Hay otros mitos que por su variedad, intensidad y capacidad de evocación, los podríamos entender más como mitos personales. Son los mitos que acuden a nosotros en momentos difíciles de sufrimiento o confusión y nos ayudan a trascender, a mirar hacia las estrellas y así relativizar las encerronas a que nos puede someter la vida. O también, cuando estamos serenos y relajados paseando por las calles viejas de la ciudad y entonces podemos, por medio del poder de la imaginación, hacer que esa realidad conecte con arquetipos míticos que transmutan lo prosaico en algo sacramental o sagrado. De no ser así la vida sería tan solo una sustancia tan insípida como meramente instrumental: trabajar, comer, beber, pagar los recibos, intercambiar nimiedades con gente que siempre nos llega a aburrir y algún que otro flash esporádico de alegría o placer. Los mitos personales están ahí para sacarnos de esa cotidianeidad gris y darle algo de magia y misterio a la insidiosa rutina.
Los mitos personales, que analizándolos mejor quizás sean universales y por tanto colectivos, suelen prestarnos la mirada inocente de la infancia; o también, la renovada nostalgia que nos despiertan las buenas obras de arte, la música, la pintura, las ilustraciones, el cine o la literatura (cuántas películas nos han dejado una huella poderosa en la mente) con sus mitos guerreros, de aventuras solitarias, de héroes valientes; de hadas bondadosas y brujas malvadas, etc…Pero lo importante es que la función imaginativa de la mente los capta y se deja poseer por ellos en los momentos en que los necesita y así seguimos viviendo con cierta ilusión renovada.
Uno que nunca ha renegado de su sensibilidad religiosa, incluso en momentos de intensa indiferencia religiosa; o, incluso, manifiesto desprecio a la religión; pues aprecia más que nunca los grandes relatos de la Biblia y su poder de regeneración, de sentido trascendente, de transmutación de la realidad. En la vida todo llega a madurar: nos hacemos más sabios o más necios; pero si es sabiduría lo que hayamos adquirido, será esta una sabiduría que nunca pierde la mirada de inocencia y nostalgia. Que siempre es capaz de evocar nuestros mitos con su intensidad, su capacidad de evocación y trascendencia.
Teama. Guapo. Bien tratado. Poca sensiblidad por estas cosas. Estamos envenenados con la puñetera política.
ResponderEliminarK. (no soy Kousinsky)
Invierno, todavía nieve por las aceras, caída en días anteriores.
ResponderEliminarDe noche, una noche helada, con las estrellas brillando intensamente en el cielo negro.
Nadie por las calles.
Era yo muy pequeñito, pero me acuerdo con toda claridad. ¡Qué sensación de confort y seguridad, en brazos de mi papá, calentito y protegidito! Iba yo andando, pero, ya sea porque estaba algo malito, ya sea porque mis padres me vieron cansado, acabé en brazos de mi papá.
Volvíamos a casa, a aquella casa humilde entre las humildes, seguramente después de haber estado en casa de una de las abuelas. En el instante que recuerdo, pasábamos por delante de aquella guarnicionería, donde se vendían albardas, varas de varear colchones, cestos, correajes, etc. De día, la mercancía estaba expuesta casi en la acera, pero aquella noche, naturalmente, estaba cerrada. Por delante de la parada del coche de línea de La Nueva, después de haber pasado el Hogar del Productor y la pescadería, antes de llegar al mercao-ganao.
Sí, había todavía nieve por los bordes de la acera, ya muy pisada; hacía frío, yo era muy pequeñito, seguramente acabé dormido en brazos de mi papá, y llegaron a casa y me acostaron en aquella mi cunita azul.
Y hoy, sesenta años después, me acuerdo con total nitidez.
Runand
Invierno, todavía nieve por las aceras, caída en días anteriores.
ResponderEliminarDe noche, una noche helada, con las estrellas brillando intensamente en el cielo negro.
Nadie por las calles.
Era yo muy pequeñito, pero me acuerdo con toda claridad. ¡Qué sensación de confort y seguridad, en brazos de mi papá, calentito y protegidito! Iba yo andando, pero, ya sea porque estaba algo malito, ya sea porque mis padres me vieron cansado, acabé en brazos de mi papá.
Volvíamos a casa, a aquella casa humilde entre las humildes, seguramente después de haber estado en casa de una de las abuelas. En el instante que recuerdo, pasábamos por delante de aquella guarnicionería, donde se vendían albardas, varas de varear colchones, cestos, correajes, etc. De día, la mercancía estaba expuesta casi en la acera, pero aquella noche, naturalmente, estaba cerrada. Por delante de la parada del coche de línea de La Nueva, después de haber pasado el Hogar del Productor y la pescadería, antes de llegar al mercao-ganao.
Sí, había todavía nieve por los bordes de la acera, ya muy pisada; hacía frío, yo era muy pequeñito, seguramente acabé dormido en brazos de mi papá, y llegaron a casa y me acostaron en aquella mi cunita azul, que más tarde supe que me había hecho mi abuelo.
Y hoy, sesenta años después, me acuerdo con total nitidez.