El desasosiego social proviene de la desconfianza generalizada. Y la desconfianza la generan quienes ya no tienen en cuenta a aquellos a quienes supuestamente representan. Tanto importa el voto que para conseguirlo vale todo, aun obviando que toda promesa falsa, toda ficción oportunista, se puede ir al traste ante una terca realidad que al final siempre premia o castiga en función de cómo se ha situado cada uno en ella o ante ella. Precisamente, porque hay una realidad externa a nosotros que puede ser aprehendida con más o menos sentido común, es por lo que todo engaño, toda ficción demagógica acaba pasando factura. No es que el pueblo sea una realidad fácil de comprender. En realidad el concepto de “el pueblo” es una generalización demasiado confusa, demasiado abstracta. El pueblo está compuesto de millones de personas con intereses diversos, con valores y expectativas multivalentes. Pero más allá del pueblo hay leyes universales de mercado e intercambio que no se pueden obviar, que no se pueden sustituir por dulces ideologías del todo vale con tal de que te sientas bien, o; de que al final por muy mal que estemos, la omnipotencia del Estado de bienestar todo lo puede paliar y resolver. Cuando se falsea la realidad surge la disociación, la desconfianza, y la posible ruptura entre la clase política y “el pueblo”, o sea: la gente; el votante, el ciudadano, la persona concreta de carne y hueso. La mentira se paga.
Pero “el pueblo” que desconfía y rompe con sus políticos tampoco es un pueblo que ha de expresar su verdad política pura, clara e incontaminada. No hay tal cosa por mucho romanticismo populista que se le eche al asunto. Cada persona organiza su experiencia y comprensión de la realidad a través de valores o ideologías diversas. Estas pueden adaptarse con más o mejor objetividad y sentido común a la realidad; a esa realidad externa que sigue sus leyes de intercambio de modo inexorable. Guste o no nos guste. Pero también existe el riesgo de las vanas expectativas, de los idealismos sin tierra o territorio donde posarse; de las propuestas contradictorias que acaban frustrando. Y, lo peor de todo, es la posibilidad de manipulación de muchos deseos y esperanzas en función del activismo profesional, del fuertemente ideologizado que sí sabe que objetivos políticos se han de seguir y cómo llevar las aguas revueltas a su cauce interesado. Hay algo que resulta chocante, muy chocante, en este país. Todo el mundo, salvo muy raras excepciones, proclama su odio o rechazo al liberalismo o neoliberalismo. Se ve a este como un ogro o demonio que nos oprime y nos roba y nos hace muy desgraciados. Pero lo curioso del asunto es que España no hubo experiencia liberal alguna que mereciera la pena de llamarse así. Todos: católicos, socialistas, comunistas anarquistas, derechotas o derechas extremas; todos odiaron y rechazaron el liberalismo de plano. Nunca las políticas españolas se pudieron catalogar de liberales, pero aun así el liberalismo suele ser el culpable de todos los males, el chivo expiatorio oportuno cuando las cosas van mal. Quizás sea a través del síntoma cómo podemos diagnosticar el mal. Quizás sea la falta de liberalismo, tan consustancial a una democracia, lo que corroe la política española. Quizás sea esa falta de cordura y sentido común liberal lo que nos falta a muchos españoles. Hora de reflexionar.
Vital de Andrés
Lo que Nesalem llama falta de liberalismo, diagnóstico con el que estoy de acuerdo, yo me permito ponerlo en lenguaje más claro. Somos una nación "intervencionista" al máximo. Aquí hay demasiada gente que quiere intervenir, manipular, dirigir etc la vida de los demás, sus ideas, sus opciones vitales, sus trabajos... Además nos falta otro concepto muy protestante que es el de la vocación, en el sentido de responsabilidad profesional por encima de ideologías y sectas. Para terminar el caldo corrosivo de la sociedad española nos encontramos con lo que Nesalem suele alegar de desprecio a la Torá y yo llamo desprecio a la Ley de Dios en su sentido más básico según se nos presenta en la ley natural. Todo esto junto: afán manipulador, irresponsabilidad profesional y desprecio a cualquier principio ético nos está llevando por "caminos de grandeza"
ResponderEliminarXavier. Buena aportación. Estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminarXavier menciona "irresponsabilidad profesional"... o "irresponsabilidad civica". No para pedir cuentas a otro(s), ni para que "nos" rindan cuentas... que también. Falta, sin embargo, mucha "auto"responsabilidad. Es fácil el slogan: Island here, Derecho a la vivienda. Los islandeses son responsables. Responsabilizan a los bancos y sus directivos y no quieren pagar sus errores, pero asumen su responsabilidad en las consecuencias que se deriven de su decisión. Dº a la vivienda ¿cómo y quién? ¿Intervencionismo? Hoy en TV salía la noticia de una familia okupa. Dejaron una vivienda social hecha un desastre. La matriarca afirmaba, entraremos en otra y en otra hasta que nos den una vivienda. Son pobres, la necesitan y ¿su responsabilidad? Tal vez eso es lo que piensan los alemanes... muchas vacaciones, nosotros decimos poco sueldo ¿y nuestra responsabilidad?
ResponderEliminarCuando hablo de responasabilidad profesional me refiero a cumplir con lo específico de cada "vocación-profesión". El político está par servir al pueblo, el policía para detener delincuentes, el juez para defender al inocente y castigar al culpable, el vendedor de electrodomésticos para vender electrodomésticos soin engaño, el militar para la defensa de la nación, el profesor de instituto para enseñar materias y no para adoctrinar o "cuidar" niños". A uno le pueden pagar mucho o poco y puede trabajar mucho o poco según su conciencia (ese es otro tema) pero lo que está pasando en España es una verdadera subversión del cometido básico de cada "vocación". Espero haberme explicado.
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