. Llueve
de igual manera sobre buenos y malos. Job está viendo la realidad sin
disimulos, sin tapujos. Sus amigos siguen argumentando como si nada hubiese
pasado, como si todo siguiera igual bajo los mismos cánones de siempre: Dios es
razón moral, Dios es omnipotente y sabe quién es el malo y quien es el bueno.
Su ley es perfecta y juzga siempre de acuerdo a ella: premia al bueno y castiga
al malo.
Y aquí está
el meollo del libro de Job.
Porque Job quizás
también creía como ellos. Pero ahora, desde el horror y la desesperación, el
universo como obra de Dios deja ver su crudeza, su desolación, su caos moral. Se
da cuenta que Dios en su arbitrariedad puede hacer lo que quiera con el hombre
y que sin un pacto de ley que se cumpla y proteja a la criatura, el hombre está
ahora desnudo ante la mismísima Voluntad libre y absoluta de Dios. Y entonces
Job acusa a sus amigos de hipócritas, de encubridores, de comparsas de un Dios
tirano que ya no responde a ninguna razón, a ninguna ley, a ningún pacto. Es
una omnipotencia titánicamente arbitraria.
¿Cómo acaba
este drama?
Dios se ve interpelado seriamente, e interviene reafirmando su fuerza creadora en base a su libre Voluntad. Hace ver a Job lo grandiosos que es su poder y lo insignificante que es el ser
humano. Pero hay cosas que no se aclaran. Job nunca deja de creer en esa
omnipotencia de Dios. Quizás su postura fuese en principio como la de sus
amigos: una confianza plena en el formulismo religioso, pero Dios lo declara justo, no hipócrita. Por otra parte la respuesta de Dios parece
indirecta y redundante. No hay una respuesta clara
a las demandas de Job, ni una explicación del porqué de las pruebas y la humillación que se le infringen. ¿Tiene razón Job o no tiene razón en su demanda
desesperada de aclaración y de juicio a Dios para pedir explicaciones? Pero hay algo muy importante que es quizás la clave de la narrativa: la valoración de Dios del husita queda mostrada en su reconocimiento de Job. En la validez de sus gritos de protesta y de sus exigencias y la condena a los amigos de este. Quizás esto se aclare poniendo la respuesta hipotética
en Dios mismo: “Has comprendido solo parte de lo que soy y lo has interpretado,
dentro de tú angustia y sufrimiento, como un abuso injustificado de poder por mi
parte, pero no has comprendido lo que la fe en ese Dios omnipotente y
absolutamente libre significa. Tu confianza en mí no tiene nada que temer, pues
mi voluntad está por encima de toda creación, de toda razón, de toda ley, de
toda necesidad, de todo pecado. Existo porque sí y soy lo que soy. Ese es tu
Dios. Tus amigos, sin embargo, se conforman con el dios de conveniencia de la
religión, se justifican con razones y argumentos desde la tranquilidad de la conciencia
y su posición social. El mundo para ellos está ordenado de acuerdo a los
cánones inalterables de la Razón y la Necesidad que abarcan tanto al cosmos como
a Dios, y de los cuales ellos se hacen intérpretes autorizados. Por ello estoy
indignado con ellos."
"Amigo Job, has pasado la prueba, te devuelvo lo que te
pertenece y te haré todavía más dichoso de lo que fuiste. Hágase mi sola
voluntad.”