En los años que lleva uno de vida se da cuenta de que no existe el diálogo entre personas salvo muy raras excepciones. Si llamamos diálogo al intercambio de ideas y opiniones con el fin de llegar a un acuerdo común, eso es precisamente una excepción en la vida normal. Una herramienta importante en el diálogo es saber escuchar, comprender lo que dice la otra persona y luego compararlo o contrastarlo con lo que piensa uno sobre la misma cosa. Al final puede llegarse a una puesta en común de ideas. Puede ser que ambos descubran lo mucho que comparten, o; por lo contrario lo muy diferentes que son a la hora de abordar los mismos problemas. Tanto de una forma como de otra, el diálogo supone enriquecimiento por ambas partes y aprendizaje de la experiencia del otro.
Pero normalmente no es eso lo que ocurre, por lo menos en España y en los ámbitos en que uno se mueve. Cuando se habla de política, de ideas, o de lenguas de España; por lo general ya partimos de ideas fijas y preconcebidas que ni maría santísima puede poner en cuestionamiento. Tal atrevimiento puede acabar en un rifi rafe de cabreo asegurado o malestar y malhumor por ambos lados, pero nunca de diálogo sosegado y equilibrado en busca de la verdad objetiva del tema que pueda ser aceptada por ambos contendientes. Es como una batalla a muerte en la que nos va el honor y la misma identidad como persona. El lema numantino en cualquier discusión (que no diálogo) de este tipo es: ¡no pasarás!
Mi teoría es que todo el mundo partimos de un mito inicial que ya tenemos asentado y profundamente enraizado en nuestra mente. Y los mitos estructuran de una manera visceral toda nuestra experiencia como personas. Simplemente, no podemos vivir sin mitos. Nadie puede vivir sin algún trasfondo mítico que de sentido a muchas de las facetas de la vida que de otra manera resultarían absurdas, sin sentido o desestabilizadoras. Por eso cuando alguien nos pone en entredicho nuestras ideas ya asentadas en nuestro mito particular, esa persona lo que está haciendo es poniendo nuestra integridad e identidad en duda; y, eso es peligroso. Esto es lo jodidamente normal, salvo que dos a o más personas hablando coincidan en sus mitos o zonas parciales de los mismos. Los mitos son estructuras inconscientes que a nivel consciente no siguen más lógica que la meramente interna. El mito de la otra persona puede ser una viva amenaza cuando se atreve a desestabilizar el mito propio. Y esto desencadena emociones negativas que pasan a ser agresivamente defensivas. ¡¡No pasarás, cabrón!!!
Y así "dialogamos" normalmente, salvo raras excepciones y si compartimos mito mejor de los mejores. Entonces compartimos ideas y experiencias y nos sentimos a gusto. Pero si no, ¡caña!
Más que mitos, Sr. Nesalem, en el sentido de relato de raíz filosófica o religiosa, a mí me gusta más hablar de discursos ideológicos o, sencillamente, ideologías. La ideología proporciona a la persona un modo de pensar automático, una ilusión muy viva de conocer la raíz y la solución de los problemas sociales y económicos, de todos los problemas a la vez y en bloque. Unos problemas que suelen ser, cuando se miran de uno en uno con calma, muy complejos y de difícil o imposible solución. La ideología nos exime de pensar, estudiar, formarnos y llegar a una idea propia sobre cada problema, nos da la ilusión épica de formar parte de un ejército del bien que se enfrenta contra el ejército del mal. Un ejército del bien que acabará triunfando, y cuyo triunfo es importantisimo para el mundo.
ResponderEliminarYo pienso, por el contrario, que los problemas del mundo son todos muy complejos y muy diferentes; que aquél que pretenda buscar soluciones debe estudiar y profundizar mucho en ellos, debe meterse físicamente en ellos, de uno en uno, con muy pocas esperanzas de nada.Y que, por supuesto, todo esto es muy prosaico y muy lejos de la épica universal en la cual se ven a sí mismos los seguidores de ideologías o religiones.
Comentario anterior:
ResponderEliminarRunand
Sí, es equilibrada y sabia sabiduría la alcanzada por usted, Sr. Runand. Podría valer lo de los discursos ideológicos, sólo que yo quería ir un grado más de visceralidad emotiva, eso que solo el mito, tal como yo lo entiendo (quizás la influencia de Jung), solo puede producir. Los discursos ideológicos ya obedecen a una cierta elaboración.
ResponderEliminarEstamos en este atrio para ejercitar la mente y la imaginación. Ya no está uno para cambiar mundos.
Qué acertado. No dialogamos: imponemos. Y cuanto más ignorantes más creemos que sabemos.
ResponderEliminarK.