26 diciembre, 2010

UNA ECONOMÍA INTERVENCIONISTA CONDUCE A UNA MALA GESTIÓN INDIVIDUAL

En los años sesenta Antonio empezó a trabajar en una fábrica como aprendiz. Los padres de Antonio tenían la idea propia de sus tiempos de infancia y escasez de que Antonio debía de entregar la mayor parte de la paga a los padres “para ayudar a mantener la familia”. Antonio entonces, con sus 16 años, trabajaba en aquel taller muchas horas y, al final de la semana, entregaba toda la paga a su padre. Este le daba un pequeño porcentaje para gastos. Pero ese porcentaje solo daba para ir al cine, comprar un bocadillo y poco más. Durante la semana no había más o como máximo 2 duros que no daban para nada.

Antonio trabajaba con otros compañeros más o menos de su edad, pero había una diferencia. La mayoría de sus compañeros recibían una parte mucho mayor y sustanciosa de su salario. O sea, entregaban menos a la ayuda familiar, y disfrutaban más de los frutos de su trabajo. Tenían más dinero que gastar y disponían de autonomía para comprar la ropa o una moto o cualquier capricho. Podían ir a la discoteca también los jueves y vacilar con las chavalas más tiempo que Antonio. En definitiva, estamos hablando de dos economías diferentes. Una era la economía intervenida por la costumbre, la economía intervenida y reglamentada por la familia (el padre); y, otra la economía más liberalizada, más autónoma para el individuo y su gestión. En una la familia o el padre decidían cuándo y cómo comprar ropa, qué dinero era necesario para el tiempo libre, etc. En el otro caso el chaval tenía más autonomía de gestión y decisión: si derrochaba se quedaba sin nada, si ahorraba podía comprar o disfrutar de aquello que él (no el padre) había decidido comprar.

Podríamos entonces decir que en el primer caso se fomentaba la dependencia a un colectivo con intereses colectivos más que al individuo que ha de gestionar su vida como individuo. En el primer caso se hacía con la mentalidad de una época en que la supervivencia de la familia dependía de lo que todos contribuían con sus trabajos. Era la época de escasez, de ganar muy poco, mal vestir y hasta pasar hambre. Esta economía de supervivencia era aceptada con toda normalidad y muy respaldada por una moral fuerte de familia. Pero España cambiaba mucho a mediados de los años sesenta y era fácil encontrar cualquier trabajo de aprendiz y los salarios empezaban a subir y la situación dejaba de ser la propia de las penuarias de antaño. Era obvio que una economía intervencionista familiar basada en hábitos de otros tiempos generara valores de dependencia que empezaban a ser anacrónicos en los mediados de los sesenta. Y entonces se producía una desventaja con respecto a los hijos más autónomos.

Antonio iba a trabajar sin ninguna motivación económica. Le daba igual trabajar más o menos o meterse de lleno en su trabajo y procurar ascender o competir por un mejor salario. Le era un tanto indiferente: hiciera lo que hiciera iba a tener ese pequeño por ciento de dinero de disfrute y los gastos mayores eran propios de los padres, no de él. Mientras que los otros aprendices (algunos inmigrantes del interior) mostraban mucha mayor ambición por poder subir en la escala salarial a base de más esfuerzo, más interés, más gana de ganar más dinero para poder ellos gastarlo como quisieran. La moral aparentemente “buena y solidaria” de la familia de Antonio no le beneficiaba a él directamente como individuo y menos en una época en que esa moral no respondía ya a una realidad más próspera. Los otros ya estaban adaptándose a una nueva era de progreso económico con más autonomía. La adaptación de Antonio a la vida real en años posteriores fue siempre más difícil que la de otros con rodaje de libertad y autonomía. Antonio se acostumbró a la dependencia e interferencia económica, e incluso de casado era su mujer quien planificaba la economía. Para él la economía era algo ajeno, algo que no había generado en él protagonismo individual alguno. Antonio entonces tenía más propensión a ser socialista, de izquierdas, a favor de la solidaridad y el reparto. Supongo que los otros tendrían miras más individualistas, pero para recortar esas miras ya estaban los sindicatos y los partidos preparados.

España era un país de fuerte tradición católica y en él la Iglesia, durante siglos, había siempre intervenido en toda vida social y familiar. Los hábitos no cambian así por que sí. A la Iglesia la sustituyeron los partidos políticos y los sindicatos con programas de cambio social, de necesidad solidaria y fuerte ideología. España es una nación de hábitos intervencionistas y paternalistas, de Estado Padre-Madre, pero también del escaqueo, de la picaresca para escapar al control de las leyes que a veces ahogan más que permiten el disfrute de lo propio. Todavía importa más con quien te relacionas, en qué partido político estás metido, o que influencias puedes manejar a la hora de triunfar; que el trabajo propio de un individuo que se mide con los otros a través de una ley objetiva que favorece el esfuerzo, la honradez, la transparencia y la noble competición.

5 comentarios:

  1. Todas las elites mandarinas gravitan hacia el mismo objetivo: El control de las masas. El nuevo marxismo (y el viejo)exige suplantar a la familia y la iglesia para substituirlo por el estado---o sea, el mismo sistema "under new management"; pero con la particularidad de que esots borregos no tienen ni la menor idea sobre teoria ( o practica) de economia, cosa que es explotada al maximo por los usureros, quienes a fin de cuentas terminan dominando al rebano.

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  2. Efectivamente, Sr. Nesalem; la economía socializada de los tiempos de la URSS tenía necesariamente que fracasar, porque ninguna empresa humana puede funcionar a base de asignaciones de materiales y mano de obra del gobierno, produciendo en cantidad y calidad según planes del gobierno, sin ningún estímulo personal y viendo su economía sometida a los azares de la corrupción política, además de no poder obtener beneficios ni gestionarlos según criterios de eficiencia y responsabilidad.

    Dicho esto, me parece que su analogía con una economía familiar tiene sus ventajas descriptivas y sus inconvenientes. De acuerdo que Antonio iba a sentirse más libre, más responsable y realizado gestionando una porción mayor de su salario, o todo el salario, y que esto es muy educativo. Pero hay que tener en cuenta varias cosas: primero, que Antonio debería aportar a su casa el equivalente a sus gastos: comida, ropa, renta o hipoteca del piso, agua, luz, pintura y mantenimiento, etc. No hay ninguna razón para que, trabajando él, sus consumos personales fueran sufragados por sus padres. Segundo, que Antonio podía haber dispuesto del dinero sobrante (habría sobrado mucho? lo dudo) para su ropa de moda, moto, discoteca, excursiones, invitar chicas y gastar por ahí con los amigos; muy bien. Pero podía suceder tambien que Antonio tuviese hermanos pequeños, y que, dada la precariedad de la vida obrera en aquellos años, estos hermanos tuviesen que ir al colegio mal vestidos, mal calzados o mal comidos, mientras Antonio podía "realizarse" por ahí en su moto, discotecas y demás. Quizá realmente el salario de Antonio fuera necesario para mantener un nivel de vida digno en toda la familia, y que los gastos en motos, ropa cara y diversiones fueran realmente superfluos, o un insulto para sus hermanos pequeños. Como digo, hay que tener en cuenta que aquellos tiempos eran muy diferentes, que los salarios realmente no llegaban a fin de mes, y que las diversiones y caprichos de un jovenzuelo (que por razones de edad no podía ser muy consciente de las dificultades de la vida: el famoso egoismo radical de los adolescentes) no podían ser causa de que el resto de la familia viviera mal. Claro que todo esto podía haberse dialogado entre Antonio y sus padres, pero entonces ya estamos cayendo en las subvenciones, paternalismos y economías dirigidas por criterios morales.

    En resumen, que la analogía que Ud. propone, Sr. Nesalem, siendo pedagógica, que lo es, creo que tiene sus limitaciones.

    Runand

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  3. Ah! Se me olvidaba: Entre los gastos que Antonio tenía obligación de sufragar, además de su comida, ropa, calzado, parte proporcional de la renta del piso, mantenimiento, agua, luz, artículos de limpieza y etc. hay que contar, también, la parte proporcional de la mano de obra de las personas que trabajaron para él, lavando su ropa, haciendo su comida, limpiando y arreglando el piso y su habitación, todo eso diariamente. Lo dicho: que dudo que a Antonio le hubiera quedado mucho dinero libre para sus gastos después de esto. Y para este dinero, siguen valiendo las consideraciones que hago en el comentario anterior.

    La familia funcionaba realmente como una unidad económica, y no era concebible que un miembro pudiera gastar en caprichos caros o superfluos mientras otros pasaban dificultades básicas. Así eran las cosas, para bien o para mal.

    Runand

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  4. No sé si lo que hacen en USA es bueno a malo, pero merece la pena comparar:
    Existe lo que se llama “allowance.” o asignación semanal. Ese allowance, además de los gastos de cine o hamburguesa en el McDonald, incorpora los gastos de ropa del chaval y que él mismo tiene que administrar y un porcentaje de ahorro que se va metiendo en su cuenta para su pronta independencia (18-20 años). Pero con el “allowance” se hace política económica: ganas más o menos si trabajas en casa lavando platos, ropa, limpiando, cortando el césped, etc.. Hay un juego económico curioso que crea incentivos y cierto estímulo egoísta, pero necesario para crecer. Normalmente, salvo si las condiciones son muy duras para todos, el salario que el chaval (14-15 años) gana afuera (repartiendo periódicos, ayudando a llevar las bolsas de supermercado al coche de las ancianitas, friendo hamburguesas, y muchos trabajos más) es un salario que le queda a él íntegramente. Los padres americanos van delegando responsabilidades a los chavales

    Son dos maneras diferentes de entender la vida. USA es un país económicamente próspero y España sigue siendo una economía intervenida y regulada por Papá Estado y los chavales siguen en casa hasta la vejez pues de otra manera el mundo de afuera ofrece pocos incentivos hoy día con la crisis. Pero ahora peor: las familias se rompen y los soportes económicos son mucho más frágiles. Los hábitos de dependencia no parece que estén cambiando. Luego, como dice el de arriba, la dependencia familiar ha de ser sustituida por otra dependencia: la del Estado (Mega-Estado europeo ahora) que cada vez dirige más las vidas y la economía. Pero ahora el Estado no tiene dinero….

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  5. Los dos tenéis razón de alguna manera.

    K.

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